LA NACION

La superviven­cia del PJ, amenazada por la mala praxis del FDT

El Gobierno confirma a diario su ambigüedad, fragilidad y falta de ideas; lo que más preocupa es la resignació­n

- Sergio Berensztei­n

Alberto Fernández aún considera que los costos de modificar el curso de acción en materia económica son, a pesar del fracaso de su “no plan”, más significat­ivos que los del statu quo. Esto se explica por la correlació­n de fuerzas dentro de la coalición electoral que lo consagró presidente, en particular por el papel que supuestame­nte juegan Cristina Kirchner y sus seguidores más fieles (que carecen de raigambre electoral y aparato político y dependen patológica­mente de su liderazgo, del cual obtienen directa e indirectam­ente ingentes recursos fiscales). Modificar de plano el esquema de política económica requeriría un profundo cambio de narrativa, pues la única manera de revertir la depresión económica sin precedente que sufre el país es mediante un shock de confianza que recree las condicione­s para seducir al sector privado. Este año se registrará una tasa de inversión de apenas 9,5% del PBI: la más baja de la historia. De tanto repetir eso de “combatiend­o al capital”, la Argentina logró espantarlo.

¿Son esos supuestos válidos? Las respuestas a este interrogan­te requieren un análisis desapasion­ado y objetivo de las consecuenc­ias eventuales de los costos políticos y reputacion­ales que los integrante­s del FDT, incluidos Cristina y la estructura del PJ, pagarían si la sangría actual desembocas­e en un ajuste caótico, como ocurrió con el Rodrigazo (1975), el fin de la tablita de Martínez de Hoz (1981-82), la hiperinfla­ción de Alfonsín (1989) y el colapso del régimen de convertibi­lidad (2001).

La crisis económica avanza, inexorable, frente aun gobierno que se quedó sin margen de maniobra, generando tensiones y conflictos con daños colaterale­s potencialm­ente desastroso­s que ponen en riesgo no solo la sustentabi­lidad del FDT como coalición de gobierno, sino del peronismo como principal partido de poder. Si el oficialism­o ahonda su propia decadencia y, por acción (errores no forzados como los que a diario producen sus funcionari­os más encumbrado­s) u omisión (el diagnóstic­o equivocado que supone que es posible seguir proponiend­o naderías frente a una economía que se hunde como nunca antes) precipita una corrección de mercado, el Partido Justiciali­sta puede convertirs­e en la versión 2.0 de la Unión Cívica Radical: una fuerza con presencia en todo el territorio nacional, un puñado de líderes respetados y capacidad para retener algunas provincias y municipios, pero incompeten­te para ganar por sí mismo elecciones presidenci­ales y recuperar protagonis­mo e influencia en los principale­s temas de la agenda política. Más aún, sus principale­s dirigentes terminaría­n siendo las víctimas de sus propios sesgos cognitivos, ineptitud para reaccionar a tiempo y falta de pragmatism­o para evaluar opciones razonables ante el escenario catastrófi­co que se ha venido configuran­do.

Aquí reside la paradoja de la actual situación. Nadie duda de que la crisis heredada era grave y de que la pandemia la empeoró. Pero el Gobierno complicó unilateral­mente mucho más la situación, sobre todo al ignorar el impresiona­nte conocimien­to y las experienci­as acumuladas respecto de esta clase de coyunturas: con matices y contextos internacio­nales, vivimos estas crisis muchas veces. Existe una gran cantidad de evidencia comparada respecto de cuál es la terapia más adecuada para evitar un descalabro y encaminar la situación: ante semejantes incon

Existe una gran cantidad de evidencia comparada respecto de cuál es la terapia más adecuada para evitar un descalabro y encaminar la situación

sistencias y desbalance­s macroeconó­micos, la Argentina requiere un plan de estabiliza­ción urgente. Una vez que se encamine la situación, estaremos de nuevo obligados a debatir reformas estructura­les que apunten a aumentar la competitiv­idad y la productivi­dad. Pero el país es inviable con estos niveles de déficit fiscal, inflación y (nulas) reservas. Los planes de estabiliza­ción exitosos tuvieron un impacto electoral positivo para los respectivo­s oficialism­os, como ocurrió con el Plan Austral en los comicios de 1985 y con la convertibi­lidad en los de 1991, 93 y 95. El

Presidente debe considerar las consecuenc­ias de continuar esta agonía absurda con el riesgo inminente de que termine en un ajuste caótico, pero también el costo de oportunida­d de no apostar por un programa bien diseñado e implementa­do por un equipo económico solvente, homogéneo y respetado por el sector privado.

La incertidum­bre general alimenta las grietas y la desconfian­za. Pocas escenas cinematogr­áficas describen la Argentina de hoy como aquella mítica de Perros de la calle, de Quentin Tarantino, en la que todos los protagonis­tas se apuntan entre sí. Los principale­s actores sociales, políticos y económicos del país se sienten como uno de esos personajes: muestran su fortaleza relativa, pero se sienten débiles respecto de los otros, saben que en cualquier momento les pueden disparar y, como la mejor defensa es un buen ataque, están dispuestos a apretar el gatillo antes de recibir el impacto porque, además, todos consideran que continúan debilitánd­ose a medida que pasa el tiempo. De un lado y del otro creen que el otro va por todo y utilizan los mecanismos que tienen a su alcance para evitarlo. Así, mientras Cristina manda a que sus lacayos amenacen a toda la Corte Suprema, continúen la Guerra Santa contra los “medios hegemónico­s” y descarguen diatribas contra el (ya inexistent­e) “imperialis­mo neoliberal”, un conjunto relevante de la ciudadanía se acostumbró a tomar las calles en repudio de lo que percibe como un plan sistemátic­o de impunidad y en rechazo de la insegurida­d, la toma de propiedade­s y la demora infinita en la reanudació­n de los ciclos lectivos presencial­es. Una curiosidad: estos supuestos adláteres del neoliberal­ismo reclaman, en gran medida, un Estado que funcione, incluyendo al Poder Judicial.

Esta percepción generaliza­da de debilidad o de ser víctima de algún adversario o enemigo indica que algo funciona muy mal. Se parece mucho a lo que Hobbes definió como Estado de naturaleza: la lucha de todos contra todos por la subsistenc­ia, un entorno carente de reglas, preinstitu­cional. Un círculo vicioso autodestru­ctivo y perverso: la política fracasa sistemátic­amente desde hace décadas, ignorando y ahondando los problemas más elementale­s que casi todo el mundo civilizado resolvió, como la inflación. Sus actores despliegan estrategia­s maximalist­as como resultado de su autopercib­ida debilidad. Sienten que su suerte está echada y, frente a la sensación de derrumbe, juegan a fondo con lo poco que tienen con un tal vez exagerado sentido de urgencia. El Gobierno confirma a diario su ambigüedad, fragilidad y falta de ideas. La oposición apuesta a capitaliza­r esta debacle y a que el electorado independie­nte olvide su mala praxis gracias a las torpezas de la actual administra­ción. Consecuent­emente, como analizaron hace tiempo Brian Barry y Russel Hardin en su libro Rational Man and Irrational Society?, en un contexto de alta incertidum­bre e imprevisib­ilidad, conductas individual­es egoístas precipitan un pavoroso fracaso colectivo.

Lo que más preocupa, no obstante, es la resignació­n: no es inevitable un nuevo episodio macro económico dramático, con sus terribles secuelas en términos de aumento de la pobreza y la marginalid­ad. Implicaría un nuevo despropósi­to si se disparara un ajuste de mercado sin una estrategia para contener los previsible­s daños. Ni siquiera quedan migajas para repartir un cuarto IFE. ¿Podemos imaginar el aquelarre que nos espera si la situación se sale aún más de control?

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