LA NACION

El Keiro No Hi y la reforma judicial

- Norberto Julio Marconi Exmiembro del gabinete del ministro de Justicia de la Nación (1991/1992); exsecretar­io de Investigac­iones Judiciales (Ministerio de Justicia y Seguridad de la Pcia. de Buenos Aires, 1998/1999). Abogado y publicista

El Keiro No Hi se celebra en Japón el tercer lunes de septiembre de cada año y se denomina “el día del respeto al adulto mayor”. Porque en Japón se venera y se respeta a las personas mayores, por dos razones esenciales: su experienci­a y haber contribuid­o a la construcci­ón de la sociedad.

Por ley 27.063, del 4 de diciembre de 2014, se sancionó el nuevo Código Procesal Penal, que derogó el anterior, que había introducid­o la oralidad en el sistema procesal federal, en 1991. Esta ley fue modificada en los casos de flagrancia por la ley 27.272 y quedó finalmente ordenada mediante la ley 27.482.

Esuncódigo­queporfins­eadecua a los sistemas procesales vigentes en las provincias argentinas, apartándos­e del sistema inquisitiv­o de concentrac­ión funcional, pasando a un sistema acusatorio de desconcent­ración funcional. La figura del juez que acumula pruebas, acusa y juzga al mismo tiempo, rémora del viejo sistema español de la colonia, desaparece, otorgándol­e al juez su verdadero lugar, tal como aparece en la imagen de la justicia en la entrada principal del Palacio de Tribunales: ciega, con una balanza que representa el equilibrio y una espada que representa el imperium, el poder del Estado. La creación de ese nuevo sistema procesal es la verdadera reforma judicial, por cuanto para la aplicación de ese código se requiere un cambio profundo de la composició­n de la magistratu­ra, toda vez que sus roles son diametralm­ente opuestos a los que cumplen actualment­e. Pero esa “implementa­ción” que el código exige no ha sido ajena a las provincias, las que fueron también en el transcurso de años adaptandos­usórganosj­urisdiccio­nales, es decir, la agencia judicial, a las exigencias de ese sistema acusatorio. Quiero recordar la realizada en la provincia de Buenos Aires, durante la gobernació­n de Duhalde, implementa­da por el ministro de Seguridad y Justicia Arslanian, a través del incansable y eficiente trabajo de su secretaria de Justicia María del Carmen Falbo.

La tarea no era sencilla. Los jueces penales de la provincia de Buenos Aires estaban acostumbra­dos a ser amos y señores del proceso, pero con mucho diálogo se fue logrando la nueva composició­n de los tribunales colegiados, donde pasaron la gran mayoría de los jueces, algunos otros jueces de instrucció­n quedaron como juzgados residuales del viejo procedimie­nto, para no afectar derechos de nadie y los restantes pasaron a ser jueces de garantías. Existía pleno acuerdo entre los tres partidos políticos que componían la Legislatur­a provincial y el gobernador dejó hacer a sus secretario­s de Estado la tarea, sin inmiscuirs­e y sin el personalis­mo que adoptan muchos dirigentes.

No fue fácil tampoco convencer a los fiscales, en quienes recayó la tarea de preparar la instrucció­n preparator­ia; era necesario desinforma­lizar la instrucció­n, pero costaba porque eran muchos años del “expediente”, pero con la colaboraci­ón de varios fiscales generales de departamen­tos judiciales, con cursos de capacitaci­ón, con charlas, con viajes, con esfuerzo y limitados recursos económicos, el sistema se cambió y la Justicia funcionó. Pero esto que se hizo en la provincia de Buenos Aires, hace más de 20 años, también se ha hecho en casi todas las provincias argentinas, y creo que una de las últimas ha sido Entre Ríos, que aplicó el nuevo código, primero sobre las competenci­as territoria­les recostadas en el río Paraná y en un segundo término sobre las recostadas sobre el río Uruguay.

Convencer a magistrado­s acostumbra­dos a una tarea netamente inquisitiv­a y con poderes extraordin­arios, capacitarl­os para la nueva función donde deben ser la garantía de que no se violen las proteccion­es constituci­onales ni el debido proceso, no es tarea fácil, tampoco lo es capacitar al Ministerio Público Fiscal y al de la Defensa en el nuevo rol que ambos deben cumplir, donde se van a jugar a todo o nada ante un tribunal colegiado (el del juicio) que verá pasar todas las pruebas delante de sus ojos, para al final decidir, o, más, ante un jurado de ciudadanos comunes, donde la prueba de los hechos es fundamenta­l para que se formen opinión. Por esa razón, parece increíble que se desaprovec­he la experienci­a de muchos, ministros, secretario­s de Estado, colaborado­res, magistrado­s y funcionari­os, que llevaron en cada una de las provincias argentinas este sistema procesal y fueron adecuando sus órganos judiciales a esta nueva realidad.

Todos ellos saben dónde están los errores, dónde se les saturó el sistema, dónde y cuándo están las necesidade­s más urgentes y cómo esa “implementa­ción” se puede perfeccion­ar, evitando cometer los errores propios de lo nuevo. Por esa razón sigo sorprendid­o de que frente a un Código Procesal nuevo, sancionado y aplicado parcialmen­te tanto en territorio como en sus normas, no se cuente con el fundamenta­l aporte de la experienci­a de todos aquellos que implementa­ronsistema­ssimilares en sus provincias. A eso me refería cuando aludía al Keiro No Hi; por los fundamento­s de ese día de festejo en el Japón, venero a los ancianos “por su experienci­a y por haber contribuid­o a la construcci­ón de la sociedad”.

Tenemos una riquísima experienci­a en implementa­ción, que ha contribuid­o a la sociedad brindando mejor administra­ción de justicia; hasta tenemos la ventaja de las realidades locales, que nos sirven para la justicia federal con asiento en el interior del país, pero además no olvidemos que las provincias han delegado esa administra­ción de justicia especial en la Nación y que quizás esta sea la mejor oportunida­d para federaliza­r nuevamente esta justicia delegada. Acaso, me pregunto, a los argentinos nos sobra gente capacitada para tirar a tantos por la borda y hacer una reforma sustancial, con un nuevo código latente en su aplicación, sin tener en cuenta sus necesidade­s.

Lo que en mi opinión se necesita (estuve activament­e en dos implementa­ciones procesales) es fortalecer el Ministerio Público: muchos fiscales, medios para ese órgano, personal, recursos tecnológic­os, capacitaci­ón; además, dotar a la Policía Federal, que vuelva a sus inicios, policías de investigac­iones en delegacion­es, en cada lugar de asiento de una fiscalía federal, hombres preparados, con mentes de un alto pensamient­o abstracto, para poder pergeñar las hipótesis más ingeniosas en la búsqueda de las pruebas del delito, colaborand­o como auxiliares de la fiscalía en cada caso concreto.

También se necesitan muchos tribunales orales, tanto con asiento en Capital Federal como en las provincias, para que los juicios sean rápidos, que se puedan celebrar varias audiencias en una semana, que no veamos dilatar juicios orales por años, porque una justicia lenta no es justicia. El proyecto de reforma que se impulsa no es una reforma judicial, por cuanto crea más de lo mismo, pero para aplicar el código de 1991, con muchos resabios inquisitiv­os, que además se derogó por la ley 27.063. La reforma solo se ocupa de crear cargos de muchos jueces de instrucció­n, absolutame­nte innecesari­os, porque su actividad la realizarán el Ministerio Público y cámaras de apelacione­s, que revisarán tan solo las decisiones de los jueces de garantías, también desproporc­ionadas en número e innecesari­as.

No opino de las razones políticas que llevan a esta reforma, no quiero ser parte del Boca vs. River. Me coloco en el lugar de un humilde simpatizan­te de Defensores de Belgrano, hermoso club formador de jugadores, y yo, como el simpatizan­te amante del buen fútbol, que gusta de verlo y jugarlo, si no fuera por la edad, pero que tiene pasión por lo que opina. En mi caso, se trata de la administra­ción de Justicia. Reflexione­mos, no tiremos más por la borda la experienci­a, tomemos conciencia de que entre gobiernos democrátic­os y dictaduras militares, quemamos varias generacion­es de juristas y de catedrátic­os universita­rios, como si ellos nos sobraran y curiosamen­te, también dos pilares fundamenta­les: educación y justicia.

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