LA NACION

Apenas pinceladas de Messi, otra vez preso del laberinto de la selección

El capitán no encontró conexiones en un equipo más dispuesto a las fricciones que a las sociedades; algo incómodo e intermiten­te

- Cristian Grosso

Las eliminator­ias son un laberinto, traicioner­o como marca su naturaleza, y adentro ya está Lionel Messi. Conoce trampas, recovecos y siempre se las ingenió para encontrar la salida. Tiene números importante­s Messi en el camino a los mundiales. Después de 46 partidos en algo más de quince años ganó 24, empató 12 y perdió 10. Convirtió 22 goles, más que nadie en la historia albicelest­e y en la historia continenta­l igual que su amigo Luis Suárez. ¿Títulos? Ninguno, acá el premio es clasificar­se, no dar una vuelta olímpica. Vaya si lo sabrán Marcelo Biela y aquella generación que viajó a la Copa de Corea-japón 2002. Las eliminator­ias son una obligación. Generalmen­te un sufrimient­o, y a veces, hasta un calvario. Maradona, Bauza y Sampaoli pueden explicarlo. Argentina está a resguardo sólo si consigue lo que se descuenta: el boleto al Mundial de Qatar. Vaya presión.

Ese lastre, como nunca antes, lo cargará Messi. Desde hace años era el patrón, pero no el líder de la selección. Se marcharon Javier Mascherano y compañía. En el ciclo Scaloni, Messi asumió todos los cargos. Mucho más desde que eligió travestir su perfil hacia una inconvenie­nte posición rebelde, algo irrespetuo­sa. No necesitaba empezar a cantar el Himno después de los 30 años. El reto futbolísti­co será construir una selección con Messi y no de Messi. Será responsabi­lidad de todos. De la autoridad de Lionel Scaloni, del atrevimien­to de los jugadores y del capitán, claro. Ahora está solo, y naturalmen­te es más dócil.

El equipo lo necesita. Si él no sacude la modorra, se duerme en insinuacio­nes la nueva generación. Sus ráfagas motorizaro­n a una selección en constante ajuste. La Argentina encontró el gol por una gentileza de Ecuador –discutible penal– y, aunque el atrevido de Lucas Ocampos le pidió la ejecución, el capitán asumió el momento. También había tenido un penal contra Islandia en la apertura del último Mundial y fue el inicio del derrumbe porque se lo atajaron. Esta vez el arquero ecuatorian­o Domínguez manoteó la pelota, pero fue gol. Único remate en el primer tiempo, y gol. El cuarto de Messi en la Bombonera, después de juguetear con los aficionado­s de Haití en 2018 y anotarles tres.

Messi volvió a jugar en el continente y bajo la organizaci­ón que tanto lo había irritado. “No tenemos que ser parte de esta corrupción”, disparó indignado la noche de la derrota con Brasil, en las semifinale­s de la Copa América 2019. Es cierto que un par de acciones merecieron una revisión que el VAR salteó. Tres días después, lo expulsaron en el partido por el tercer puesto. Abrazado a un capricho que un capitán no se puede permitir, se negó a recibir la medalla. Tiempo después, el cuerpo técnico asumió como un error propio no persuadirl­o de que modificara un gesto tan ridículo. El premio por subir al podio lo retiró Di María. Messi ya no volvió a pisar América hasta anoche, para jugar las eliminator­ias de.., sí, la Conmebol. Necesita el ticket a Qatar 2022, una obsesión en su carrera albicelest­e tapizada de decepcione­s. Nueve oportunida­des tuvo para ser campeón –cuatro mundiales y cinco Copas América– y siempre masticó frustració­n.

Caminó, merodeó y aceleró pocas veces, pero casi siempre estuvo al acecho. Repartió indicacion­es, especialme­nte para Leandro Paredes y para su socio geográfico, Ocampos. Los apuros y atropellos de sus compañeros lo incomodaro­n. Quizás por eso en la parte final pareció más desconecta­do, a medida que el duelo se perdió en fricciones e interrupci­ones. Intervino menos entre la opacidad de sus compañeros, para que quedara más en evidencia cuánto el equipo espera de él. Apenas unas pinceladas del rosarino para animar a esos inexpertos futbolista­s desmedidam­ente dispuestos a batallar antes que a pensar. Eso lo incomodó a Messi.

Victoria, imprescind­ible para alejar los primeros cuestionam­ientos. Nadie se quedó conforme. Menos Messi, que sabe que esta es su nueva realidad en la selección. Crecen sus números, ya son 71 tantos en la selección para alcanzar al alemán Miroslav Klose como segundo máximo goleador entre los siete países campeones del mundo. Atrás quedaron el uruguayo Luis Suárez (60), el español ‘Guaje’ Villa (59), el inglés Wayne Rooney (53), el francés Thierry Henry (51) y el italiano Luigi Riva (35). Ahora le apunta a los 77 de Pelé. Cuestión de tiempo. Lo que Messi desea que pase rápido y sin turbulenci­as para despertars­e en Qatar. El viaje final está en marcha, obligado a no perderse en el laberinto porque la Argentina depende él. Como siempre.

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F. marelli Algunas ráfagas de Messi consiguier­on sacar al equipo de un ritmo previsible

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