LA NACION

Ocampos, ese atorrante que hasta se anima a pedirle un penal a Messi

Tuvo rebeldía, potencia y despliegue; a él le cometieron la falta en el área de Ecuador que luego el N° 10 transformó en gol

- Ariel Ruya

Tiene 26 años, pero parece de 36. Es un atrevido, un atributo que siempre estuvo incorporad­o en sus genes. Era un chico cuando pedía la pelota, desfachata­do, en la etapa más traumática de River. El balón quemaba en el Monumental, pero el joven de Quilmes levantaba la cabeza, inflaba el pecho, miraba para adelante, desafiante, libre. Lucas Ocampos tiene una personalid­ad tan arrollador­a, que a veces se pasa de rosca. Es un atrevido, ahora mismo, también en la selección. No solo le “roba” el puesto a Angel Di María, un consagrado: es capaz de pedirle el penal a Lionel Messi. Exactament­e eso: le pidió el penal, luego de sufrir la infracción que Pervis Estupiñán en el área. “¿Vas vos?”, le preguntó.

Fue risueño. Messi le contestó que sí, que el dueño del equipo, de la pelota, es él. Solo él. Pero a Ocampos no lo encoge una negativa circunstan­cial. Es un atorrante. En el sentido lineal del término: un arriesgado que puede convertirs­e –si no se marea, si no se atraganta con las luces– en un imprescind­ible en el equipo nacional. No hay muchos de sus caracterís­ticas, no hay ninguno como él.

Es que la selección, huérfana de títulos y de líderes audaces –los que pueden llevarse el mundo por delante–, precisan de hombres como Ocampos. Capaces de patear penales como Ronaldinho, capaces de ser figuras en una temporada de ensueño en Sevilla, campeón de la Europa League. Capaces de disfrajuve­nil zarse de moderno número 7 –algo de wing, algo de volante retrasado–, útiles en el retroceso y en la evolución ofensiva, hasta convertirs­e en una sorpresa por el medio, por la derecha. Ocampos improvisa. Es un actor de reparto con ínfulas de primera figura. No tiene miedo. No tiene vergüenza. No piensa demasiado: se sostiene con el corazón en la mano.

La clase de jugadores que destraban cerrojos ajenos –como el de anoche, el del Ecuador de Gustavo Alfaro–, como imprevisib­les en la propia estructura. Lautaro Martínez, a pocos metros y hasta Marcos Acuña, de improvisad­o número 11, fueron sus compañeros de fórmula en buena parte del desarrollo. Pero hasta ellos se marearon con un jugador que responde con corridas veloces individual­es, desatado, en un unipersona­l exagerado. En la jugada siguiente se planta, analiza por un rato el contexto y se compromete con pequeñas sociedades, como con Gonzalo Montiel, el lateral de River que de vez en cuando viaja por la ruta derecha.

De River a Sevilla

Un pase de Martínez lo encontró de frente al arco, pero el débil remate descubrió una buena reacción de Domínguez. Siempre pide la pelota, desde que era un niño. Y años más tarde, cuando se convirtió en volante en 2011 con la banda roja. Ocampos hizo su presentaci­ón en primera con tan solo 17 años y un puñado de amistosos informales sobre el lomo. Con desfachate­z, potencia, talento y desequilib­rio, el se ganó un espacio y fue el único que disputó los 38 partidos de aquel interminab­le torneo en el que acumuló siete goles y cuatro asistencia­s. Lucirse en un contexto asfixiante no era para todos. En realidad, para muy pocos: los elegidos, los irresponsa­bles, aquellos que no les importa nada el dolor universal en el que vivía agobiado River.

Ocampos fue una bandera. Duró un suspiro en Núñez: en agosto de 2012 fue traspasado a Mónaco, que adquirió el 50% del pase en 16 millones de euros. Una fortuna. Creció en silencio: mientras el selecciona­do incorporab­a tropiezos de diversa intensidad, Ocampos escalaba el

Everest a pasos cortos y seguros. En Sevilla encontró la mejor versión de su prepotenci­a, de su juego alocado y vertical. Es el dueño de los penales, de las atraccione­s audaces.

Con 16 goles y cuatro asistencia­s en 40 partidos (en 37 como titular), el extremo argentino mantuvo su mejor temporada, la pasada, desde su arribo al fútbol europeo hace ocho años. Con la camiseta número 5 en la espalda y la confianza de Julen Lopetegui desde el banco, Ocampos se volvió una estrella fundamenta­l en la estructura 4-3-3 del equipo que finalizó en el cuarto puesto de la Liga de España pasada.

Días atrás, habló maravillas de Lucas el DT Lionel Scaloni, el abanderado de la renovación. “Hoy tiene la media goleadora como si fuera un delantero. Sinceramen­te a cualquier entrenador le viene bien. Nuestra idea es siempre que sean jugadores ofensivos los que acompañen y después tener una estructura atrás para recuperarl­a“, explica la táctica, basada en una de las caras que refrescan al equipo nacional.

Sin embargo, la mejor definición la brindó Julen Lopetegui, su entrenador en Sevilla. “Lucas es pura pasión. Es corazón, es físico, y no sabe ir al 99%. Esa pasión desde el primer momento la tratamos de dirigir al trabajo colectivo. Y nos ha ayudado muchísimo con su dinámica. A pesar de su juventud tiene una experienci­a tremenda, y nos dio un rendimient­o muy alto”, explicó.

Al final, cansado, se refugió en el extremo izquierdo, cuando Salvio (ingresó por Acuña) ocupó su lugar original. Acabó con la lengua afuera. El día que distribuya mejor sus revolucion­es, será un fuera de serie.

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Ap ocampos aguanta la pelota ante la embestida de estupiñán; el delantero cumplió

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