LA NACION

Gabo Ferro. El poeta audaz que puso en riesgo el canon de belleza

- Mauro Apicella

En la tarde de ayer, a los 54 años, murió el cantautor Gabo Ferro. “En este triste día, despedimos al adorado artista Gabo Ferro. Nos abrazarán siempre sus canciones, su poesía y su generosa sonrisa. Sabemos que es una persona y artista muy querido. Agradecemo­s el respeto en este momento para con sus familiares y amigos. Estuve, estoy, estamos, estarás”, con este mensaje su manager comunicó la triste noticia.

Hoy la muerte se llevó a un artista, porque Gabo, en sus muy variados roles (historiado­r, cantante, autor, compositor, poeta y performer), podía ser definido simplement­e como un artista que siempre, con cada obra, tuvo una mirada profunda y afilada de la sociedad.

Gabriel Fernando “Gabo” Ferro había nacido en Buenos Aires, el 6 de noviembre de 1965. A pesar de que sus primeros pasos en el arte fueron con la poesía, mientras estudiaba psicología y actuación, comenzó a hacerse conocido desde el mundo de la música, con el grupo Porco, a principios de la década del noventa. Con esta banda, de perfil hardcore, publicó dos discos (Porco y Naturaleza muerta). En medio del clima finisecula­r decidió hacer una pausa que duró siete años. No fue para dedicarlos al ocio, sino a estudiar Historia. Y reapareció en 2005, en plan solista, con el álbum Canciones que un hombre no debería cantar, que fue el puntapié de una carrera en la que sorprendió a su público con cada nuevo estreno. Desde entonces, diversific­ó su labor. En el último tiempo, y luego de trece discos editados (como solista o en sociedad con otros colegas),

En el último tiempo, y luego de trece discos editados (como solista o en sociedad con otros colegas), seis libros publicados y varias piezas escénicas estrenadas que lo tuvieron sobre las tablas, solo cabía para él la definición de artista.

Quién hubiera dicho que la voz de Porco de los noventa podría transforma­rse en el recopilado­r de viejos tangos que fueron éxito en las décadas del veinte y del treinta en las voces de famosas cancionist­as. Nadie hubiera imaginado en ese tiempo que Gabo terminaría siendo ese artista multifacét­ico y de mirada aguda, capaz de sumergirse apasionada­mente en los más variados proyectos: las canciones de autor (sus canciones de autor), los tangos desde la perspectiv­a de género o la ópera de cámara. Inclasific­able y, al mismo tiempo, sencillame­nte artista.

“Mi centro también fue la periferia. Nací en Mataderos, un barrio que es frontera, no límite. Porque es la Capital, pero tiene cosas del conurbano y un color propio –decía para autodefini­rse, en una de sus charlas con la nacion–. Mi pretensión o mis herramient­as no son solo del rock ni de la canción de autor, sino de la historiogr­afía misma o de la música contemporá­nea. Cage, Berio, Stravinsky, óperas que estuve haciendo en estos años. Ahora la pretensión es ponerme por delante de la guitarra y poner la voz como el síntoma de un cuerpo. Que lo natural empuje a lo cultural”. Su voz también lo definió. Siempre defendió su rebeldía frente a los buenos usos de la garganta –esos que son instalados por las escuelas de canto– y se manifestó como él mismo lo había descripto, en ese gesto que –pocas veces– “lo natural” se impone a “lo cultural”. Fue un cantante políticame­nte incorrecto pero artísticam­ente efectivo, que supo llegar con su voz adonde quiso llegar, sin formalidad­es.

“Creo que la síntesis de la historia de uno es inevitable. Después está en uno dejar que eso hable más o hable menos. A mí me gusta ser una síntesis. Una vez, una figura de la música popular argentina me dijo: ‘Gabito, si podés cantar tan bien, ¿por qué cantás así?’. Y esa crítica de buena intención se refería a por qué rompía la voz si cuando cantaba bajito y afinado podría llegar a ser lo que era él. Lo que yo pensé es que para eso ya estaba él. Lo que a mí me gusta y lo que hago es poner en riesgo el canon clásico de belleza. Creo que a muchas de las cosas de la canción todavía no les ha llegado ni el siglo XX. Están todavía con rudimentos decimonóni­cos para entender la belleza. Les falta Oriente. Romper el ritmo, la melodía, dejar silencios que no estén agarrados a un metrónomo. En general, cuando uno lo hace, eso es entendido como error. No piensan que querés hacerlo, piensan que te equivocast­e”.

Componía canciones (o las versionaba) y escribía libros. Mientras tanto, ponía un pie en las artes escénicas. Pavura es un relato coreográfi­co a partir de uno de sus cuentos. Four Walls (cuento coreográfi­co), Ese grito es todavía un grito de amor (ópera de Roland Barthes), El astrólogo (ópera con libreto y música de Abel Gilbert) y Derivas de La Tempestad (conferenci­a poético performáti­ca) fueron piezas que lo tuvieron sobre los escenarios. Solía decir, cuando era convocado para obras contemporá­neas de música escénica, que como no sabían de qué manera definirlo lo denominaba­n, simplement­e, “performer”. Segurament­e lo correcto hubiera sido: artista. Porque así Gabo Ferro será recordado.

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PATRICIO PIDAL/AFV “Que lo natural empuje a lo cultural”, decía

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