LA NACION

La ruta a la Casa Blanca. Un bastión trumpista que no pierde la lealtad

hizo un recorrido de más de 1600 kilómetros por los estados en los que se decidirá la elección; la localidad de Johnstown, en Pensilvani­a, es la primera de una serie de notas

- Rafael Mathus Ruiz

JOHNSTOWN, Pensilvani­a.– Raymond Kempisty se mudó a Johnstown para que Donald Trump permanezca otros cuatro años en la Casa Blanca. Retirado, Kempisty y su esposa dejaron su vida en Maryland, un sólido estado demócrata, y se instalaron en dos rincones del país donde se deciden las elecciones presidenci­ales: Pensilvani­a, donde Kempisty se anotó para votar, y Florida, donde lo hizo su esposa.

“Mi hermana y mis padres viven acá cerca. Siempre quise vivir en Johnstown, y ahora que estoy jubilado puedo. El acuerdo con mi mujer es que ella tiene una casa en Florida, y yo acá. Vamos a ir y venir”, explica, sentado al atardecer en el porche de su casa, en una calle arbolada en un barrio tranquilo y acomodado en las afueras de la ciudad.

“Cuando yo era chico, todo el mundo trabajaba en las acerías. Mi familia era toda acero. En esta vivían nuestros jefes, así que uno de mis sueños era vivir acá”, cuenta.

En Estados Unidos, un voto juega más en algunos estados que otros. Kempisty lo sabe. Nacido y criado en Johnstown cuando la ciudad era una de las glorias metalúrgic­as del país, Kempisty se unió a la Marina, y luego hizo carrera en el Departamen­to de Asuntos Veteranos en Washington. Su mujer, ingeniera, trabaja para la NASA. Reciente jubilado, Kempisty compró una casa en el barrio donde siempre quiso vivir, y adelantó su cambio de residencia para poder votar en Pensilvani­a: el estado exidustria­l ge tener el nuevo domicilio al menos un mes antes de la elección. Su voto le aportará más respaldo a Trump en un estado decisivo para el futuro de la primera potencia global.

En 2016, Trump llegó a la Casa

Blanca gracias a que arrasó en ciudades como Johnstown, desde donde construyó triunfos muy ajustados en Pensilvani­a, Michigan y Wisconsin, tres estados donde los demócratas confiaban en ganar, y que terminaron entregándo­le el colegio electoral a Trump. la nacion recorrió esos estados junto con Ohio para hablar con votantes, funcionari­os locales y empresario­s.

“Cuando yo era chico, todo el mundo trabajaba en las acerías. Mi familia era toda acero. Esta calle era donde vivían nuestros jefes, así que uno de mis sueños era vivir acá. La gente trabajaba duro, la gente estaba en los hornos, y la gente votaba a los demócratas. Eso no significa que votaron a los demócratas todo el tiempo, pero por lo general lo hicieron. Pero eran conservado­res”, describe Kempisty. “Ahora, los progresist­as alejaron del partido a los conservado­res. Y algunos de ellos se convirtier­on en republican­os”, cierra.

Johnstown, una ciudad donde antaño se forjó el acero de los tanques y los barcos que pelearon en las dos guerras mundiales, es un ícono del Rust Belt, o “Cinturón del Óxido”. En los años 70, más de 20.000 personas trabajaban en las acererías, y más de

65.000 vivían en la ciudad. Hoy, quedan menos de 20.000 habitantes. Además de los cambios que impuso la economía, la ciudad sufrió tres inundacion­es devastador­as en 1889,

1936 y 1977. El discurso de Trump caló hondo: en 2016, el magnate obtuvo el 67% de los votos del condado. Amy Bradley, presidenta de la cámara de comercio de Cambria, dice que antes de la pandemia del coronaviru­s tuvieron un pico de nuevos negocios, y se respiraba optimismo. Había un “resurgimie­nto”, afirma. Una imagen de los cambios: en una nave inque estaba abandonada, la empresa Hanging Gardens cultiva marihuana medicinal.

Al llegar a Johnstown, lo primero que llama la atención es la sucesión de carteles de Trump frente a las casas sobre la ruta. Por cada diez carteles de Trump, se ve uno de su rival demócrata, Joe Biden. Al recorrer la ciudad, otra imagen se repite: carteles en contra del aborto. Kempisty tiene uno en el jardín del frente de su casa, pero en la ciudad se los ve por todos lados. Johnstown es una ciudad conservado­ra donde la religión pesa mucho, y muchos votantes deciden su voto con un solo tema en mente: el aborto. “Mi padre es demócrata de toda la vida, pero hace años que no vota a un demócrata. Es un tipo al que le importa un tema, el aborto”, cuenta Kempisty.

Los escándalos no le importan a Kempisty. Y Trump no era siquiera su primera opción en 2016: su primer candidato era Bobby Jindall, y el segundo, Ted Cruz. Al final, votó a regañadien­tes a Trump. Este año, no. Lo votará convencido. “Solo miro acciones y resultados. Y la acción es que no hay guerras”, dice. Tras la charla, posa para la foto delante de un cartel en el jardín de su casa que muestra la foto de un bebé y un mensaje “a favor de la vida”.

Aunque es tierra de Trump, Biden hizo de todos modos una parada en Johnstown. La elección se pelea voto a voto, y Biden reconoció que aun si los demócratas vuelven a perder, “achicar el margen puede hacer una diferencia gigantesca”, lo suficiente como para dar vuelta Pensilvani­a.

Frank Filia, un músico de 85 años que creció en Johnstown, pero vivió gran parte de su vida en Las Vegas, es uno de esos demócratas. “Trump es un vago, y yo he estado rodeado de mafiosos”, se despacha Filia, mientras termina de leer el diario local en un café. Filia también volvió a la ciudad, a sus raíces, después de retirarse. Su desagrado por Trump despunta en cada una de sus frases. Le cuesta entender a los trumpistas, le cuesta entender por qué la gente le cree a Trump, porque cree sus mentiras, sacude su cabeza cuando se lo pregunta. Filia sabe que Trump se quedará con Johnstown, pero igual cree que Biden ganará. “Hay una mayoría silenciosa contra Trump –dice en voz baja–, mucha gente tiene miedo de poner sus carteles de Biden en los jardines, y por eso no los ves.

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Raymond Kempisty, votante de Trump
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rafael mathus ruiz Un típico pueblo trumpista de Pensilvani­a
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