LA NACION

Mafalda y las sopas. Un homenaje afectivo.

Odiado por el entrañable personaje de Quino, es un plato base que atraviesa todas las culturas y etapas de la vida

- Narda Lepes

Recuerdo que me podía identifica­r perfectame­nte con los personajes de todas las historias pero mi preferida, claro, era Mafalda. Yo siempre me sentí un poco ella y hasta una vez se lo pude decir en persona a Quino, medio groupie de mi parte. Sí, lo fui a “cholulear” y le dije que yo era Mafalda... salvo por la sopa. Porque siempre amé y aun amo las sopas, en todas sus formas. Me gusta lo que implican: el cuidado del otro, el aprovecham­iento de recursos. Las sopas son la comida que todos pueden comer. Así que, en mi humilde homenaje a Quino, escribo algunas líneas sobre la sopa que quizás no sabíamos.

Los humanos hacemos sopas desde hace 20.000 años. Así como leen. Se supone que es tan vieja como la historia de la cocina en sí: de hecho, se encontraro­n en una cueva en China “ollas” milenarias con marcas de fuego. También hay registro de que existía en ese entonces el acto de mezclar ingredient­es en potes de cerámica; se hacían sopas de lo que se encontraba: vegetales, huesos, frutos secos, hierbas. Todo lo que alimentara y nutriera, de fácil digestión, simple de servir y repartir. Algunos restos indican que las primeras sopas eran de grano y agua (como hoy comemos la avena). Tanto para sedentario­s como para nómadas. Adaptables a las estaciones o a lo que diera la tierra.

Todas las cocinas del mundo tienen sus sopas. Ligeras o espesas, densas o veraniegas. Primero se las hacía hervir con piedras calientes, hasta que más tarde se crearon recipiente­s que resistiera­n el fuego directo. Son ideales para convalecie­ntes o enfermos, niños y ancianos. Hay artículos que ubican el nacimiento de los restaurant­es en lugares donde el viajero paraba justamente a restaurars­e, a tomar un caldo, sopa o guiso. Eso era lo que podía estar siempre listo y disponible para el visitante.

En lo que respecta al nombre, encontramo­s distintas versiones. Mi favorita es de origen guaraní: soo-opa (“carne, no hay más”) y la otra, que es sup, zuppa o sope (europea), se refiere a mojar o ensopar una rodaja de pan con caldo.

Todas las culturas tienen una sopa de pollo o gallina, que se toma cuando nos sentimos mal o resfriados. En Estados Unidos, si un esclavo escapaba pudiendo llevarse una gallina, tenía buen augurio para la travesía, ya que podría tomar la sopa que lo ayudaría a sobrevivir. Hay sopas de gallina en Egipto, Colombia, China, Irán,

España, Francia: en todos se usa de la misma manera. También encontramo­s sopas frías en todas las cocinas, desde el gazpacho, el borscht en Rusia, avgalemono en Grecia, de yogur con menta y especias en Medio oriente, la vichyssois­e, las de coco, etcétera.

Hoy las sopas o caldos base son parte de las mejores cocinas del mundo: brodos, bouillons, dashi, caldo madre, son las preparacio­nes que más cuidado llevan y hacen la diferencia en la calidad de cualquier plato.

Haciendo sopas y caldos extraemos la esencia de las cosas. Su sabor de fondo. Los huesos, las pieles de las cebollas, las cáscaras, los tomates pasados, el pan de ayer, las hojas mustias de los vegetales. Haciendo sopa no tiramos nada. Puede ser comida de reyes o “desayuno del pueblo” en muchos países; puede estirar una comida cuando hay escasez, en invierno darnos calor y en verano refrescarn­os.

También es símbolo de abundancia en nuestro litoral, donde se festeja el Karaí de octubre. La leyenda dice que todos los 1 de octubre pasa el duende de la escasez y que si ve miseria en el pueblo, traerá mala cosecha. Por eso colectivam­ente se prepara el Yopará, una sopa espesa donde todos ponen algo para que quede lo más colorida posible: zapallo, porotos, maíz, entre otros. Tiene algún punto en común con el cuento de la sopa de piedra, donde un viejito llega al pueblo y prepara una sopa de piedra, pero todos terminan sumando algo y haciendo una gran sopa exquisita. Al otro día, terminan lamentando la partida del viejo y su piedra con la que hacía la sopa que, según creen, no podrán volver a tomar.

Podemos hacer una rica sopa en 25 minutos, un caldo para ramen inolvidabl­e que tarde 72 hs, recuperar el de un puchero, hacer sopas de cosecha (como la de tomates), caldos para sopa de pescado, y sentirnos mejor con un caldito de pollo a la reina. Con tropezones, líquidas y densas, las comimos enlatadas, en polvo, deshidrata­das o recién hechas. La sopa acompaña las primeras y últimas comidas de una persona.

El impacto y la huella que deja la sopa en nuestra historia no lo hace ningún otro plato. Nada esta tan presente ni atraviesa tantos siglos ni a todas las culturas. No importa cuando leamos esto. En definitiva, la sopa tiene sus fanáticos que siempre seguiremos pidiendo “zo-zo-pita”, como Guille. Aunque a Mafalda no le guste.

Puede ser comida de reyes o “desayuno del pueblo” en muchos países

Acompaña las primeras y últimas comidas de una persona

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