Elia Gasparolo. “Me apasiona ver hasta dónde puedo exigirles a los materiales”
Inspirada en el bioarte, diseñó un vestido con las cáscaras de las mandarinas que comió durante estos meses de aislamiento
Con la cáscara de las mandarinas que comió durante la cuarentena, Elia Gasparolo diseñó un vestido. La artista visual nacida en Godoy Cruz, Mendoza, hilvanó con hilo y aguja los pliegues de su propia memoria emotiva. Y recuperó el aroma de los cítricos que mojaba en el café junto a su abuela Pola. Modista, mujer de “tierra adentro”, Pola atesoraba los moldes de la revista Burda que ahora forman parte del legado familiar. Esos patrones fueron el punto de partida para la investigación sobre biomateriales que Gasparolo profundizó en su departamento porteño, junto a sus dos hijos. Convirtió su living en laboratorio y desarrolló una línea de accesorios que maridan con el vestido: collares de pétalos de vino, papa y romero y lavanda. Una colección que floreció en primavera, con los descartes de la comida del invierno. Un viaje experimental hacia su propia infancia, donde la conexión con su abuela afianzó el vínculo vía video llamada. Gasparolo estudió en la Universidad Nacional de las Artes, colaboró en distintas muestras de bioarte, creó robots con inteligencia artificial y actualmente integra el equipo de trabajo del artista Gaspar Libedinsky.
–Las mandarinas como puente a un tiempo y espacio de tu niñez te conectaron con recuerdos. ¿Cómo fue este proceso en el contexto de la cuarentena?
–Me interesan las propiedades de los materiales y sus limitaciones.
Me apasiona ver hasta dónde se les puede exigir. A medida que iban pasando los días me di cuenta de que ciertos objetos tenían el poder de conectarme con ciertas experiencias de la niñez que me producían añoranza. Y las mandarinas, puntualmente, funcionaron como constelaciones. Me llevaron directo a la casa de mi abuela y a esas tardes donde mojábamos los gajos de mandarinas en el café. Siempre fui fanática de las mandarinas. A ese fragmento de mi memoria luego se sumaron otros materiales: arcilla, lavanda, tilo, papa y vino.
–¿Cuánto tiempo te llevó el desarrollo del vestido y cuántas mandarinas requirió el molde?
–Casi tres meses demandó este modelo que no tiene broches ni cierres. Está cosido a mano. Utilicé la cáscara de 80 mandarinas que fuimos guardando en la heladera. No hacen falta grandes cantidades para elaborar biomateriales, ya que la fórmula es casera. En este caso, el bioplástico fue realizado con una mezcla de agua, gelatina y glicerina vegetal. Lo más complicado fue secar la mezcla porque entre la lluvia y la humedad se complicaba el proceso. Como el ténder del lavadero me quedó chico también usé la terraza del edificio. Los vecinos colgaban las sábanas, yo disponía mis biotextiles anaranjados, en tonalidades diferentes porque las cáscaras son todas distintas.
–¿Qué otros descartes de alimentos utilizaste?
–Papa, romero, malbec, lavanda y tilo. También arcilla. Todos remiten a mi infancia en Mendoza. Con estos ingredientes desarrollé biocueros, a base de almidón de maíz, agua, glicerina y vinagre, que es el componente que rompe la célula del almidón. El lenguaje es muy simple, la textura es muy delicada. La idea fue reducir los descartes de nuestras propias comidas, para no generar otra industria y contribuir a un impacto ambiental mínimo. Del vino, por ejemplo, sólo usé medio vaso y con dos papas fue suficiente para confeccionar el collar. En Mendoza es muy común tomar vino caliente con especias, sobre todo en invierno. Mi abuela le ponía clavo de olor. Así llegué a otro de los modelos, que también me llevó sin escalas a su casa. El resultado es una textura liviana y transparente. El resto de los ingredientes salió de las plantas aromáticas que cultivo en el balcón, como lavanda y romero. Y de lo que quedaba de los saquitos del té de tilo, que es lo que aporta el tono tornasolado.
–Tejido conectivo es el nombre de tu exploración material, ¿A qué remite?
–A una gran constelación familiar. Tomo clases de astrología y durante los cursos por Zoom suelo fabricar estas telas. La fuerza de la tierra, la flexibilidad y el signo Escorpio aparecen muchísimo. La arcilla que utilizo también refiere a mi tierra y el tejido conectivo, que es el que sostiene órganos como una piel muy profunda, a mi mamá que es médica. Me interesa seguir abordando las tecnologías ancestrales que generan nuevas miradas. Detenerme en los procesos es clave. Recuerdo que de chica me apasionaban los gusanos de seda, observar cómo las larvas se convertían en mariposas.
–Le sacaste el jugo a la cuarentena, en todo sentido…
–Totalmente. Me permitió profundizar la relación con los ciclos de la naturaleza y los tiempos. Y estudiar. Daniela Lucena, investigadora, me acercó riquísimo material bibliográfico sobre sustentabilidad, moda y sociología que devoré en el aislamiento. Una vez que pase esta pandemia tendremos una mirada distinta. Nada será igual, a pesar de que vuelvan ciertos hábitos. La cuarentena nos dio la oportunidad de vivir nuestra propia piel. Espero que el proceso tenga un buen impacto.
–Participaste en la muestra Destellos de Naturaleza, de Joaquín Fargas y desarrollaste robots para Glaciators, la primera Bienal de la Antártida. Además, el robot que protagonizó la expedición por el Desierto de Atacama fue exhibido en Maker Faire Rome y Robotika. ¿Cómo se articula el trabajo de los biomateriales con la robótica, el arte y otras disciplinas?
–Siempre me interesó la investigación y el cruce interdisciplinario, sobre todo en el campo del bioarte. Ahora planeo desarrollar un sitio que funcione como una materioteca, donde compartir con el resto de colegas y artistas los avances de las investigaciones. Un espacio de código abierto para que cualquier persona interesada pueda descargar las recetas.
–¿Cuál es tu función en el equipo del artista Gaspar Libedinsky (artista visual, arquitecto y curador)?
–Integro su estudio desde 2019 junto a un grupo interdisciplinario maravilloso. Ahora estoy a cargo de la producción de la muestra retrospectiva 2010-2020, prevista para inaugurar en el Museo de Arte Decorativo en 2022. Es una expo muy ambiciosa, con mucha obra. Estoy desarrollando un móvil con libélulas de aluminio para rodear la escultura de la antecámara. Va a ser muy impactante.
–¿Qué dijo tu abuela del vestido y los accesorios?
–¡Que cosía muy bien! Se mataba de risa, siguió todo el proceso y me aconsejómucho.ella,asumanera,fueuna hacedora, una maker (en referencia a la cultura del Do It Yourself). Hoy todos podemos ser makers.
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