Irlanda, una isla de grandes escritores en todos los géneros
Una reciente antología de cuentos de William Trevor, autor celebrado en el mundo anglosajón pero poco conocido en español, permite reconsiderar el papel central del pequeño país europeo en la narrativa del último siglo
Una antología de William Trevor permite reconsiderar el papel central del país europeo en la narrativa del último siglo
Cada cierta cantidad de años, ese modesto país europeo de apenas cinco millones de habitantes llamado irlanda protagoniza una suerte de milagro, generando la ilusión de que su realidad se ha impuesto por sobre la de sus contendientes o directamente el resto del planeta. Que ese triunfo sea irrefutable (la banda de rock U2), hiperbólico (la selección de rugby) o incluso ilusorio (la economía) es una cuestión bien distinta, que sin duda merecería otro contexto y otro desarrollo periodísticos. lo cierto es que el gen milagroso parecería ser parte del adn de la isla, como propuso un extraordinario ensayo publicado hace algo más de una década llamado La invención de Irlanda. Su autor, Declan Kiberd, intentaba responder en él –y lo hacía con todas las cartas a su alcance– cómo había sido posible que un país tan pobre, sometido y atrasado generara en apenas un par de décadas del siglo XX un corpus de escritores tan poderoso en las diversas ramas de la literatura, que marcaría definitivamente la cultura occidental reciente. Entre las respuestas que Kiberd desplegaba había una que funcionaba como núcleo del asunto: la literatura de la isla no había sido producida a pesar de la suma de factores que ahogaban a la incipiente irlanda, sino precisamente gracias a ello, en un acto de resistencia y de reafirmación de su identidad.
En efecto, nada sería igual para la contemporaneidad en los terrenos de la poesía, la narrativa, el teatro sin la influencia devastadora de plumas tan fundamentales como las de oscar Wilde, George Bernard Shaw, William Butler Yeats, James Joyce o Samuel Beckett (al margen, desde luego, de que buena parte de esa literatura se haya producido antes de la independencia irlandesa, que tiene apenas un siglo, y fuera de la isla). Esa suerte de dinastía, a cuyo alrededor orbitaba algún genio menor de la talla del inimitable e hiperimitado Flann o’brien, se prolongaría a través de las décadas en autores tan singulares como iris Murdoch, Edna o’brien, el poeta Seamus Heaney, el muy actual John Banville y William Trevor (1928-2016).
El caso de Trevor, de quien el sello Edhasa acaba de editar una antología mínimamente ilustrativa de su muy extensa obra, es bastante particular. reverenciado en el hemisferio norte desde hace largo tiempo –murió a los ochenta y ocho años–, ha circulado en cuentagotas en español. De hecho, sus relatos apenas han sido traducidos. De los trece incluidos en estos Cuentos selectos, cuatro de ellos pertenecen al portentoso Una relación perfecta, uno de los dos últimos libros originales que Trevor publicó en vida (el otro es la novela Verano y amor). En conjunto, la sensación que producen es abrumadora no solo por la cantidad de notas diferentes que parece tocar en cuanto a temas, contextos y relaciones, sino por el dominio absoluto del tono de sus narraciones, casi imposible de reducir o clasificar, así como por la ausencia total de impulsos efectistas. lo que Trevor hace constantemente es frustrar las expectativas que él mismo genera, moviéndose en una suerte de medianía –vale la pena señalarlo, a riesgo de estar revelando demasiado– en la que nada termina de explotar y, en esa tensión siempre mesurada, encuentra espacio para la sensibilidad y la agudeza.
Más allá de la llamativa cantidad de desajustes en cuanto a edición e incluso traducción, esta selección de cuentos es una fervorosa muestra del talento único de Trevor para acompañar silenciosamente a sus personajes, para hurgar de manera siempre pudorosa en su intimidad y escucharlos susurrándose a sí mismos en busca de algo que los salve. En “El día del General”, el título funciona como un anzuelo que luego la triste rutina de su protagonista se ocupará de desmentir; en “Después de la lluvia”, un viaje reemplaza a otro que Harriett ya no hará, y los ecos del pasado traen alguna posibilidad de redención, pero en esencia y sobre todo fantasmas renovados; en esa pequeña y sutil joya que es “Haciendo trampa jugando canasta”, la atemporal Venecia actúa como el símbolo del pasado feliz pero asimismo de lo que ahora, con una esposa enferma, para Mallory ya no puede repetirse. Siempre hay en Trevor algún espacio para la compasión, pero también la intuición de que lo mejor ya ha pasado, o que nunca llega.
¿Qué otros irlandeses vale la pena conocer, por fuera de Trevor y los grandes nombres totémicos (Yeats, Joyce, Beckett) citados al comienzo? contemporáneo de Trevor, John Mcgahern (1934-2006) es otro de los grandes escritores irlandeses recientes, todavía más sombrío que aquel y que se mueve en un ambiente por lo general más rural y precario, y por eso más asfixiante y más violento.
asícomoloscuentosdemcgahern –los relatos completos fueron publicados por adriana Hidalgo, que también dio a conocer La oscuridad– casi no dan respiro, como si transcurrieran todos ellos en un campo minado, los de su compatriota claire Keegan (Wicklow, 1968), autora de escasísima pero soberbia obras, trabajan su imaginario suburbano en una tensión suspendida, constante pero asordinada, a la que el frecuente adjetivo de “carveriana” (por raymond carver) refleja solo muy parcialmente. Basta leer los cuentos incluidos en Antartida (Eterna cadencia).
Situado en un vértice muy distinto del mapa literario irlandés, la característica elegancia de John Banville –El mar, Antigua luz– se acerca a Mcgahern, pero sobre todo a Trevor en el territorio de la melancolía que algunos irlandeses conocen y saben frecuentar como nadie.
los cuentos de William Trevor en todo caso recuerdan, y hacen creer, como aquellos grandes nombres que iniciaron el reinado de la literatura irlandesa, que a veces es posible darle pelea a los más poderosos –ingleses o norteamericanos, en este caso– en su propio terreno e, incluso, en su propia lengua.