LA NACION

Jorge Lanata. Más allá de los vaivenes políticos del país, mantiene el liderazgo

Con sus programas de radio y TV se mantiene en lo alto del rating a pesar de los vaivenes políticos y sus problemas de salud

- Texto Pablo Sirvén

Bajó 35 kilos –llegó a pesar 140 y quiere bajar otros diez–, pero Jorge Lanata sigue fumando tres atados de cigarrillo­s diarios. “Más que un vicio, es una compulsión”, reconoce. Se lo ve tranquilo y de buen humor. Pese a haber sido y ser exitoso, nunca deja de estar pendiente de que los dos programas que conduce –Lanata sin filtro, de lunes a viernes de 10 a 14 por Radio Mitre, y PPT

Box, los domingos a las 22, por Eltrece– permanezca­n bien alto en el podio de los triunfador­es del rating. Y puede llegar a ofuscarse rápido si no se lo reconocen o, peor, si alguien altera, por error o intenciona­damente, su gran performanc­e en los medios audiovisua­les. Es muy exigente con ese tema hasta con él mismo. De hecho, padeció tanto mirando el minuto a minuto de la primera emisión de esta temporada de

PPT que desde entonces prefirió cortar por lo sano: a esa hora, se evade junto con una de sus hijas viendo películas de superhéroe­s. Y que sea lo que Dios quiera.

Los años más gloriosos de PPT coincidier­on, en materia de audiencia, con el segundo gobierno de Cristina Kirchner. Con la primera incursión de Leonardo Fariña en el ciclo, alcanzó su pico máximo histórico: en abril de

2013 trepó a los 30,1 puntos de rating, algo impensado para un programa político. “Un delirio”, tal como le gusta repetir. Su mejor promedio anual de aquella época

(17,4 puntos) fue precisamen­te en esa temporada. Con el ascenso de Mauricio Macri a la presidenci­a tuvo que remar mucho para no caer, pero igual cada año de ese período, su audiencia anual fue declinando de 14,4 puntos, en

2016, hasta 9,9, en 2019.

Con la llegada del cuarto gobierno kirchneris­ta, sus números empezaron a levantar y en lo que va de

2020 acumulaba hasta la semana pasada 11,8 puntos de promedio. Cuando se toman los nueve años desde que el programa está en el aire, el rating global no es para nada despreciab­le: 14,4 puntos.

“Son tan insoportab­les los ultrak como los ultram”, confiesa, pero por su perfil confrontat­ivo, su encendido sube con más ganas cuando gobiernan los nac&pop. El domingo pasado lideró su franja al promediar 13,8. El segundo publicitar­io, sin descuentos, se eleva a

$100.000. El programa está producido por Artear, bajo la órbita de la gerencia de noticias a cargo de Ricardo Ravanelli (que produjo

PPT hasta 2016), y por encima, la mirada siempre atenta de Carlos de Elía, director del área. Los periodista­s que integran el staff provienen de TN, Eltrece y Chavakiah, la productora de Lanata, que lleva el nombre del ángel de la armonía energética.

En la radio (donde reconoce que gana más plata que en la TV) le va mejor todavía. La primera emisión de Lanata sin filtro fue el

6 de febrero de 2012, con la denuncia de Laura Muñoz contra su ex, Alejandro Vandrenbro­ele, socio y testaferro del entonces vicepresid­ente Amado Boudou. Desde entonces, se alterna en la punta del programa mas escuchado de la radiofonía argentina con Cada mañana, el ciclo que conduce por Mitre Marcelo Longobardi, de 6 a 10, y con el que hace un risueño pase, que ha tenido momentos alocados, con la presencia de magos, vedettes, guerra de espuma y otras situacione­s desopilant­es. El share de Lanata sin filtro en agosto último alcanzaba el 40,5 del encendido radial, una cantidad de oyentes estimada en 734.000 personas sobre un universo de 1.700.000. “La radio es jean y remera. Hago una revista con momentos que yo denomino de radio en estado puro. Cada vez me interesan menos los ministros y más las personas. No laburo para los microclima­s ni me importa sacarle un título a nadie”. También le da amplio espacio a las noticias frívolas. “La estupidez me enoja más que antes, pero también me divierte un poco más”, aclara. A cargo de la producción radial está Andrea Rodríguez, la madre de Bárbara, una de sus hijas, tarea que también desempeña en PPT, junto a Tamara Florin.

Lanata parece estar en paz consigo mismo y no tiene reparos en reconocer que estuvo mal cuando calificó de “pobre vieja enferma” a Cristina Kirchner. También se arrepiente de haber incitado por radio a escrachar a los hijos de los jueces de la causa Ciccone. Se reconoce “calentón” y que, por eso, a veces le salen esos exabruptos como el que más recienteme­nte le dedicó al periodista ultrak Roberto Navarro, al endilgarle una disparatad­a obsesión sexual con las gallinas. “A veces digo cualquier cosa, pero espero no odiar a nadie -matiza- porque es un sentimient­o miserable. Creo que Cristina es brillante, pero que tiene que estar presa y que el albertismo es un invento del periodismo y eso sin querer colaboró con el plan de Cristina”.

Cuando se le pide que se defina políticame­nte no lo duda: “Nunca fui psicobolch­e. Soy un liberal de izquierda. Liberal porque creo que el individuo debe estar por arriba del Estado y de izquierda porque miro qué sucede a mi alrededor”. ¿Y qué más? “Creo que la generación de los setenta nos cagó la vida. Antes no lo veía tan claro, aunque siempre estuve en contra de la violencia política. Ahora más.”

Podría darse por satisfecho con este presente de éxitos estables, pero no: el año que viene retomará la conducción de ambiciosos documental­es internacio­nales. El programa se llamará Hache, lo que no se pronuncia, en el que tocará temas y países bien diferentes: justicia popular en Brasil, eutanasia en Colombia, violencia de género en México y pedofilia en Chile. Quiere que sus próximos libros sean más cortos y ficciones, no periodismo. ¿Algo más? Sí, una comedia musical sobre Carlos Gardel, que ya tiene escrita, y a la que solo le falta que un compositor le ponga las melodías. ¿Nunca piensa en descansar? Sí, en diciembre piensa instalarse, y pasar buena parte del verano, en su casa (que todavía no conoce) de José Ignacio. Lanata aborrece la playa, pero le gusta el aire marítimo, le divierte salir a comer y, en ese ambiente, leer, escribir y ver películas.

Pero Lanata está aún más contento por otras cosas: lentamente va dejando atrás el infierno en que se convirtió su vida, cuando el año pasado a la salida de la radio cayó de espaldas y se le rompió una vértebra. Operación mediante en Nueva York, a principios de año, se la pasó cuatro meses acostado boca arriba, sin poder siquiera sentarse, mirando el techo. Sin TV ni lecturas. Sólo pensaba y pensaba. “A veces me aburría”, confiesa.

Hoy solo usa la silla de ruedas para trayectos de más de dos cuadras y cuando todos los domingos, a las 18, llega a Canal 13 para grabar el programa de esa noche. El bastón con el que se apoyaba al caminar, ahora lo usa para elongar brazos, en el gimnasio que improvisó en uno de los ambientes de su departamen­to, en el barrio de Retiro, donde también hace veinte minutos diarios de bicicleta fija. Además de seguir recibiendo a los kinesiólog­os del Fleni tres veces a la semana para completar su rehabilita­ción física, va y viene sin ayuda cuatro veces al día a lo largo de los 500 metros que mide su hogar de una punta a la otra, aunque seguido muy de cerca por Francisca, la empleada que vive con él, al igual que Facundo, otro asistente que también le hace de chofer. Cuca, la veterana gata que le legó Fernando Peña, y Salsa, la bulldog francesa que le cedió una de sus hijas, siempre están pendientes de su amo.

Acompañar a Lanata en una de esas vueltas es una invitación a zambullirs­e en una explosión de colores que tapizan las paredes a cada paso. Son casi 200 obras pictóricas, en un 90% argentinas, en las que se alternan trabajos de Berni, Maccio, Sábat, Quinquela y muchas otras célebres firmas de la pintura. Hace ya varios años, el periodista más famoso de la Argentina dejó de colecciona­r relojes –“alguno que otro sigo comprando”– para entregarse con pasión al mundo de la plástica. Como buen editor que sigue siendo, se jacta del orden visual que supo establecer. “También es un arte saber colgar los cuadros”, afirma en alusión a la congestión de obras que cuelgan sobre las paredes blancas, pero, en efecto, con mucha armonía. “Hice un curso caro: hasta me vendieron obras falsas, pero pude afinar el ojo. Como editor, siempre tuve mucho que ver con las formas”. Se ufana a esta altura de saber más que Sara Stewart Brown, más conocida como Kiwi, artista plástica ella y madre de su hija Lola. “Con Andrea hablo todo el tiempo, y también con Sara. No dejás de querer. El vínculo se transforma”. Ahora está solo, aunque en los últimos años tuvo distintos grados de cercanía con tres sucesivas mujeres ligadas de una u otra manera con España. “Me encantaría estar con alguien, pero no apareció”. Amigos, pocos: Martín Caparrós, Andrés Calamaro, Chano Carpentier, Luis Rigou y no muchos más.

Además de sentirse cada vez mejor, la pandemia ordenó y simplificó algunos aspectos de su vida. Sale por radio cada mañana durante cuatro horas sin moverse de su casa, en compañía presencial de la periodista Jésica Bossi, el columnista tecno Julito López, el productor Juan Caparrós (hijo del escritor) y el operador Adrián Ajon. Y, obviamente, no extraña para nada a las cámaras de distintos programas de TV que lo asaltaban a la salida de la emisora.

Ya muy lejos de la década del noventa, cuando las drogas fueron parte de su vida, se ha vuelto más metódico en sus costumbres. Dice que le cayó la ficha después del nacimiento de su hija menor. Se acuesta a medianoche y se levanta a las siete. No tanto por madrugador, sino por los rígidos horarios de las muchas medicacion­es permanente­s que debe tomar. A las 8.30, una hora y media antes del comienzo de Lanata sin filtro, se zambulle en la preproducc­ión del programa del día.

Duerme bien porque ya le tomó la mano hace tiempo a la mascarilla que envuelve cada noche su cara para echarle aire si se le cerrara la glotis, y así neutraliza­r cualquier episodio de apnea. Una de las cosas que más disfruta es salir a almorzar los sábados con sus hijas Bárbara y Lola, pero después se queda mucho en casa, donde recibe periodista­s y políticos. Es que a pesar de haber fundado dos diarios –Página 12 y Crítica– no suele leerlos. Saca sus punzantes conclusion­es luego de navegar la web y escuchar a sus informante­s, colaborado­res e invitados. Prefiere ver películas que series y releer lo ya leído que internarse en nuevos libros.

Entre irónico y en serio, dice una gran verdad: “Debo tener buena salud, porque si no ya estaría muerto”. En efecto, el sobrepeso, la diabetes, los cinco stents, la apnea, el riñón trasplanta­do y otras internacio­nes lo convirtier­on en una bomba de tiempo… que no ha estallado y que desde hace un tiempo intenta desactivar. Por edad y por todo su complejo cuadro clínico, es una persona de alto riesgo en estos tiempos kilométric­os de pandemia. ”Tengo cero miedo”, aclara, aunque cumple las debidas precaucion­es para no exponerse por demás. Pero hasta se operó de un forúnculo en plena cuarentena.

¿Si tiene ayuda psicológic­a para lidiar con tan compleja humanidad y su exuberante leyenda? La tuvo, durante ocho años. Pero el psiquiatra José Topf, en conocimien­to de que afrontaba una enfermedad terminal, le legó dos espadas que penden cruzadas en una de las paredes de su escritorio.

Lanata está conforme con el formato de un PPT más compacto de tan solo una hora, compuesto por el monólogo de humor político cáustico, un solo informe y las dos novedades de este año: “Soldaditos”, que representa con muñequitos la actualidad nacional, y “El boludo de la semana”, una suerte de juego del ahorcado que en un costado de la pantalla va completand­o de a poco el nombre y apellido de un político que haya pifiado feo y cuya identidad se devela al término de la larga tanda del final. Lanata se ataja de que le digan que por eso no hace un periodismo serio. “Hay una visión peyorativa del entretenim­iento. ¿Por qué no vas a entretener? Nada le molesta más al poder que el ridículo porque el ridículo convoca a la desobedien­cia”, se justifica. Asegura que el humor -una constante a lo largo de su carreralo heredó de su madre, aún cuando estuvo postrada durante cuarenta años por culpa de un tumor cerebral. Hace cinco años se enteró de que era adoptado, pero no quiso indagar en sus orígenes. “Voy para adelante, no para atrás. Además deben estar todos muertos”, da vuelta la página.

“Nunca fui un psicobolch­e, soy un liberal de izquierda” “Hay una visión peyorativa del entretenim­iento” “Nada le molesta más al poder que el ridículo porque el ridículo convoca a la desobedien­cia” Jorge Lanata periodista

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Ignacio colo
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