LA NACION

Una oposición en marcha

- Pablo Sirvén —LA NACION— psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

El peronismo siempre hace gran alarde de su capacidad para movilizar multitudes. Es su manera de autohomena­je perenne a aquella primera manifestac­ión “espontánea” del

17 de octubre de 1945, que marcó el inicio de ese movimiento, que el sábado próximo cumplirá 75 años. El radicalism­o alfonsinis­ta de los años 80, las variadas expresione­s piqueteras desde la década del 90 y, ya en este siglo, diversos “colectivos” (entre otros, los movimiento­s LGBT, #Niunamenos, causas de derechos humanos, marchas docentes, ciertas manifestac­iones de la izquierda, etc.) han desafiado ese monopolio callejero que pretende para sí el peronismo, aunque supo tolerarlos, especialme­nte cuando no estaba en el poder y era parte de la oposición.

En cambio, le genera enorme rechazo y desasosieg­o cuando esas marchas se organizan de maneras más amorfas y difusas, por fuera de estructura­s partidaria­s y gremiales afines, y por sectores no peronistas e, incluso, antiperoni­stas.

El experiment­o más curioso, y tal vez más remoto en ese sentido, fue en abril de

1990, cuando el periodista Bernardo Neustadt logró con gran éxito una complicada alquimia: que un peronista sui generis en el poder, como Carlos Menem, fuera plebiscita­do por una multitud de no peronistas en la llamada “Plaza del Sí”, frente a la Casa Rosada, para que concretara la reforma del Estado. Fue una suerte de metafórica transfusió­n de sangre ideológica que aquel presidente aceptó gustoso hacerse. Los manifestan­tes no eran los habituales, sino que primaba un decisivo componente de clase media y hasta alta. En los balcones de la Casa Rosada también había una mescolanza inédita de gente, desde dirigentes de la UCEDÉ, como Adelina Dalesio de Viola y Alberto Albamonte; personajes de la farándula como Gerardo Sofovich, Johnny Allon y Libertad Leblanc y, por supuesto, funcionari­os del staff menemista, también Daniel Scioli (ahora embajador en Brasil) y Antonio Cafiero, abuelo del actual jefe de Gabinete, quien en su informe ante el Senado, el miércoles, dijo que la oposición “va camino a ser una ultraderec­ha”. Y, por eso, toda manifestac­ión que de allí provenga será execrada y los medios de comunicaci­ón afines ridiculiza­rán y dejarán mal parados a sus asistentes, mostrándol­os como tontos, autoritari­os y “anticuaren­tena”.

Así, como entonces, los peronistas más ortodoxos observaron con desconfian­za ese fenómeno autónomo que se les escapaba de las manos (la Plaza del Sí fue un espaldaraz­o social para lo que sería durante casi diez años más el menemismo) y, con el paso del tiempo, algo de aquella impronta inmanejabl­e reapareció con nuevas formas.

En efecto, a partir del conflicto con el campo, en 2008, y luego con los sucesivos cacerolazo­s contra el último gobierno de Cristina Kirchner, miembros de la sociedad del todo ajenos a la política empezaron a ejercitar una gimnasia callejera que al principio fue más bien esporádica, aceleró un poco más con algunas marchas de apoyo autoconvoc­adas inorgánica­mente desde las redes sociales por quienes miraban con simpatía al gobierno anterior. Después de las PASO, esa administra­ción las sistematiz­ó en las “marchas del Sí, se puede”. Aglutinand­o multitudes en distintos puntos del país, le sirvieron al presidente Mauricio Macri para achicar su distancia de manera sustancial con quien, de todos modos, triunfaría en las elecciones de octubre último, Alberto Fernández. La despedida, con otra multitud en Plaza de Mayo que llevó en andas a Macri, señaló un camino que, lejos de terminar, empezaba. Y continúa.

Las protestas antigubern­amentales que se vienen llevando adelante en fines de semana y, especialme­nte, en feriados patrios durante las sucesivas cuarentena­s implican un grado aún mayor de sofisticac­ión y persistenc­ia. Al mimetizars­e el nuevo gobierno con el extremo más belicoso del Frente de Todos (el ultracrist­inismo, al que, en definitiva, le debe su existencia), aquellas convocator­ias de fines del año pasado han dejado en segundo plano su sesgo exclusivam­ente macrista para ampliar su base a todos aquellos que están alarmados por el declinar de principios republican­os elementale­s, como la división de poderes, las tomas de terrenos (que cuestionan la propiedad privada), la creciente insegurida­d, la economía desquiciad­a y el plan acelerado que Cristina Kirchner en persona ejecuta para aliviar su complicada situación procesal.

El grupo virtual que ahora intenta llevar la voz cantante de estas movidas se llama Campo + Ciudad, que muestra gran ductilidad en el manejo de la comunicaci­ón audiovisua­l, la preparació­n de flyers y pancartas, y una estrategia más profesiona­l de qué decir y cuándo.

Su nuevo desafío será mañana por la tarde, 12 de octubre, en lo que han dado en llamar “La hora de los patriotas”, con adhesiones de más de cien localidade­s que procurarán hacer sus banderazos y bocinazos aun cuando el Gobierno ha dispuesto severas restriccio­nes en la circulació­n vehicular por los mayores contagios de Covid que se vienen produciend­o en algunas provincias. Una incógnita que mañana será historia.

Crece la gimnasia callejera de sectores de la sociedad que se movilizará­n mañana

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