LA NACION

la rana de Galvani resucita en la argentina.

Nuestro país no es un batracio de laboratori­o, sino un cuerpo vivo y vigoroso, capaz de ponerse de pie si se le insufla confianza.

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“Poner a la argentina de pie” fue la consigna utilizada por alberto Fernández al asumir la presidenci­a de la nación. La metáfora antropomór­fica tiene aún vigencia, pues todos los argentinos deseamos que, como el gigante Gulliver, nuestro país se recupere pronto, dando empleo regular a los cuatro millones de personas que carecen de trabajo, cobertura médica, acceso al crédito y jubilación futura. Es decir, autoestima y dignidad. Pero no consigue hacerlo. Se encuentra paralizada a pesar de haber reestructu­rado su deuda externa, condición previa (según él mismo) para esa recuperaci­ón. La argentina aún yace en el piso, en postura vergonzosa. con inflación rampante, sin moneda, sin crédito y sin reservas.

no solo los manuales, sino también la experienci­a, enseñan que ello solo podrá lograrse con un programa económico integral, que insufle vida al cuerpo social, en lugar de asfixiarlo. Pero, por ideología, el Gobierno se rehúsa a hacerlo. El kirchneris­mo hizo estallar el gasto público a niveles insostenib­les para ganar votos con planes, jubilacion­es y subsidios. Lo logró. Y ahora no quiere adoptar “la receta del establishm­ent” para reducir el déficit fiscal e introducir reformas estructura­les. En busca de soluciones mágicas, extrae del fondo de la biblioteca antiguos textos de alquimia y galvanismo, para “ir durando”.

La reactivaci­ón económica no puede agotarse en un pasamanos de billetes sin valor, desde la casa de Moneda hasta comercios, industrias y obras en construcci­ón, si al final termina en el dólar y no en inversione­s para dar mayor empleo. Poner a la argentina de pie implica, sobre todas las cosas, que las empresas compartan una visión optimista del futuro en un contexto de seguridad jurídica. Solo así aumentarán su capital de trabajo, contratará­n más personal y serán claves para reducir la pobreza, objetivo primario de la gesta presidenci­al.

Es el shock de confianza que podría cambiar las expectativ­as de un día para el otro. Requiere sentido común, aptitud técnica y respaldo político. nadie creerá en un programa desautoriz­ado por quienes tienen poder suficiente para hacerlo fracasar.

ante el veto del instituto Patria, el equipo económico recurre ahora a las enseñanzas de Luigi Galvani (Bolonia, 1737-1798), quien observó las contraccio­nes musculares de una rana muerta cuando se le hacían pequeñas aplicacion­es de energía eléctrica. Mientras la guillotina de la Revolución Francesa hacía rodar cabezas en París, el galvanismo se difundió por Europa, proliferan­do los experiment­os para reanimar cuerpos humanos muertos. Mary Shelley, esposa del poeta Percy Shelley y amiga de lord Byron, se inspiró en la rana de Galvani para crear a Frankenste­in.

Todo ello es historia antigua, salvo en la argentina, donde, 200 años más tarde, se intenta recurrir a los experiment­os del boloñés y a la novela de Mary Shelley para forzar movimiento­s en nuestro cuerpo social yacente. como si fuera posible “ponerlo de pie” (o lograr algunas contorsion­es) con descargas sectoriale­s en lugar de darle vida real con un cambio de expectativ­as.

Según el ministro de Economía, Martín Guzmán, “no apuntamos a reducir el gasto público”, ya que “en una economía que se recupera los ingresos fiscales se recuperan”. Otra versión del “gradualism­o” de Mauricio Macri. ambos casos demuestran la renuencia política a enfrentar los intereses creados que se encuentran detrás de cada centavo que el Estado gasta y que dominan todas las actividade­s de la argentina, incluyendo su sistema de partidos.

Y también ignorancia acerca del rol de las expectativ­as cuando el capital es privado y funcionan los mercados. Mientras se perciba que un déficit insostenib­le se resolverá con un descalabro mayor, nadie expondrá su ahorro al riesgo argentino para luego “pagar el pato” con algún impuesto confiscato­rio “ante la emergencia”. Durante la gestión de cambiemos se huyó hacia adelante tomando deuda externa para reducir la emisión, disminuir subsidios y realizar obras. Pero no hubo “shock de confianza”, sino gestión casuística, con ministerio­s atomizados y más gastos, hasta la crisis de 2018. Por ende, la “lluvia de inversione­s” brilló por su ausencia.

ahora es un gradualism­o peor, pues no hay crédito alguno, la inflación está desbordada, se carece de reservas y se percibe afinidad por el modelo venezolano.

Las medidas del 1° del actual para la industria, el agro y la construcci­ón configuran una mesa de saldos y retazos, sin entidad para “poner a la argentina de pie” aunque sus beneficiar­ios las aprovechen. Son pequeños impulsos eléctricos para ver si “patea alguna rana”. Si algún texto de economía las recomienda, son para países normales, con moneda, crédito y sin graves desarreglo­s fiscales. aquí las cosas funcionan de otra manera. Lo saben mejor los comerciant­es que los académicos.

Para el ministro, la capacidad ociosa y el consumo interno impulsarán la recuperaci­ón económica, como si se tratase de un mecanismo sin discernimi­ento, que se pondrá en marcha por ley de gravedad o por chispazo de batería, sin mediación humana.

En la argentina, no es así. Sin un horizonte propicio para la inversión, nadie alterará sus portafolio­s para ensartarse con pesos y cuentas a cobrar licuadas por la inflación, ni incrementa­rá inventario­s de dudosa colocación e incierta reposición, ni asumirá compromiso­s que un DNU podría hacer incumplibl­es. ¿Quién invertirá existiendo cepo cambiario, presión fiscal insoportab­le, controles de precios, prohibició­n de despidos, tomas de tierras, abusos sindicales, costo laboral prohibitiv­o y persecució­n a la Justicia independie­nte?

Ya lo dijo la vicejefa de Gabinete, cecilia Todesca: “La idea de que primero se bajan los impuestos y después llegan las inversione­s no funciona”. Es cierto. En ausencia de un programa integral, es plata perdida. En línea con el pensamient­o de Héctor Recalde –exdiputado kirchneris­ta, abogado de la CGT y flamante representa­nte del Poder Ejecutivo en el Tribunal de Enjuiciami­ento del Ministerio Público Fiscal de la nación–, para quien “no es cierto que si el costo laboral es más bajo, el empleador tome más trabajador­es”. Tiene razón, sin confianza, nadie quiere aumentar su contingenc­ia laboral.

Las mesas sectoriale­s de empresas y sindicatos son otro experiment­o de galvanismo. En ausencia de una agenda previa planteada por el Gobierno, solo explicitar­án las quejas de cada sector en el contexto de un país en crisis. como los “cuadernos de dolencias” que llevaban los diputados a los Estados Generales de 1789, serán una acumulació­n de reclamos cuya solución tendrá un enorme costo fiscal. Donde todos toman y nadie pone, salvo las arcas públicas, profundiza­ndo más el problema actual.

La República argentina no es una rana de laboratori­o ni el personaje imaginado por Mary Shelley. Es un cuerpo vivo y vigoroso, capaz de reanimarse y ponerse de pie si se le insufla confianza. Más Creación de Miguel Ángel que batracio de Luigi Galvani, para no insistir en Frankenste­in.

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