Alejandro Catterberg. “En el Gobierno hay una falta de visión, de plan y de relato”
El director de Poliarquía analiza las razones por las que “la desconfianza” se transformó en el principal problema de Alberto Fernández; alcances de la profunda crisis social latente
Cansada. Exhausta. Preocupada. Pesimista. Así describe Alejandro Catterberg a la sociedad argentina, atravesada por una larga crisis económica y ahora, además, golpeada por la pandemia y la cuarentena. El director de la consultora Poliarquía no desconoce el volumen político de la vicepresidenta ni las confrontaciones internas en el Frente de Todos, tampoco que Alberto Fernández sea un presidente “muy condicionado” por cuestiones internas y externas, pero no carga en Cristina Kirchner la responsabilidad por el momento que atraviesa el país. Y advierte sobre los problemas de gestión, las demoras, impericias y algunas malas decisiones del Presidente y su gabinete, que dejan a la Argentina en un “atolladero”. El principal desafío, dice Catterberg, es conseguir credibilidad; pero hay falta de visión, de plan y de relato. “Y esa ausencia genera una desconfianza muy alta”.
–¿Cómo describe el humor social de la Argentina hoy?
–El contexto social muestra a los argentinos en un estado de alto nivel de preocupación y de cansancio. Es una sociedad exhausta: la pandemia y la cuarentena profundizaron una tendencia que en las encuestas ya venía desde hacía tiempo por la falta de crecimiento económico y la falta de progreso personal. El índice de optimismo ciudadano que tenemos en Poliarquía muestra que durante los últimos 8 años, salvo algunos meses excepcionales, siempre predominó el pesimismo. Este va a ser el tercer año consecutivo de recesión, alta inflación y pérdida profunda de poder adquisitivo. En abril de 2018 el dólar costaba 16 pesos, ahora cuesta 160. Entonces, hay un contexto preocupante y la gente manifiesta poco apoyo a la clase política en general. Hoy hay solo tres dirigentes a nivel nacional que tienen un consenso social superior al 40 por ciento.
–¿Quiénes son?
–Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. Esto demuestra que hay muchos dirigentes políticos de distintas fuerzas que no tienen buena imagen como consecuencia del desgaste. Además, es una sociedad con dos minorías muy intensas políticamente, con visiones muy distintas del país y cuyas posiciones se han vuelto cada vez más antagónicas.
–Más allá de la pandemia, ¿este panorama en los indicadores se asemeja a algún otro momento de la Argentina?
–Hay muchas analogías que se empiezan a hacer con 2001, pero todavía, incluso en nuestros indicadores de evaluación de la sensación económica, social y personal, no estamos en esa situación. Hoy esos valores están igual o peor que en el peor momento de los ocho años de Cristina: podríamos hacer la equivalencia con 2008-2009, que fueron años de recesión, crisis política y mucha confrontación, pero esos indicadores no están todavía como estaban en el último año y medio del gobierno de Macri, que alcanzó valores peores. Y todavía están incluso más lejos de los valores de lo que fue 2001 y 2002.
–Fernández tenía un alto apoyo en el arranque de la pandemia y, aunque mantiene un 40%, ha ido bajando. ¿Por qué?
–Eso está en sintonía con el cambio de discusión de la agenda política, con la pérdida de resultados de las medidas que fue tomando y, también, con el cambio en la forma en la que se mostraba el Presidente: al principio, conciliador, moderado y superador de la grieta, con conferencias de prensa que medían 50 puntos de rating, como la final de un Mundial de Fútbol. Ese atributo que Alberto Fernández había logrado construir se ha ido diluyendo a medida que las condiciones económicas y políticas lo han ido acercando más a una agenda impuesta por Cristina Kirchner. Hay una grieta y una polarización que había estado anestesiada y que revivió rápidamente; y eso contribuyó a la pérdida de la popularidad. A eso yo le sumo condiciones económicas que se complicaron y medidas sanitarias cuyos resultados hoy no son satisfactorios.
–¿Cuál es el mayor desafío de Alberto Fernández hoy y cuál es su mayor dilema?
–En cierto sentido, son los mismos. El mayor desafío es conseguir credibilidad. Los tomadores de decisiones, los inversores y un sector muy grande de la sociedad argentina no creen o no tienen confianza. No perciben un plan y un camino por el cual la economía puede salir del atolladero en el que está. Hay falta de visión, de plan, de relato y de una promesa de que las cosas van a mejorar. Y esa ausencia genera una desconfianza muy alta. Esto tiene que ver con la relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner y entre los distintos sectores del peronismo. No se sabe quién tiene la última palabra.
–¿En qué medida cree que para preservar la coalición el Presidente pone en riesgo la gestión y el gobierno que encabeza?
–Es que si preservar la coalición implica una ausencia de dirección y rumbo del Gobierno, el destino del Gobierno es muy malo. Y eso genera constantes y mayores crisis cada vez. El problema no es solo la conflictividad interna: es la falta de gestión o una buena gestión, las demoras e impericias y algunas malas decisiones gubernamentales.
–No cree, como algunos, que se pueda responsabilizar exclusivamente a Cristina Kirchner.
–De ninguna manera. Yo creo que el problema principal es que Cristina Kirchner eligió a las dos personas para los cargos más altos del país: el Presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero claramente hay problemas de gestión en el gobierno nacional.
–En la Argentina hoy existe un bicoalicionismo. ¿Qué similitudes y diferencias encuentra en el Frente de Todos y Juntos por el Cambio en tanto ambos han tenido que administrar tensiones internas?
–Es un dato alentador para el sistema político argentino que se haya reconstruido el bipartidismo, en este momento expresado en un bicoalicionismo. En las elecciones del año pasado, las dos principales fuerzas electorales consiguieron el mayor porcentaje de votos sumados desde 1983. En cuanto a las comparaciones, en Cambiemos, durante la presidencia de Macri, había un liderazgo claro, un rumbo, una promesa marcada que podía gustar más o gustar menos, pero se entendía quién tenía la última palabra. Ahora eso está ausente. A diferencia de lo que ocurría con Macri o con Cristina Kirchner, hoy el Gobierno carece de rumbo, promesa y liderazgo claro.
–Usted se refirió a dos minorías intensas. ¿Qué sucede con “la mayoría silenciosa”?
–Lo que a mí hoy me preocupa en la sociedad argentina es la disociación entre sus problemas, sus demandas y el debate público. Creo que el sistema debería tener recaudo y que esas disociaciones no se profundicen, porque se podría estar preparando un escenario para que ese mal humor y esa desconfianza se expresen en un “que se vayan todos”, o en el apoyo a algún outsider que capte al votante medio.
–¿Y cómo ve a la oposición?
–Además de haber logrado el 40%, el hecho de que el Gobierno tenga dificultades enormes que quizás continúen es un incentivo muy grande para que las tensiones internas de la coalición opositora queden minimizadas y no haya quiebres. El dato interesante es que por primera vez desde que existe Cambiemos no hay un liderazgo claro y cuando haya que tomar decisiones se va a poner a prueba a la coalición. Para el Gobierno parece ser más difícil administrar el “fuego amigo” que relacionarse con una oposición que se ha mostrado colaborativa. Tiene problemas mayores que la oposición. Hay al menos dos sectores marcados en el peronismo, y uno de ellos es La Cámpora, que es la organización política con la estructura más fuerte del país y que tiene como objetivo ocupar espacios cada vez mayores en el mapa del poder político.
–¿Y a Máximo Kirchner lo ve como un sucesor posible? ¿A Axel Kicillof?
–Yo creo que hay un proyecto de poder en Máximo Kirchner, en La Cámpora, en Kicillof, y hay, en Cristina Kirchner, un proyecto de consolidar una generación política que se referencie en ella y ocupe el poder en los años por venir.