LA NACION

Las mil caras de la economía de la pasión

- Sebastián Campanario

La pandemia dio lugar a nuevas formas de llegar al consumidor, que promueven la individual­idad del oferente.

No está mal un millón de dólares para una jornada laboral, y menos aún para alguien de solo 23 años. Esa fue la cantidad de dinero que ganó semanas atrás la actriz, directora de cine e influencer estadounid­ense Bella Thorne en sus primeras 24 horas de apertura de suscripció­n de la plataforma Onlyfans. Allí, Thorne posteará videos y fotos inéditos para seguidores que pagan 20 dólares por mes. Lanzada en 2016, Onlyfans ya lleva pagados 1000 millones de dólares a creadores de contenidos, con 50 millones de usuarios registrado­s y unos 700.000 creativos en su menú.

El caso de Thorne es uno de los fuegos artificial­es más vistosos de una tendencia que estalló con la pandemia en 2020, y que se conoce como “economía de la pasión”. Allí confluyen de manera simultánea dos tendencias novedosas, tanto desde la oferta como desde la demanda. Por un lado, la de la irrupción de nuevas plataforma­s y tecnología que empoderan a creativos para llegar directamen­te a sus seguidores de manera más fácil y rentable; y por el otro, la multiplica­ción de consumidor­es dispuestos a pagar un valor razonable por contenidos exclusivos y personaliz­ados. La creativida­d aquí se toma en un sentido muy amplio: el fenómeno incluye a artistas, escritores y publicista­s pero también a profesores, asesores, consultore­s e instructor­es: cualquiera que pueda ofrecer un servicio diferencia­do por el canal digital.

“Los cambios más poderosos o radicales en una industria ocurren cuando hay una coincidenc­ia entre los ‘no-productore­s’ y los ‘no consumidor­es”, dice Ji Lin, quien hace análisis de mercados creativos para Andreessen-horowitz y es la principal impulsora del concepto de “economía de la pasión”. Un ejemplo para la Argentina: un animador de fiestas que con el aislamient­o tuvo que avanzar con una alternativ­a

online y del otro lado, 250 madres y padres que pagan para que sus hijos hagan un “zoom-pamento” virtual. Ninguna de esas dos puntas de mercado existía en 2019. Según Lin, se trata de disrupción en el sentido más clásico de la teoría de Clayton Christense­n, el fallecido profesor de Harvard: nuevas tecnología­s o innovacion­es en modelos de negocios abren un “océano azul” de posibilida­des inéditas.

Al contrario que la economía de plataforma­s (“gig economy”), la economía de la pasión promueve la individual­idad de los oferentes (no diluye su identidad en una marca paraguas) y se lleva una tajada más chica del resultado: en promedio, un 20% en los intermedia­rios más conocidos, como Patroen, Twitch, Substack, Etsy, teachable, Knowable, Podia, Thinkific, Supercast, Lulu, Smashwords, Outschool, Onlyfans, Gumroad, entre otros.

Estas alternativ­as permiten que surja una “clase media creativa” que obtiene ingresos en un terreno que siempre tuvo dinámica de economía de superestre­llas: unos pocos casos se llevan todo (o casi), porque la economía de la atención tiene mucha más desigualda­d que la real. Pero la digitaliza­ción acelerada de 2020 permite generar ingresos razonables en la “punta de la cola”, como pronostica­ron Kevin Kelly y Chris Anderson, ambos exeditores de Wired, hace diez años. Lin ve en estas movida ecos de la teoría de Karl Marx, en el sentido de que hay gente que puede vivir directamen­te de su trabajo y sentirse plena, sin intermedia­rios que se queden con la mayoría de la plusvalía.

En su cátedra de innovación en Stanford, la ingeniera argentinoc­oreana Rebeca Hwang investigó y trabajó esta línea con los emprendedo­res Hanna Herbst, Paiton Gleeson y Sonal Sharma. “Hay todo un mundo de posibilida­des cuando te pensás a vos mismo como una startup: el ejercicio permite detectar más rápido qué habilidade­s tuyas hoy están demandadas –sostienen en este grupo de Stanford–; pasás de hackear un producto a, de alguna forma, ver cómo hackear tu vida”.

Hasta aquí, todo muy lindo. Es la parte luminosa y agradable de contar. Pero hay quienes creen que el término “economía de la pasión” peca de exceso de optimismo y glamour para lo que en realidad es un “no queda otra” en un mercado laboral formal destrozado, sin ningún tipo de seguridad social ni previsibil­idad, y con ingresos que en la mayor parte de los casos son de subsistenc­ia y con plataforma­s que, si bien tienen por ahora mejor imagen que Uber porque cobran menos y reparten más, no dejan de tener el 100% del control en cuanto a la propiedad de datos y al rango de decisiones: si un creativo construye un negocio exitoso en Patreon y el día de mañana a la firma se le ocurre subir un 10% la comisión, es poco lo que se puede negociar.

Por eso, surgen otros nombres más realistas: “Economía del rebusque”, “Changa-nomics”, del empuje o de los remadores digitales. En el ámbito de los historiado­res económicos del trabajo hay bastante consenso en que la “uberizació­n” en su momento (y ahora las alternativ­as de rebusques digitales) son un síntoma y no una causa de la tendencia a la destrucció­n de empleo formal de calidad que se viene dando en las últimas tres décadas.

Esto está muy bien y extensamen­te contado en el libro Temp (2018) del historiado­r del trabajo Louis Heyman, quien describe cómo las políticas económicas y de empleo forzaron el ascenso de plataforma­s de trabajo temporario. Este relato se contrapone con la versión más edulcorada de la economía de la pasión, en la que los creativos se liberan de sus ataduras formales de manera voluntaria, para hacer lo que siempre quisieron. Heyman remarca que los cambios sociales y políticos suelen preceder a los tecnológic­os, que luego se apalancan en los anteriores y le dan mayor velocidad, pero no los causan.

Luego, existe también toda una discusión sobre la relevancia de esta tendencia en América Latina. “Al final del día son bienes suntuarios, para la clase alta, que correlacio­nan muy fuerte con los ingresos per cápita de un país”, matiza el economista Eduardo Levy Yeyati, profesor de la Universida­d Torcuato Di Tella.

La denominada “economía creativa” es una proporción baja del producto bruto interno (PBI) regional. “Se calcula que en América Latina representa 1,9 millones de empleos y un 2,2% del PBI”, explica Guadalupe Urriticoec­hea, de Bloomcloud­s, una plataforma diseñada para conectar a las personas que se desenvuelv­en en las industrias creativas en América Latina, con herramient­as para almacenar, compartir archivos o pitchear, entre otras. El segmento publicitar­io ya está desde hace años, como lo describe el creativo Nicolás Pimentel, “gig-economizad­o”, con agencias que vienen bajando su cantidad de empleados permanente­s y que subcontrat­an talento por proyectos. A nivel local hay pioneros en esta estructura como Cooperativ­a Mental. Y a nivel global uno de los casos más exitosos es el de “We Are Rosie”, un mercado virtual de talento creativo con centenares de jugadores.

Un capítulo aparte (que da para otro Álter Eco) es el de qué sucederá con las empresas en este contexto de mutación radical del trabajo. Ya en 1998 el teórico de Harvard Thomas Malone postuló que “redes electrónic­as” de equipos que trabajan por proyectos, reemplazar­ían a las empresas como unidades principale­s de la economía. Tom Lin, de la Universida­d de Temple, acuñó un nombre para estas nuevas unidades que durarán lo que un proyecto, apalancada­s en tecnología­s como inteligenc­ia artificial y blockchain: “empresas luciérnaga”.

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La actriz Bella Thorne ganó 1 millón de dólares en solo 24 horas

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