LA NACION

Santiago Doria. “El ser humano es un bicho bastante olvidadizo”

Es uno de los directores argentinos que más conocen de teatro clásico; ni la pandemia le impidió ensayar y estrenar

- Texto Carlos Pacheco | Foto Alejandro Guyot

Hace tres años el director Santiago Doria decidió, junto a un grupo de actores, conformar la Compañía Argentina de Teatro Clásico y comenzar a transitar obras pertenecie­ntes al Siglo de Oro español. Montaron La discreta enamorada, de Lope de Vega; y El lindo don Diego, de Agustín Moreto. Y este año tenían previsto estrenar en el Centro Cultural de la Cooperació­n, La celosa de sí misma, de Tirso de Molina, trabajos con los que iban a participar nuevamente del Festival de Teatro Clásico de Almagro, España.

La intensión era también estrenar Tu cuna fue un conventill­o, de Alberto Vaccarezza, ya que en esta temporada se conmemora el centenario de la primera puesta en escena de este reconocido clásico nacional, pero la pandemia modificó los planes. En marzo debieron detener los ensayos en la sala. Pero no dejaron de lado llevar a buen puerto ambas experienci­as. Decidieron continuar ensayando por Zoom dos veces por semana. La celosa de sí misma está lista para estrenar; Tu cuna fue un conventill­o, en el formato zoom, comenzará a divulgarse este mes a través de la plataforma Teatrix.

“Los sainetes de Luis Quiñones de Benavente y de Ramón de la Cruz –explica Santiago Doria– provenient­es de Siglo de Oro, a los que se suma la zarzuela del siglo XIX, dan forma al sainete criollo y éste va a derivar en el grotesco. Nosotros descendemo­s de ahí. Las primeras obras teatrales que se dieron en el Río de la Plata eran de Siglo de Oro español. Y como compañía de teatro clásico sentimos que también podemos abordar las piezas argentinas creadas a comienzos del siglo XX. De ahí que nos interesamo­s en Tu cuna fue un conventill­o”. La Compañía de Teatro clásico está conformada por Ana Yovino, Francisco Pesqueira, Mónica D’agostino, Irene Almus, Jazmín Ríos, Gastón Ares, Guadalupe Velázquez, Gabriel Virtuoso y Andrés D’adamo. Para la puesta de Tu cuna fue un conventill­o se integraron Fito Yanelli, Nelson Rueda y Alfredo Castellani.

Por fuera de estos proyectos Santiago Doria, además, fue invitado por el Teatro Nacional Cervantes a dirigir una pieza de Omar Lopardo, ganadora del concurso Nuestro Teatro. Se trata de Puzzle, que será interpreta­da por Osmar Núñez y Jorge Suárez y podrá verse a partir de noviembre a través de la plataforma de la sala.

–¿Cómo afectó tu trabajo esta compleja situación? –En un primer momento, como a todo el mundo, me tomó de sorpresa. Estábamos ensayando normalment­e y, de repente, se paró todo. Tener una compañía a cargo me sirvió para timonear y seguir trabajando de alguna manera, con el mayor cuidado y sin dejar de prestar atención a todo lo que pasa afuera. Tratando de que la actividad teatral tanto a mí como a la gente nos cubra ese espacio necesario y ese sinsabor de no poder salir porque hay un monstruo afuera que te espera. No era un capricho, era una realidad. Aquella necesidad de valorizar un poco toda la vida interior que uno puede llegar a tener me sirvió para darme cuenta que no se cómo pasó el invierno. Tener una compañía a cargo me sirvió para timonear y decir hay que seguir trabajando de alguna manera, con el mayor cuidado y sin dejar de prestar atención a todo lo que pasa afuera. Tratando de que la actividad teatral tanto a mí como a la gente nos cubra ese espacio necesario y ese sinsabor de no poder salir porque hay un monstruo afuera que te espera. No era un capricho, era una realidad. Aquella necesidad de valorizar un poco toda la vida interior que uno puede llegar a tener me sirvió para darme cuenta que no se cómo pasó el invierno. –¿Fue difícil la experienci­a de dirigir por Zoom? Los actores no comparten un espacio común de trabajo, no circula cierta energía entre ellos, no se miran…

–Es realmente un tema. El proyecto con Jorge y Omar es un poco más fácil porque es un ping-pong entre ambos. El trabajo indudablem­ente tiene un límite. Lo que preparamos es como una prepizza a la que le falta darle el último toque en el escenario. Uno se ve en el zoom pero no se mira, es cierto. En el escenario mirás al compañero a los ojos, parece sutil pero es muy fuerte la diferencia. Y sentís la respiració­n del otro. En una sala los actores y el público respiran el mismo oxígeno. Lo que tiene de interesant­e el teatro es el sentido ritual, de ceremonia y en donde todo pasa ahí y en ese momento. Y cuando todo concluye, termina el teatro. El Zoom es una buena excusa, es un paliativo para seguir haciendo lo que a uno le gusta, de la mejor manera posible. Como el streaming es una buena solución para este momento. Pero el streaming es como un barbijo, hay que usarlo, es una forma de cuidarte. Pero no vas a estar con barbijo toda la vida. –Así como han dejado de estar familiariz­ados con los textos del Siglo de Oro español, los actores también están alejados del sainete. ¿Cómo lograste interesarl­os por estos géneros? –Lo mismo que hay que hacer con Vaccarezza y con el sainete hay que hacerlo con el Siglo de Oro español. Encontrar actores y directores y formarlos. Hay que pasarle la posta a las nuevas generacion­es porque sino ese teatro se deja de hacer. En un par de generacion­es esos estilos no se trabajarán más. Y al no conocerlos pierden interés y si el teatrista pierde interés también lo hará el teatrero. Lo que también sirvió es que sumé a la Compañía a tres actores que habían participad­o de la versión que hice en el Cervantes de El conventill­o de la Paloma. Eso permitió mimetizar el estilo. El sainete como buen género tiene un estilo determinad­o al cual hay que respetar para que funcione. –A principios del siglo pasado tanto los intérprete­s como el público estaban muy familiariz­ados con el sainete. Era un género sumamente popular. Hoy ni siquiera aquellos personajes existen. ¿Cómo recuperarl­os? –Cuando se hacía el sainete el actor tenía esos personajes a la vuelta de la esquina, convivía con ellos. Se encontraba con el tano verdulero o el gallego del bar de la esquina. Los intérprete­s tenían poder de imitación. Hoy todo eso se perdió. Para poder hacer esas composicio­nes hay que trabajar mucho, ver cine de los años 40. Hay que ser muy cuidadoso en la reconstruc­ción. Podés trasladar el género como estructura, darle otro formato, ponerlo en otro momento histórico pero lo que hace importante al sainete son los prototipos porque, de alguna manera, son como nuestra propia Commedia

dell’ arte. El sainete tiene que ver con una memoria aprehendid­a, arraigada o heredada de tu abuela, tu tío y por otro lado está nuestra argentinid­ad ahí. Los argentinos somos una conjunción de eso. Aquellos personajes fueron formando la clase media. Todo clásico te mueve la cabeza porque a pesar de haber sido escritos hace 100 o 400 años todavía dicen algo. Los clásicos españoles le hablan al mundo y los argentinos le hablan a la Argentina. –¿Los procesos de aprendizaj­e son similares a aquellos que ponés en práctica con el Siglo de Oro español? –Para hacer esos textos hay que pensar en verso, hacer del verso un formato que para el actor y para el espectador resulten naturales. Y eso es lo que conquista al público porque, por un lado, te enterás de lo que pasa, vivís la ingenuidad de esa teatralida­d que tiene todo y, al mismo tiempo, lo poético te acaricia el alma. Eso es lo que hay que conseguir. Hay que estar muy enamorado del Siglo de Oro español porque sino no das un paso adelante para hacerlo. –¿Qué cualidades posee el texto de Omar Lopardo que te llevaron a dirigirlo? –Lo que nos enamoró a todos de la obra es su poética. Es un material muy entrañable. La pieza es un rompecabez­as en el que cada uno de los personajes juega con la memoria del otro. Uno es un desmemoria­do y el otro es el recuerdo de ese desmemoria­do. Es un texto que podés relacionar­lo con el absurdo, con el surrealism­o y hasta, por momentos, juega con el realismo mágico. –¿Cómo te estas llevando con el afuera en este marco de situación delicada en la que vivimos? –Más allá de lo creativo uno no puede hacerse un bicho bolita y pensar nada más en vivir arriba del escenario, sin importarle nada de lo que pasa a su alrededor. Obviamente me informo. Me preocupa la cantidad de infectados, de muertos, las medidas sanitarias. Y no entiendo esta necesidad de, en pleno terremoto, estar apedreándo­se unos con otros, te lo resumiría así. Eso me duele mucho como país. Las cosas acá y en el mundo no están bien. Me preocupa el ser humano, lo que le pasa a la gente. No tengo esa capacidad optimista de muchos de decir: bueno, después de todo esto el mundo va a ser otro, vamos a comenzar de otra manera. Habrá un antes y un después. Soy un poco escéptico porque la humanidad tuvo muchos “antes y después” y nunca los supo aprovechar. Muchas guerras, terremotos, tsunamis y en medio de la tragedia se decía lo mismo. El ser humano es un bicho bastante olvidadizo. Entonces las cosas no van a cambiar demasiado. Cuando todo vuelva a la normalidad cada uno va a seguir con sus bondades, con sus miserias y la pandemia, a lo mejor, arrancó lo mejor y lo peor de cada uno.

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Doria estrena Tu cuna fue un conventill­o por Teatrix
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Alejandro guyot “Los clásicos españoles le hablan al mundo; los clásicos argentinos le hablan a la Argentina”

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