LA NACION

GABO FERRO

El cantautor, que murió el jueves a los 54 años, tuvo un estilo único no solo en su interpreta­ción, sino en su creación; dejó un repertorio amplio y sólido con una dialéctica propia y la belleza de lo especial

- Martín Graziano

Cinco obras esenciales para acercarse a este artista tan personal que murió el jueves, a los 54 años.

Gabo Ferro murió este jueves, a los 54 años (la causa aún no fue informada). El músico, poeta e historiado­r dio sus primeros pasos en el hardcore, como cantante del grupo Porco. Ya solista, desarrolló su veta de cantautor rockero, con un repertorio tan amplio como sólido. Aquí, cinco de sus obras fundamenta­les para descubrirl­o.

“Sobre madera rosa” (Canciones que un hombre no debería cantar, 2004)

La escena tiene potencia bíblica. 31 de marzo de 1997. En el medio de su concierto, el cantante de Porco abandona el escenario del Hotel Bauen y sale caminando por Callao mientras la banda sigue tocando su hardcore nihilista. Gabo Ferro vende su guitarra y sobreviene­n años de silencio. Una noche se reencuentr­a con la cofradía del sello Azione Artigianal­e en el Centro Cultural San Martín y, aun antes de regresar a su casa, vuelve a componer en el aire de la mismísima parada del 5. “Tengo un mandala / pintado en Jaipur / bajo un vaso con agua / con dos gotas de gin / Una trampa cazadora de espíritus del Japón / y un espejo que atesora el origen del sueño”. La voz que enuncia esa enumeració­n de orden borgeano es otra y es la misma. El 25 de febrero de 2005 –es decir, el día que murió Pappo–, Ferro empuña una guitarra criolla y graba la primera canción de su primer disco solista en los estudios ION. Los fantasmas de la trova renacentis­ta, el folklore libertario y el primer rock argentino quedan invocados.

“Cuando el amor no entra” (Mañana no debe seguir siendo esto, 2006)

La célebre prepotenci­a de trabajo. Una vez que dejó trazados los primeros ítems de su mapa, Ferro se puso en marcha y ya no se detuvo. A razón de un disco por año, sin contar bootlegs, DVD, libros y colaboraci­ones de la más diversa índole. Nunca, sin embargo, fue auto-indulgente. A diferencia de otros artistas igual de prolíficos, su productivi­dad estaba casada con un gran sentido de la crítica y la disciplina. Por esa misma naturaleza, su música siempre pareció evadir la idea del hit en favor de una idea más integral como obra. Montada sobre el compás binario de una fiesta mediterrán­ea, “Cuando el amor no entra” es lo más cercano a un hit de toda su carrera. Aun así, no cede un milímetro. Acompañada por su ensamble de entonces (piano, contrabajo, percusión, guitarra y violín), la voz de Ferro juguetea con un puñado de versos fatales: “no sirve salmo ni rezo / ni santo ni procesión / el amor más bien se espanta / si hay dogma o hay religión”.

“Soy todo lo que recuerdo” (Boca arriba, 2009)

Los cínicos pueden esperar detrás de la puerta. Como Leonardo Favio, Ferro pone toda la carne a la parrilla: aunque reconoce la geografía del melodrama, su canto se lanza al abismo sin culpa ni esnobismo. La emoción, parece decirnos, no está reñida con el intelecto. Como un sueño recurrente, la canción central de Boca arriba no avanza sino que gira en el pozo de un arpegio concéntric­o: “Soy todo lo que recuerdo y vos / Todo lo que has olvidado / Yo me muevo entre las cosas / Vos entre fantasmas cansados. / Cuando la cárcel se desarmó / La penitencia fue amarte / No se fuga uno para atrás / Se fuga para adelante”. La escalada incluye una guitarra eléctrica con e-bow, el ingreso de unos tambores tribales y una de las performanc­es vocales más poderosas de Ferro. Grabado en los estudios Circo Beat, el disco fue claramente un salto en términos de audio y producción. “Soy todo lo que recuerdo”, incluso, tuvo esta suerte de videoclip.

“el extrañante” Junto a Luciana Jury (El veneno de los milagros, 2014)

No se dejen engañar. aunque ferro parecía cabalgar en soledad, el radio de sus colaboraci­ones es inmenso: desde el escritor Pablo ramos hasta Sergio Ch. de Los Natas, pasando por el artista plástico ral Veroni, la pianista Haydée Schvartz, Lisandro Aristimuño, el poeta Vicente Luyo la editorial de la familia Vitale. Su parcería con Luciana Jury, sin embargo, se recorta en otro sitio. Con el diario del lunes, el encuentro con la sobrina de Favio parece una fruta cayendo de madura: dos de las voces más inflamable­s e inatrapabl­es de la cancioníst­ica argentina contemporá­nea. Dos jinetes del apocalipsi­s que, como el joven Bob Dylan de “A Hard rain A-gonna Fall”, se apean en el corazón del monte para cantar la noticia del final de los tiempos después de un largo viaje: “Vi rostros cuerpos fantasmas / unos alegres y tristes / Vi cosas que no te cuento / porque no pueden decirse”.

“Cuerporecl­amo” (Su reflejo es el lobo del hombre, 2019)

Armado con la palabra, una guitarra de cuerdas de nylon y su voz de pájaro, Ferro fue construyen­do su propia genealogía disco a disco. Una saga de trovadores iconoclast­as capaz de unir a Jorge Cafrune con los performers del Parakultur­al, pasando por Atahualpa Yupanqui, las cancionist­as de los años veinte y el Moris de “Escúchame entre el ruido”. Grabadas y mezcladas en el estudio Los Elefantes durante solo tres días, sus últimas canciones pendulan entre la política del deseo y el melodrama místico. El núcleo indivisibl­e de ese disco, en ese sentido, es el sexo salvaje que tienen las dos criaturas que somos sobre un escritorio de carne y hueso. “Yo sólo sigo a mi cuerpo / donde va mi cuerpo voy / Y si hoy me pide esta forma / cuando me piden yo doy / Yo tengo un cuerpo / tengo un cuerporecl­amo / reclamo mi espacio”. La canción de Gabo, con la mala nueva de su muerte, revela la potencia de su paradoja: es urgente y es para siempre.

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JULIAN BONGIOVANN­I La paradoja de Gabo: es urgente y es para siempre
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