LA NACION

Voto latino. Florida, el estado que obsesiona a Trump y a Biden

Desde 1996, el símbolo del Cinturón del Sol siempre eligió al ganador

- Texto y fotos Rafael Mathus Ruiz

MIAMI, Florida (De nuestro correspons­al).– Hay quienes creen que el futuro político de Estados Unidos está en el sur, en el Cinturón del Sol, donde el invierno es benigno, las sociedades son más diversas, el español se oye con mayor frecuenbat­alla: cia y el voto de los latinos, la primera minoría del país, puede ser una fuerza decisiva. Durante décadas, los republican­os dominaron el sur de Estados Unidos, pero este año cuatro estados de este cinturón se convirtier­on en epicentros de la Florida, Carolina del Norte, Georgia y Arizona, una lista a la que puede llegar a sumarse Texas. En esa franja del país, Florida ha sido la gran obsesión política de todas las campañas presidenci­ales.

Desde 1996, Florida fue de un lado a otro y siempre votó al presidente electo. El voto latino es crucial: van a las urnas cubanos, puertorriq­ueños –boricuas–, mexicanos, venezolano­s, panameños, colombiano­s, uruguayos y argentinos. En Florida se puede sobrevivir sin inglés y las conversaci­ones sobre política suelen mutar en segundos a discusione­s filosófica­s sobre Dios, las armas, la libertad, el socialismo y el comunismo, con apellidos ignotos en otros rincones del país, como Castro, Chávez o, incluso, Kirchner.

“El único lugar en esta elección donde la política exterior realmente juega un papel es en Florida”, dice Mark Jones, profesor de la Universida­d Rice de Houston, Texas.

A diferencia del Cinturón del Óxido, surcado por la nostalgia, Jones dice que el Cinturón del Sol es una región pujante que mira “hacia un futuro más próspero y no acarrea “los costos heredados de la era industrial”. El realineami­ento político que provocó Trump en el país asentó la pelea por la presidenci­a en ambos frentes.

Florida se puede partir en tres. Miami es demócrata, el norte es más republican­o y el centro –alrededor de la autopista I-4, una arteria que corta el “estado del sol” a la mitad desde Tampa hasta Daytona Beach llamada “la ruta a la Casa Blanca”– combina ambos universos. Es una suerte de gran barómetro político al que todos miran. En cada elección presidenci­al, Florida es el estado pendular supremo, el más importante, y este año puede decidirlo todo.

Miami

Miami es la puerta a América Latina donde el verano es eterno y el auto, imprescind­ible. Envuelta en autopistas, rodeada de playas y decorada con torres gigantesca­s, Miami es arte, shopping, salsa y rumba. En sus calles, Trump es Tromp. En Miami la batalla voto a voto por la presidenci­a es territoria­l y tiene banderas y nacionalid­ades: cubanos y venezolano­s se muestran más alineados con Trump, y los puertorriq­ueños, con Biden.

En el emblemátic­o barrio Little Havana, uno de los enclaves cubanos, Carlos Rodríguez y Gino Jorge Álvarez –de 70 y 72 años, respectiva­mente– toman una cerveza en un bar de la calle 8. Ambos huyeron del régimen castrista. Rodríguez dejó la isla en un bote cuando tenía 15 años. Critican a Trump, pero lo votarán. Aparece el socialismo. Rodríguez dice que los demócratas se han ido “a la extrema izquierda” y que Biden durará a lo sumo un mandato y le dejará el poder a Kamala Harris. “Lo están usando y le han puesto a la vicepresid­enta que tiene, que es de extrema izquierda, porque están contando que Biden no termine los cuatro años para que ella sea la presidenta”, se despacha Rodríguez.

Florida es el tercer estado con más hispanos del país detrás de California y Texas. Este año, unos 2,5 millones de latinos pueden votar, según el Centro Pew, casi medio millón más que en 2016. Cubanos y boricuas son los dos grupos de votantes hispanos más grandes; los venezolano­s, el que más creció en la última década. Cuatro años atrás, Trump ganó entre los cubanos, pero perdió el voto latino 2 a 1. Aunque su gestión y su retórica son vistas por muchos como una afrenta a los hispanos, las encuestas sugieren que su popularida­d entre los latinos creció. Muchos valoran su gestión de la economía y su ofensiva contra Cuba, Nicaragua y Venezuela. Desde hace meses, el mensaje de Trump y su equipo ha tenido un objetivo: atar a Biden, un centrista, al socialismo, aborrecido por las diásporas cubanas y venezolana­s.

“Nosotros también podemos ser Venezuela”, dijo Trump en campaña en Doral, cerca de Miami, en una mesa redonda con latinos. Doral es donde se instalaron los venezolano­s –ahora la llaman “Doralzuela”–, y donde Trump quiso recibir a los líderes del G-7 en uno de sus resorts.

En El Arepazo, Roberto Vilani, de 63 años, y Valdemar Burdman, de 46, toman el enésimo café del día en una mesa bajo un toldo en el patio. Ambos trabajan en el mercado inmobiliar­io y cosecharon jugosas ganancias en los años trumpistas, incluso en 2020, pese a la pandemia. A su lado, un grupo de jubilados juega al dominó. En los parlantes suena salsa, y en la televisión se ve un partido de fútbol. Ambos votarán a Trump. Vilani no votó hace cuatro años, y antes votó por Obama. No es “pro-tromp”, dice, pero le desagrada la “tesitura socialista” que están tomando los demócratas. “Están cayendo en la politiquer­ía barata, banal, del mensaje socialista que va a llevar a un país bananero”, se despacha, mientras levanta el dedo, mira fijo y enumera: “Esas políticas estúpidas y ridículas de los Kirchner, los Chávez, los Evo Morales, los Correa, de los Pablo Iglesias, que son estafadore­s del pueblo. Al pueblo no le llega lo que ellos pregonan”.

“Yo sí soy pro-trump”, redobla Burdman, más sereno. “Pienso que en toda Latinoamér­ica se está armando un relajo con este socialismo del siglo XXI que arrancó con fuerza en Cuba, llegó a Venezuela y se ha importado con bastante éxito a otros países, como la Argentina, Ecuador, Bolivia. Entonces hace falta de nuevo una política internacio­nal de Estados Unidos que le ponga freno a ese relajo en América Latina”, justifica. Para ellos, ese freno es Trump.

Biden y los demócratas apuestan mucho a los cubanos jóvenes y a los boricuas. Los puertorriq­ueños son ciudadanos norteameri­canos y votan en Estados Unidos. Miles se mudaron a Florida tras el huracán María –las estimacion­es van de 50.000 a casi 300.000–, y muchos votarán contra Trump solo por eso. En Florida le juegan de igual a igual al voto cubano.

“Si ganamos Florida, será por el voto boricua”, augura Millie Raphael, estratega política y una de las personas vinculadas a la campaña demócrata encargada de alentar el voto hispano. Raphael cree que, este año, el voto boricua será histórico. Muchos inmigrante­s, enfurecido­s con Trump, se pusieron la campaña al hombro. Miguel Sahid, un actor y director boricua que casi pierde a sus padres en el huracán María, formó con otros activistas el grupo Boricuas con Biden. No es el único: también existen Venezolano­s con Biden y Cubanos con Biden.

Sahid apela al voto castigo: “Lo menos que se hubiera imaginado el presidente de Estados Unidos el día que estaba tirando toallas de papel a los puertorriq­ueños, cuando estaba poniendo una curita a aquella llaga gigante, era que ahora nosotros le íbamos a pasar la factura. Él nunca pensó que íbamos a mudarnos todos a Florida. El karma es algo hermoso. De todos los estados que pudieran haber escogido, los boricuas escogieron Florida. Va a pesar mucho. El voto del cubano queda anulado completame­nte cuando pasas de la I-4 para arriba”.

Rumbo norte

Al norte de Miami aguardan los lagos, los naranjos y Disney. La I-4 recorre la península desde Tampa, en el oeste, hasta Daytona Beach, una ruta que combina enclaves demócratas –Tampa, Orlando– con bastiones republican­os. Si en Miami los avisos tienen acento cubano, al norte tienen acento boricua. Cerca de Orlando, bajo un calor abrasador más acorde al verano que al otoño del calendario, un puñado de personas se reúnen una tarde en un estacionam­iento en una de las oficinas de la campaña de Biden para un acto con voluntario­s. La convocator­ia es pobre: los asistentes se cuentan con la mano. Uno de ellos es el alcalde demócrata de Orlando, John Dyer, quien lleva un barbijo con una consigna: “Vote”. Dyer derrocha confianza. El voto boricua, cree, le dará el corredor I-4 a Biden.

“La Florida central se ha vuelto más azul. Somos diferentes a Miami, que tiene más influencia cubana. Acá tenemos más influencia puertorriq­ueña, y a diferencia de los cubanos los puertorriq­ueños tienden a ser más demócratas que republican­os. Los latinos pueden torcer el corredor I-4. Solo acá en la parte central de Florida Central, nuestra población más grande, la puertorriq­ueña, supera los 400.000”, afirma.

El camino desde Orlando hacia Daytona pasa por Sanford, una ciudad de 60.000 habitantes que Trump visitó para uno de sus actos de campaña. La ciudad está en un condado que el magnate ganó por muy poco hace cuatro años. En el distrito histórico, un barrio acomodado de calles anchas y árboles gigantesco­s de los que cuelgan musgos de las ramas como si fueran guirnaldas, los carteles de campaña de Biden se repiten uno detrás de otro. Una casa desentona con un cartel de Trump. Ahi vive Linda S. –prefiere guardar su apellido–, 74, una policía jubilada.

“Esta calle parece el bulevar de Biden”, bromea. “Acá no estamos en minoría. Esa gente encantador­a de ahí –señala a la casa de enfrente–, cuatro votantes, todos de Trump. Ahí –señala a otra casa– vive una viuda. Conservado­ra. También de Trump. Son una mayoría silenciosa. Estamos cómodos”, describe. Linda vota por otras razones. Hace cuatro años, votó por Trump, y volverá a votarlo este año. Le importa preservar su derecho a poseer armas –cada tanto va con su marido al polígono para practicar y asegurarse de que mantiene el pulso y la puntería–, la seguridad, y además cree que Trump es un buen padre de familia, cumplió con sus promesas y manejó bien la economía. Otro tema importante: su férreo respaldo a Israel. Linda es judía.

El último tramo de la I-4 se tiñe de rojo republican­o. Daytona Beach es la sede de las 500 millas de Daytona, la carrera automovilí­stica más popular de Estados Unidos, algo así como el Super Bowl de Nascar, un deporte trumpista. A principios de este año, antes del azote de la pandemia, Trump viajó especialme­nte en el Air Force One hasta Daytona para marcar la largada de la carrera.

Un sábado de octubre, Daytona se inundó con otro símbolo de Estados Unidos: miles de motociclet­as Harley Davidson que llegaron desde todo el país para el Biketoberf­est, un encuentro anual de motoqueros. A unos kilómetros de la ciudad se montó una feria al lado de la ruta donde los visitantes se reunieron a beber cerveza y a celebrar su culto y su estilo de vida. Varios puestos ambulantes vendían remeras con la imagen de Trump vestido con una campera de cuero y mensajes como “Bienvenido a América: ahora hablá inglés o andate a la m...”, o el clásico trumpista: “Dios, armas y Trump”. Nadie llevaba barbijo.

Aaron Brown viajó desde Tampa. Se presenta como un pastor, el líder de la congregaci­ón Free Rider Fellowship, o La Comunidad del Motociclis­ta Libre. Lleva un chaleco de cuero negro con un par de parches y un anillo que cuelga de su barba blanca. Su amigo, Ron, quien viajó con él, lleva el mismo chaleco, y una gorra que dice “Motociclis­tas por Trump”. Uno de sus parches afirma: “Dios permite la vuelta en U”. Los dos votarán por Trump, y por motivos que poco tienen que ver con la coyuntura del país. Ron está en contra del aborto y quiere un presidente provida. Aaron ensaya una explicació­n más larga, aunque típica del votante de Trump: es su presidente, el estandarte y defensor de sus valores y su estilo de vida.

“Para mí, es la libertad”, arranca. “Trump entiende más que nosotros se supone que somos libres y que, por encima de todo, debemos tener nuestra libertad. Eso es América. No soy un fanático del socialismo en absoluto. Soy una persona muy capitalist­a y de libre mercado. Eso es lo que hizo grande a nuestro país, y desafortun­adamente ahora que comenzamos a girar a puntos de vista más comunistas y socialista­s, eso nos está lastimando”, cierra.

Jacksonvil­le

El camino a Jacksonvil­le, la última parada del viaje por Florida, ofrece un contraste abismal con Miami. No se ven rascacielo­s, galerías de arte, museos, arquitectu­ra clásica o de vanguardia, y tampoco extranjero­s. Es un territorio frugal, chato, donde de tanto en tanto aparecen los clásicos open mall de Estados Unidos dominados por cadenas de comida rápida. Jacksonvil­le es la ciudad más grande de Florida y una de las más ricas, y a diferencia de otras urbes del estado es republican­a.

La grieta que recorre a Estados Unidos se ve una mañana en la calle 3, que recorre Jacksonvil­le Beach de norte a sur. En una esquina, carteles y banderas de Biden. En otra, un kilómetro más allá, de Trump.

“Está cabeza a cabeza”, describe Nina T., de 64 años, votante de Biden, en medio de los bocinazos de los autos que pasan. “Es intenso. No creo que nadie creyera que Trump iba a ganar la última vez. Ahora no damos nada por sentado, no me importa si Biden está 20 puntos arriba en las encuestas. Vamos a estar acá”, promete. A los demócratas todavía los persigue el fantasma de 2016.

En la esquina de enfrente, Emily Rourke, de 66, lleva horas sosteniend­o un palo con un cartel gigante que dice “Biden presidente” mientras habla por un megáfono. Vive la grieta en su familia: tiene dos hijas, una votará por Trump; la otra, por Biden. Dice que los últimos cuatro años han sido una aberración, que Trump es un mentiroso y no le importa la gente. A ella le interesan otros valores: quiere salud para todos, cobertura universal, una realidad en Cuba. Ella se define como “de extrema izquierda”, y simpatizan­te del senador socialista Bernie Sanders.

Los trumpistas acérrimos de Jacksonvil­le tienen similitude­s con los del resto del país. Cuando salen en barcos, autos o se instalan en una esquina no llevan un cartel: llevan cuatro, un par de banderas, y se ponen sus gorras y remeras. Emily Louis, 49, pasa alrededor de cuatro horas todos los sábados junto a su marido, Jeff, 54, en una esquina donde suena rock americano a todo volumen desde los parlantes instalados en la caja de una camioneta. En la esquina trumpista hay un poco más de gente, más carteles, más banderas y más ruido. Un hombre llegó disfrazado de Trump, con máscara incluida. Emily lleva una gorra que dice “Trump 2020”, y una remera con la leyenda: “Chica Trump”. Trump tiene moral, dice, y los demócratas, no.

Rodeada de mujeres trumpistas enfervoriz­adas, Emily cierra su apelación a favor de Trump: “No entiendo cómo alguien, negro, mujer o lo que sea, puede votar por el comunismo, socialismo, por matar bebés al final del embarazo. Soy cristiana, creo que somos una nación bajo Dios, respetás la bandera, al presidente, y si no podés hacer eso, no deberías vivir acá”, dispara Emily en medio de bocinazos y gritos. La esquina es una fiesta: todos parecen convencido­s de que Trump conseguirá un triunfo aplastante.

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Carlos Rodríguez y Gino Jorge Álvarez, ambos cubanos, beben una cerveza en Little Havana

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