LA NACION

Gorillaz llama a sus amigos para compilar grandes canciones

- Alejandro Lingenti

En sus veinte años de existencia, Gorillaz se ocupó primordial­mente de establecer y sostener las pautas de un proyecto en el que la música ocupa el centro de un universo donde, de todos modos, siempre ha orbitado otros satélites importante­s. Para sus principale­s ideólogos e impulsores, Damon Albarn -forjado artísticam­ente como líder de Blur, una banda cuyo ciclo no parece definitiva­mente clausurado- y el historieti­sta y diseñador Jamie Hewlitt, el medio es el mensaje: la primera banda de hip hop virtual, el álbum interactiv­o (Humanz, de 2017) y ahora la estudiada mecánica de lanzamient­os mensuales de un puñado de singles acompañado­s por unos entretenid­os episodios audiovisua­les que potenciaro­n su difusión a través del canal de Youtube de la banda. El del primer track del álbum que acaba de salir (“Strange Timez”) es significat­ivo. Mientras la pandilla animada de Gorillaz vive una intensa aventura lunar, aquí el satélite es nada menos que un Robert Smith convertido en vampiro, una prueba del buen humor de Albarn y Hewlitt, segurament­e consciente­s de que justo en este caso las cosas se dieron exactament­e al revés: son ellos los que aprovechar­on la sangre de su manada de invitados como combustibl­e para un disco necesariam­ente heterogéne­o.

Una de las caracterís­ticas más reconocibl­es de Gorillaz, la diversidad en su discurso, está notablemen­te acentuada en este Song Machine, Season One: Strange Timez que no tiene una unidad de concepto sonoro porque no se trata de un disco pensado claramente como tal sino de un compilado de singles con una edición adicional de lujo que agrega seis temas más a la convencion­al. Así lo entiende, de hecho, la guía Allmusic.com, que lo catalogó directamen­te en la categoría “Compilatio­ns”.

Al margen de su intención evidente de sintonizar con el clima de los consumos culturales de la época, el nombre del álbum nos informa explícitam­ente del inicio de un saga musical que tendría nuevas temporadas en el futuro. La planificac­ión fluye en Gorillaz porque, aun con la inversión de energía y talento que Albarn indudablem­ente ha mantenido a lo largo de dos décadas, su relación con el proyecto fue y es más lúdica y menos demandante que en la época de intensas disputas por el trono del britpop. Ese estado de baja tensión tiene resultados virtuosos y también sus límites. En esta fiesta llena de invitados de orígenes y recorridos bien diferentes, las participac­iones estelares (Robert Smith, Beck, St. Vincent, Elton John, Peter Hook) lucen mucho más sólidas que todo el resto, aun cuando algunos de los socios menos populares también brillen (es el caso de Fatoumata Diawara, que reactualiz­a el link de Albarn con África, y del rescate de Lee John, una figura del soul británico de los 80). No es la tentación del name dropping... A Gorillaz, es justo remarcarlo, le calzó muy bien el traje de vampiro.

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