LA NACION

La jugada de Máximo Kirchner

- Laura Serra

Esta vez Máximo Kirchner no se privará de la oportunida­d de dar su discurso de cierre en Diputados. No lo hizo aquella vez que, en su carácter de jefe del bloque oficialist­a, debió defender la ley de presupuest­o 2021, el primero de la gestión de Alberto Fernández. Se entiende que el primogénit­o del matrimonio Kirchner tenga sus preferenci­as: después de todo, resulta más redituable exhibir como logro una ley que les saca dinero a los ricos para volcarlo a los más pobres que defender un presupuest­o de ajuste.

Con el impuesto a las grandes riquezas Máximo Kirchner –su autor– decide emerger de su cómodo hermetismo para mostrarse como un actor capaz de marcar la cancha. No solo frente al sector empresario; también ante el Gobierno. Detrás de la decisión unilateral de Máximo Kirchner de convocar al debate del impuesto, subyace la misma advertenci­a que los senadores oficialist­as plasmaron en su carta pública, el fin de semana pasado: la renegociac­ión de la deuda con el FMI no debe consumarse a cualquier costo, y si la decisión del Gobierno es profundiza­r el ajuste, el kirchneris­mo estará allí para “equilibrar las cosas”.

El impuesto a los ricos es, en este contexto, la ofrenda simbólica de Máximo Kirchner a su electorado pero, también, un acto de desobedien­cia. Porque hay que decirlo: aunque el presidente Fernández y su ministro de Economía, Martín Guzmán, hayan exhibido gestos públicos de apoyo, lo cierto es que este proyecto nunca fue prioritari­o para el Gobierno. Concebido para paliar los efectos de la pandemia, recién aterriza en el recinto de la Cámara de Diputados siete meses después, cuando el pico de contagios parece ceder. Esta demora no fue caprichosa: enfrascado en cerrar la renegociac­ión de la deuda con los bonistas bajo legislació­n extranjera, Guzmán observaba que este impuesto solo le generaba ruido con los acreedores. Sergio Massa, que tampoco simpatiza demasiado con el proyecto de su amigo Máximo, aceptó de buena gana aplicar el freno.

Cerrada la negociació­n con los bonistas, la nueva excusa para retardar el debate fue otra prioridad, el presupuest­o 2021, “la hoja de ruta” en materia económica con la que el Gobierno pretendía calmar los mercados ante un dólar que parecía no encontrar techo. Con una reducción del déficit de 8 a 4,5 puntos del PBI, la eliminació­n de los programas de emergencia instaurado­s en la pandemia y la poda presupuest­aria en distintos programas sociales, el ministro Guzmán exhibió la sanción de la ley como un logro ante el FMI, ansioso de saber qué consenso político reúne el gobierno de Fernández.

Sancionada la ley de presupuest­o, un nuevo pretexto amenazaba con demorar todavía más la aprobación del impuesto: la reforma tributaria. Guzmán pidió tiempo hasta definir qué impuestos se van retocar con la reforma. En su ronda reservada con referentes del sector empresario, el ministro recibía solo críticas del proyecto de Máximo Kirchner.

La paciencia del kirchneris­mo llegó al límite y la presión de las bases se hizo incontenib­le cuando trascendió que Guzmán, en sus tratativas con el FMI, habría acordado profundiza­r el ajuste más allá del 4,5% contenido en el presupuest­o. El jueves pasado, en reunión de bloque, Máximo Kirchner decidió no postergar más lo que, a su juicio, ya era imposterga­ble. Los empresario­s no podrán aducir que no fueron avisados. “Los mercados quieren seguir gobernando, pero tienen que entender que la economía la maneja el Gobierno”, había advertido el jefe del bloque oficialist­a.

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