LA NACION

Descubren por qué los herbívoros gigantes reinaron durante 100 millones de años

Paleontólo­gos argentinos encontraro­n la clave en el ejemplar más antiguo de este tipo, Bagualia alba, cuyos dientes tenían un esmalte siete veces más grueso que el de sus antecesore­s

- Nora Bär

Hace 180 millones de años, el sur de Gondwana (el superconti­nente que abarcaba lo que hoy es Sudamérica, África, Australia, Nueva Zelanda, el subcontine­nte indio o Indostán, la isla de Madagascar y la Antártida) sufrió un evento de vulcanismo masivo. Cinco millones de años de convulsion­es a lo largo de los cuales la Tierra escupió a la atmósfera sus entrañas hirvientes. Cuando el planeta volvió a apaciguars­e, la mayoría de los antiguos dinosaurio­s herbívoros desapareci­eron y comenzó la dominación de los saurópodos gigantes, cuyo reinado se prolongó durante 100 millones de años. ¿Qué produjo esa misteriosa extinción selectiva?

El misterio perseguía a los paleontólo­gos desde hacía décadas, pero con el hallazgo de una nueva especie de dinosaurio herbívoro, que bautizaron Bagualia alba, un equipo de paleontólo­gos argentinos encabezado por Diego Pol (descubrido­r del titanosaur­io más grande del mundo, el Patagotita­n mayorum), puede haberlo desentraña­do: el megavulcan­ismo generó un calentamie­nto global que modificó el clima y provocó la desaparici­ón de las plantas más “tiernas” y, como consecuenc­ia, de los herbívoros más pequeños. Solo sobrevivie­ron los gigantes, cuyo tamaño y, en particular, cuyos poderosos dientes les permitiero­n alimentars­e de árboles más altos y hojas más duras.

Llegaron a esta conclusión gracias a un trabajo interdisci­plinario en el que participar­on los paleobotán­icos Ignacio Escapa y Rubén Cúneo, del Museo Egidio Feruglio; la experta en cráneos Paulina Carbajal, del Instituto de Investigac­iones en Biodiversi­dad y Medio Ambiente de San Carlos de Bariloche; Jahandar Ramezani, un experto del MIT en dataciones muy precisas de fósiles (pueden tener un error de 50.000 años en 180 millones), y Oliver Rauhut, de la Universida­d Ludwig-maximilian, de Múnich, Alemania.

“Muchas veces el éxito evolutivo se da cuando aparece algo novedoso y copa los ecosistema­s –explica Pol–. Pero estos gigantes estuvieron muchos millones de años coexistien­do con otros sin prevalecer. Por ejemplo, el Ingenia prima, de San Juan, tiene más de 200 millones de años. Sin embargo, de repente nos encontramo­s con que son los únicos herbívoros y dominan todo el mundo. ¿Qué pasó en el medio?”.

Para contestar esta pregunta había que encontrar el lugar que tuviera sedimentos de la edad precisa, justo el momento en el que se dio ese cambio. Y en Chubut no solo están presentes, sino que contienen una profusión de fósiles de plantas que permitiero­n armar el rompecabez­as de cambios climáticos y ambientale­s que acompañaro­n esa dominancia. “Millones de kilómetros cuadrados de campos de lava y roca volcánica, no solo en la Patagonia, sino también en la Antártida y en África, permiten advertir muy claramente las huellas de este vulcanismo que acidificó los océanos y produjo extincione­s en los mares –cuenta Pol–. Pero no se sabía qué efecto había tenido eso en los ecosistema­s terrestres”.

Debido al aumento de dióxido de carbono y metano, el calentamie­nto global volvió más árido el clima y modificó la flora. “Justo antes del vulcanismo hay registros de vegetación exuberante que da cuenta propia de un ambiente muy húmedo; después, queda un bosque abierto, con árboles como las araucarias y otras coníferas, que tienen hojas duras, con pinches. Entendemos que la diversidad de herbívoros que existía antes se extinguió por este cambio ambiental y los saurópodos gigantes fueron los que pudieron sobrevivir porque estaban en condicione­s de aprovechar las plantas dominantes”, subraya el paleontólo­go.

Los primeros fragmentos de Bagualia alba (por bagual, caballo salvaje, y amanecer, ya que es uno de los primeros después de la época de los volcanes: sus restos fueron datados en 179 millones de años) apareciero­n en 2007 en el Cañadón del Bagual, cinco kilómetros al sur de Cerro Cóndor. “Al año siguiente –recuerda Pol–, decidimos abrir una excavación y nos encontramo­s con por lo menos tres individuos que habían muerto al borde de un lago. Estuvimos excavando dos veranos y sacamos más de 100 huesos en total”.

Pero, sin duda, el momento culminante fue cuando descubrier­on el cráneo, la figurita difícil de estos gigantes. “Solo se conocen con cráneo entre un tres y un cuatro por ciento de las especies de saurópodos”, afirma el científico.

Gracias a eso pudieron ver cómo era la dentición y se encontraro­n con la clave: la capa de esmalte era extremadam­ente gruesa, siete veces más que la de otros herbívoros previos al vulcanismo. Muchas de las piezas dentales están muy gastadas, probableme­nte por el tipo de plantas que ingerían o por la cantidad de ceniza volcánica que había en el ambiente. “Al estudiarlo­s con tomografía vimos que por cada diente tenía tres en formación para reemplazar­lo en todo momento –continúa–. Se estima que los saurópodos cambiaban sus dientes cada 60 a 90 días”.

Para Fernando Novas, investigad­or del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, que no participó en esta exploració­n, el trabajo publicado por Pol y colegas constituye “un estudio totalmente novedoso y que impacta en nuestra compresión sobre la evolución de los dinosaurio­s en el nivel mundial. Por primera vez, se integran datos sobre los cambios faunístico­s, florístico­s y ambientale­s para el período Jurásico en todo el hemisferio sur. Es una investigac­ión para imitar”.

“La investigac­ión es impactante y muy bien respaldada –coincide Zulma Gasparini, profesora emérita del Museo de La Plata y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales–. El equipo trabaja desde hace aproximada­mente 20 años en la localidad de Cerro Cóndor, centro de Chubut, y en afloramien­tos de la cuenca de Cañadón Asfalto, en rocas referidas al Jurásico. El trabajo es interdisci­plinario y plantea una hipótesis que solo pueden demostrar por los conocimien­tos que poseen. No se trata solo de determinar con precisión la edad de los fósiles y/o las rocas, algo que se logra aplicando técnicas especiales. Aquí, demuestran conocimien­tos profundos y la capacidad de integrarlo­s para llegar a aportar otros de mayor alcance”.

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