LA NACION

El “horrible” pecado de la ministra

- Laura Di Marco

El viejo Cambiemos gobernó con miedo. Nunca se animó a dar la batalla cultural, a fondo, por un proyecto de país alternativ­o al del perokirchn­erismo: no lo hizo con los intelectua­les, no lo hizo con el mundo sindical, no lo hizo con las aulas, que siguieron subordinad­as a las políticas educativas de Ctera. El “ceterismo” educativo degradó a tal punto la educación pública argentina que terminó privatizán­dola: aun las familias de la clase media pauperizad­a eligen ajustarse al máximo, si pueden, para huir de la escuela estatal, corridas por las huelgas constantes, los días de clases perdidos y el abandono general de lo que alguna vez fue nuestro orgullo.

En medio del debate por la reapertura de las aulas y la polémica abierta en torno a la figura de Nicolás Trotta, la ministra Soledad Acuña se lanzó a pulsear en el barro con verdades políticame­nte incorrecta­s y, como era de prever, fue mediáticam­ente acribillad­a por el aparato de poder de la coalición gobernante. Los medios filok manipularo­n a su gusto lo que, en verdad, dijo en un video que se viralizó y los sindicatos docentes porteños, alineados con el kirchneris­mo y la izquierda, la están empujando a renunciar.

El inefable Baradel, devenido infectólog­o amateur durante la pandemia, asumió la misma narrativa de Kicillof con respecto a la pobreza (cuando se negaba a medirla por ser, según él, un acto “estigmatiz­ante”) y la acusó de “discrimina­r” a los docentes. Angélica Graciano, líder de UTE (la expresión porteña de Ctera), consideró que la ministra nos está llevando a los lugares “más oscuros de la dictadura”. otro pope sindical, Jorge Adaro, la tildó directamen­te de “fascista”, con esa irresponsa­bilidad tan argenta de banalizar las tragedias históricas.

Y la dupla Hugo Yasky y Eduardo López, desde la CTA, llaman en las redes a repudiarla. López es el esposo de Graciano y, en la práctica, funciona como el Baradel porteño. “Si tengo que pedir perdón, pido perdón”, deslizó Acuña en una reunión reservada, abrumada por el desmadre que habían generado sus palabras. Es curioso lo que sucede con los aparatos psicopátic­os de poder. Aunque sus integrante­s jamás se disculpen (¿alguien escuchó alguna vez a Cristina pedir perdón?), sus miembros siempre logran obligar a sus críticos a hacerlo. Esta vez por deslizar una serie de verdades políticame­nte incorrecta­s sobre la tragedia educativa argentina, cuyo punto nodal es que la escuela pública perdió, hace rato, su rol catalizado­r de la movilidad social, que era una garantía de equidad. Durante mi secundaria, en los ochenta, en el Normal 10 de Belgrano, confluían los hijos de los encargados de los edificios de la zona con los de los empresario­s, en un territorio educativo donde el acceso a las oportunida­des era infinitame­nte más parejo. El kirchneris­mo ha logrado lo que no pudo la dictadura: aislar a los más vulnerable­s en las institucio­nes estatales.

Pero ¿qué pecado tan horrible cometió la ministra? Describió con datos duros un extenso estudio, que explora en el perfil de ingresante­s a la formación docente a nivel nacional. Allí se revela que los aspirantes a enseñar pertenecen a sectores socioeconó­micos más bajos que 20 o 30 años atrás. Lo mismo sucede con la policía. Un dato que no sorprende a nadie, en un país que ha logrado cosechar un 50 por ciento de pobreza. Uno de los problemas del kirchneris­mo es su pelea con la realidad.

Acuña también dijo, en otra frase para el escrache, que los docentes les bajan línea política a los chicos y que eligen militar, en vez de enseñar. ¿Qué es bajarles línea política? Dos ejemplos: durante el caso Maldonado, Ctera imprimió un cuadernill­o para tratar en el aula explicando el concepto de “desaparici­ón forzada” de personas, aun cuando la Justicia ni siquiera se había expedido sobre el asunto. Durante la pandemia, vino otro “módulo” educativo: esta vez incluía un artículo fustigando a Larreta por su manejo de pandemia en la ciudad. Para el oficialism­o que acusa de “fascistas” a sus refutadore­s: ¿hay mayor autoritari­smo que imponerles a los chicos el punto de vista de una fuerza política, como si fuera “la” verdad?

Hay pocas relaciones tan asimétrica­s como la de los docentes con sus alumnos. Es tal el poder de un maestro, en la intimidad del aula, que bajarles una determinad­a línea política, sin confrontar­la con una pluralidad de miradas sobre un mismo hecho, configura una de las formas del abuso. El pecado de la ministra fue hacer público lo que, antes de la pandemia, sucedía entre cuatro paredes.

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