LA NACION

“Contigo Perú”

- Ezequiel Fernández Moores

En Perú puede jugarse fútbol bajo cualquier circunstan­cia. Es el 22 de abril de 1997 y los guerriller­os juegan fútbol en la embajada de Japón en Lima, día 126 de la toma. “15 horas. Se ha iniciado el partido”, avisa el almirante Luis Giampetri, uno de los rehenes, a través de una radio miniatura. “Serpa está jugando. Tito está jugando”, sigue Giampetri. Se refiere a Néstor Serpa Cartolin y a Eduardo Nicolás Cruz Sánchez, “Camarada Tito”, dos de los líderes del Movimiento Revolucion­ario Túpac Amaru (MRTA) que el 17 de diciembre de 1996 tomó la embajada en el barrio de San Isidro. Cerca de ochociento­s rehenes. Diplomátic­os, oficiales de gobierno, militares y empresario­s invitados al 63° aniversari­o del nacimiento del Emperador de Japón Akihito. El día del asalto, cuanto los militares aprovechan que los guerriller­os se distendían jugando fútbol, quedan apenas 72 rehenes. La mayor parte había sido liberada a las pocas horas de la toma. Entre ellos, Francisco Sagasti, consultor internacio­nal. Hoy es el flamante presidente de Perú. Juró ayer, unas horas antes del partido contra Argentina en el Estadio Nacional, en una Lima convulsion­ada.

Liberado a las 48 horas, Sagasti salió con un “diploma de rehén”, un pedazo de cartón firmado por Serpa y por Rolly

Rojas Fernández (“El Arabe”). El día del asalto, el sonido de un helicópter­o para el habitual “fulbito” de una hora que juegan los guerriller­os. Es tarde. Los últimos que sobreviven, sugieren informes, son ejecutados por fuerzas lideradas por Vladimiro Montesinos, el asesor “monje negro” del presidente Alberto Fujimori, hoy encarcelad­o, condenado por corrupción y matanzas en barrios populares. El caso Odebrecht arrastró a los presidente­s siguientes: Alejandro Toledo (arrestado en Estados Unidos), Alan García (se mató en 2019), Ollanta Humala (libertad condiciona­l) y Pedro Pablo Kuczynski (arresto domiciliar­io). Martín Vizcarra, pese a su alto grado de aprobación, se convierte el lunes 9 de noviembre en el sexto presidente seguido caído en desgracia. La excusa es una investigac­ión todavía incipiente sobre supuesta vieja causa de corrupción. El Congreso, que tiene a la mitad de sus miembros procesados por corrupción, designa al empresario ganadero Manuel Merino, que asume con un gabinete ultraconse­rvador. Difícil responder a la pregunta que, sesenta años atrás, en plena dictadura, se hacía “Zavalita” en “Conversaci­ón en la Catedral”, la novela de Mario Vargas Llosa: “En qué momento se había jodido el Perú”.

Las protestas se hacen masivas. La actriz Tatiana Astengo lanza el hashtag “Que no juegue la Selección” contra Chile. Es criticada. “Hay otro partido y es en la calle. Contigo Perú”, alienta a los manifestan­tes un cartel pegado en el Estadio Nacional de Santiago, horas antes del “Clásico del Pacífico” que Chile, finalmente, gana 2-0. Al día siguiente, sábado, con más gente en las calles y la represión en aumento, balas del poder asesinan a Jordan Inti Sotelo y Jack Pintado. Son “la generación del bicentenar­io” (Perú lo celebra en 2021). “Centennial­s”, “tiktokers”, “generación Z”, algunos con millones de seguidores convocan por sus redes. “Se metieron con la generación equivocada”. Se suma el fútbol. Escudos de luto. Minuto de silencio en las canchas. Sporting Cristal envía a la familia de Inti Sotelo una camiseta autografia­da por todo el plantel y posa de costado ante la cámara. “Estamos al lado del pueblo”, le dice a RPP el DT Roberto Mosquera. Reimond Manco, de Atlético Grau, dedica su gol a “los dos guerreros que perdieron la vida”. Leo el cartel de un estudiante en plena marcha: “Papá, mamá, salí a defender mi patria. Si no regreso, me fui con ella”.

Un colega amigo, Juan Carlos Ortecho, me dice el lunes temprano que ve difícil que pueda jugarse el partido contra la Argentina. Los jugadores de la selección apoyan la lucha. Edison Flores, Christian Cueva, Carlos Zambrano y varios más. “¿Quién le va a devolver la vida a estos jóvenes valientes?”, se pregunta Paolo Guerrero, capitán lesionado. Su reemplazan­te, Gianluca Lapadula, que juega en Italia y logró nacionaliz­ación en tiempo récord, no conocía Perú. En ocho días ve tres presidente­s. Perú jugó fútbol en medio de huelgas, hiperinfla­ción y terrorismo, me recuerda el colega Pedro Ortiz Bisso. “La historia es difícil de explicar, pero tú eres argentino”, me dice otro colega, Daniel Titinger. Lo entiendo. Racing campeón en medio de los cinco presidente­s de diciembre 2001. El Mundial con Videla. Toda la respuesta de Titinger es hermosa. Sintetizo el final. Que la renuncia de Merino, grafica Titinger, “se celebró como el gol de Jefferson Farfán que llevó a Perú a un Mundial (Rusia 2018) después de 36 años” y la designació­n de Sagasti dio un aire nuevo. “Cuando un peruano muere, y más aún si es joven, todo el Perú está de duelo”, dice Sagasti. “Y si muere defendiend­o la democracia, al luto se suma la indignació­n”.

El partido contra la Argentina está por comenzar. Titinger me dice que “por supuesto nos encantaría gritar algunos goles”. Pero “si Perú no gana, creéme Ezequiel, no nos importará tanto. Ya hemos ganado. Hemos jugado en estos días un partido mucho más importante. Hemos sido la mejor hinchada del mundo defendiend­o la democracia. Somos un país extraño, pero somos decentes y tenemos huevos”.

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Sebastián Domenech
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