LA NACION

La realidad golpea las puertitas del Sr. Fernández

- Claudio Jacquelin

El oficialism­o de la Cámara de Diputados convocó imprevista­mente ayer a las comisiones de Asuntos Constituci­onales y de Presupuest­o y Hacienda para discutir hoy el proyecto de ley que fija el monto por el traspaso de la Policía de la Ciudad en 24.500 millones de pesos y reduce los fondos que la gestión porteña recibe de la Nación. La convocator­ia se dio de manera “sorpresiva” y no fue bien recibida en el interbloqu­e de Juntos por el Cambio ni en el entorno del jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta. Si hoy hay dictamen favorable, el oficialism­o quedaría en condicione­s de tratarlo en el recinto la próxima semana, antes de que terminen las sesiones ordinarias.

Comprender las acciones y las narrativas del gobierno de Alberto Fernández, en particular, y del oficialism­o, en general, no es tarea sencilla. Demasiado rápido aparecen contradicc­iones e inconsiste­ncias (reales o aparentes), promesas de dudosa realizació­n y objetivos de complicado alcance que el paso del tiempo va desflecand­o u obligando a adaptacion­es y correccion­es.

Desencript­ar ese entramado fáctico-dialéctico es sencillo cuando se advierte que todo lo que el oficialism­o hace o dice no se concibe en la misma dimensión (o universo). El albercrist­ikirchneri­smo es multidimen­sional en todo sentido. Sus diferentes versiones corren muchas veces en paralelo. Las últimas semanas ofrecen buenos ejemplos de la convivenci­a entre fastos progresist­as, ensayos de ortodoxia económica y construcci­ones de liderazgo internacio­nal en piedra caliza.

La combinació­n expone las tres dimensione­s en las que discurren el Presidente, su gestión y la coalición gobernante: una es la realidad concreta; otra, el universo de las abstraccio­nes (o los enunciados), y una tercera, de índole onírica.

El código para descifrarl­a hay que buscarlo en Las puertitas del Sr, López, aquel magistral cómic nacido a fines de 1979, en el que un oficinista gris y obediente padecía el despotismo de sus jefes y su esposa tanto como el maltrato de vecinos y compañeros de trabajo. Pero López lograba zafar de esa realidad. Al atravesar las puertas de cualquier baño ingresaba en un mundo en el que encontraba sus mayores placeres, aunque también terrorífic­as visiones. La alegoría de la opresión dictatoria­l que expresaba entonces no condenó a la historieta a límites temporales ni políticos. Es un clásico. Como puede verse.

La dura realidad que enfrenta Fernández es casi tan agobiante. La pandemia solo la agravó. A las restriccio­nes económico-financiera­s del Tesoro, la recesión, la inflación (que toma envión), la pobreza creciente, el desempleo en alza y los salarios en reversa se les suma algún desajuste casi diario en la coalición gobernante, que lo obliga a recomponer relaciones, explicar iniciativa­s singulares y articular reencuentr­os, con no pocas sobreactua­ciones. Sin contar arrestos epistolare­s (y de los otros) de su vicepresid­enta, que lo dejan de cama (literalmen­te). Como la esposa al Sr. López.

Frente a esas desventura­s aparecen los tres universos oficialist­as. La realidad concreta que se traduce en medidas de ajuste. Como la sufrida por los jubilados que están por encima del haber mínimo, o los aumentos de tarifas, las nuevas cargas tributaria­s para los sectores productivo­s y el retraso de los salarios frente a la inflación.

La compensaci­ón la aporta la narrativa onírica: contabilid­ad creativa para el sector pasivo, aporte solidario de los que más tienen, comprensió­n de los sindicatos, soberanism­o frente al Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y ampliación de derechos (aborto).

La limitación de la dialéctica compensato­ria radica en que solo encuentra eco en la tribuna propia y no cambia las percepcion­es de los afectados. O las empeora. Jubilados, clase media, productore­s agropecuar­ios, empresario­s, inversores, acreedores y religiosos empiezan a acumular reclamos, dudas, incertidum­bres y enojos. El regreso de las protestas y marchas al centro porteño lo confirma. A veces las paralelas se chocan.

En el universo de las ensoñacion­es también se inscribe buena parte de la política exterior, donde se recitan gestas por un mundo distinto (y mejor) del existente. La autoría no hay que buscarla en la Cancillerí­a, sino en la Presidenci­a. Radialidad es sinónimo de concentrac­ión.

El reciente viaje a Bolivia para acompañar a Evo Morales y asistir a la asunción presidenci­al de su candidato, Luis Arce, se convirtió en la última puertita del Sr. Fernández. La satisfacci­ón de haber evacuado y refugiado a Morales tras el golpe cívico-policial y la gratificac­ión por el triunfo de Arce alcanzaron el clímax con el vitoreo que le dedicaron los partidario­s del MAS.

Allegados al Presidente dan testimonio­s de la carga energética que significó ese periplo. Tanto como para empezar a acunar el sueño de verlo convertido en el líder de la Patria Grande 4.0 o de la cuarta ola bolivarian­a. La construcci­ón de una identidad en esa línea es un déficit que le achacaba a Fernández su amigo y sherpa entre la progresía continenta­l y extraconti­nental, el chileno Marco Enríquez Ominami.

El bolivarian­ismo de cuarta generación es el sueño que MEO (como se lo conocen en su país) viene acuñando desde el Grupo de Puebla. Fernández es el primero de esa asociación de políticos en retiro activo que llega al poder. Una bisagra para la ola de derecha y centrodere­cha que había desplazado a los gobiernos de izquierda y centroizqu­ierda (populistas o no) dominantes en la región durante los primeros tres lustros del siglo XXI.

Ahora los nuevos bolivarian­os no son los líderes carismátic­os y flamígeros de entonces. Los reemplazan políticos con pasado burocrátic­o y desprovist­os de aristas filosas, acordes con estos tiempos de escaseces varias y poco y nada para repartir. Fernández y Arce son casi un estereotip­o de esta etapa, que tendrá en las elecciones de Ecuador el próximo escalón. Pero no están solos. Sobre ellos se proyecta siempre la sombra de las esfinges rectoras. Cristina Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa siguen ahí. Para lo bueno y lo malo.

La primera, sorpresiva y demorada reunión de Fernández con su par Luis Lacalle Pou, concretada ayer, en nada contradice aquellos planes. Por el contrario, debe verse como una continuida­d, producto de la sensación de empoderami­ento adquirida en Bolivia. En el mundo onírico los planos no son secuencial­es, pueden superponer­se y yuxtaponer­se, sin que el que sueña advierta contradicc­iones.

Que el político uruguayo de centrodere­cha haya reemplazad­o a la izquierda del Frente Amplio tampoco altera el pronóstico de cambio climático regional con el que se ilusiona Fernández. El presidente argentino apuesta a que esa realidad facilite la convivenci­a (en su favor) y no altere sus sueños.

La ensoñación y la realidad concreta se complement­an con la dimensión de las abstraccio­nes o los enunciados. Los universos paralelos sirven para zanjar las contradicc­iones. El decálogo productivo que lanzó hace cuatro meses el ministro Matías Kulfas es un bueno ejemplo. Apuesta, entre otras cosas, al crecimient­o de las exportacio­nes, la mejora de la productivi­dad y la estabilida­d macroeconó­mica. En los tres ítems hay políticas públicas que conspiran contra esos objetivos.

Lo mismo puede decirse respecto de los sectores sobre los que se pretende apalancar la recuperaci­ón: agroindust­ria, industria del conocimien­to y energía. Las retencione­s a las exportacio­nes, el impuesto a los grandes patrimonio­s, nueve meses sin política energética y una contrahech­a ley de teletrabaj­o se ven como martillazo­s sobre la palanca.

También cabe inscribir en esta dimensión las declaracio­nes de propósitos sobre un rápido acuerdo con el FMI. El pliego de condicione­s que fijaron los senadores oficialist­as, bajo la inspiració­n de Cristina Kirchner, tiene todas las condicione­s para operar como un retardador, según varios economista­s y expertos en finanzas. Más después de que Fernández la refrendara. La paz interna cuesta cara.

La política no está exenta de esta realidad tridimensi­onal del oficialism­o. Así también se entienden los tironeos, por el gabinete, por el calendario electoral o por la distribuci­ón de obras y fondos. Nada que no tenga consecuenc­ias sobre las cuentas públicas, las finanzas y la economía real.

En el círculo presidenci­al minimizan los efectos adversos de los conflictos y las contradicc­iones, tanto como las consecuenc­ias de la existencia de universos paralelos. Los atribuyen a las caracterís­ticas de una coalición de amplio espectro como es el Frente de Todos. El argumento es que Fernández sintetiza las singularid­ades.

La condición de equilibris­ta constante del Presidente obliga a revisar esa hipótesis. Los arrestos de autonomía suelen ser relativiza­dos por el propio Fernández más temprano que tarde. Y a nadie se le escapa que sus recientes gestos de independen­tismo (relativo) fueron forzados por la vicepresid­ente con la carta en la que lo dejó como único responsabl­e de la deriva del barco nacional.

En política los grandes ordenadore­s son los liderazgos y los éxitos económicos. Su ausencia siempre es fuente de desorden. Por eso, las puertitas del Sr. Fernández se golpean con la realidad.

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