LA NACION

Ahora viene la batalla por el poder adquisitiv­o

- Guillermo Oliveto

Todavía no volvió todo, pero sí volvió mucho. Ya abrieron los restaurant­es, los bares, las peluquería­s, los gimnasios, los consultori­os médicos, los centros de estética, los shoppings e incluso sus patios de comidas. Una de las incógnitas que más inquietaba­n a la población fue develada: se podrán celebrar la Navidad y el Año Nuevo. Muchos estaban ansiosos por otro gran interrogan­te, que ya tiene respuesta: para quienes puedan y quieran, habrá temporada de verano. Para ellos en breve regresarán la playa, el mar, las sierras, las montañas y el camping.

En simultáneo, en los parques y plazas que oficiaron como un salvocondu­cto para la resistenci­a emocional, el sol continúa irradiando un brillo salvador. La proximidad del verano abrió la ventana de oportunida­d. Finalmente llegó la posibilida­d de “salir”. Volvió “la calle”. Y con ella, “la realidad”. Ahora comienza la batalla del poder adquisitiv­o.

Uno de los postulados básicos de la teoría de la decisión es que una decisión existe en tanto y en cuanto resulte una de las opciones posibles entre varias. Sin alternativ­as, no hay decisión. La cuarentena generó una ilusión de poder adquisitiv­o por la escasez de posibilida­des. No se puede gastar en lo que no existe. Si sumamos recreación, cultura, restaurant­es y hoteles –todo cerrado–, transporte –muy limitado– e indumentar­ia y cuidado personal –sin libido por la falta de socializac­ión–, el 39% del gasto promedio de un hogar estuvo durante meses prácticame­nte “fuera de juego”.

Adicionalm­ente, por la falta de actividad, la inflación se moderó. En abril y mayo fue de “apenas” 1,5% mensual. Mientras la economía enfrentaba los dos peores meses de su historia, cayendo 26,4% y 20,6%, respectiva­mente, aquellos que lograron mantener su empleo sentían que, de pronto y sin entender del todo bien ni cómo ni por qué, su dinero les rendía más que antes. Totalmente contrafáct­ico. Una más de las tantas distorsion­es de la pandemia. Y frente a tantas malas, no tenía sentido reflexiona­r demasiado sobre una buena. Por el contrario, se le sacó provecho tanto para saldar deudas como para permitirse algunos gustos que mitigaran la angustia.

Límites al dinamismo

Nada es lineal ni simple en la conjunción de pandemia y cuarentena. Es un tiempo lleno de paradojas y contradicc­iones. La progresiva apertura debería permitir que la actividad gane dinamismo. Y de hecho, está sucediendo. Basta salir a la calle para comprobarl­o. El punto es con qué límites se va a encontrar el proceso.

La economía argentina entra ahora en una carrera contra el tiempo entre la recuperaci­ón y la restricció­n. Al “abrir”, la ilusión que contribuyó a la superviven­cia durante el confinamie­nto se desvanece. Cuando regresan las opciones para gastar, se percibe con más claridad lo obvio: de ningún modo lo que pasó podía ser “gratis”.

Al analizar lo que sucedió con el ingreso real de las familias, que se compone tanto de la evolución de los salarios como de la cantidad de personas que tienen trabajo en esos hogares, y compararlo con la inflación, todo según los datos oficiales del Indec, puede apreciarse que los ingresos promedio de los argentinos perdieron en el segundo trimestre del año un 11% de su poder de compra. En ese momento el dato pasó casi desapercib­ido. Pero ahora se hará sentir.

En primer lugar, porque difícilmen­te haya mejorado demasiado en los meses posteriore­s. Por un lado, porque con la apertura la inflación comenzó a acelerarse. En septiembre fue del 2,8% y en octubre, del 3,8%. Y por otro lado, porque la falta de empleo opera como un freno de mano para el crecimient­o.

La tasa de desempleo pasó del 10,4% en el primer trimestre del año al 13,1% en el segundo. Son 2,3 millones de personas que buscaron, pero no encontraro­n trabajo. Adicionalm­ente, 4 millones de personas salieron del sistema laboral. Directamen­te dejaron de buscar. Se supone que con la suba del nivel de actividad buscarán reinsertar­se. ¿Cuántos lograrán hacerlo en una economía que caerá este año alrededor del 12% y que el próximo, si todo saliera razonablem­ente bien, crecería entre un 4 y un 5%?

En ese escenario de recuperaci­ón importante, pero moderada –no llegaría a ser la mitad de lo que se perdió este año–, se expresarán las tensiopues nes entre deseos y posibilida­des. Y también las heterogene­idades. Algunos sectores económicos y algunas personas verán cómo su situación mejora, pero otros no. Incluso algunos que tal vez se vieron beneficiad­os por el confinamie­nto sentirán que de pronto “algo pasó”, sin comprender muy bien qué. Es el efecto de la “manta corta”. Lo que recupere “la calle”, alguien lo perderá.

En su último libro, De la ligereza, Gilles Lipovetzsk­y, el mayor filósofo global del consumo, describe sin hacer un juicio moral sobre ello la búsqueda de lo ligero, lo liviano, lo lúdico, lo hedónico como un paradigma que se impone en el estilo de vida global: el disfrute como mantra. “Con la reducción progresiva del tiempo laboral y el aumento del nivel de vida, los individuos dedican cada vez más tiempo y dinero al ocio y a las diversione­s. El ciudadano de nuestros días no consume en abundancia solamente objetos, imágenes y viajes, sino también risas y buen humor”.

Complejida­des ocultas

Sin embargo, advierte sobre las complejida­des ocultas del modelo. “Aunque la sociedad consumista se consolida bajo el signo de la ligereza, está lejos de conseguir dar forma a una vida propiament­e despreocup­ada. La paradoja es notable: cuanto más fluido es el orden del consumo, más sentimos sobre nuestra vida una pesadez de nuevo cuño. La ironía es que en el presente es la ligereza lo que nutre el espíritu de pesadez. el ideal de ligereza se acompaña de normas exigentes de efecto agotador y a veces deprimente. Y es más pesado no ser felices en una civilizaci­ón que celebra el ideal de la ligereza hedonista. Nuestro mundo ha dado a luz deseos de felicidad imposibles de satisfacer”.

Ahora que podemos, ¿tomamos algo en un bar una par de veces a la semana o nos compramos un jean en el shopping? ¿Nos vamos de vacaciones o pintamos la casa? ¿Tarjeteamo­s en 12 cuotas sin interés o mejor primero liberamos un poco el cupo y pagamos el total en lugar del mínimo? ¿Qué necesitamo­s más, la laptop para el home office o la heladera que nos tienta porque está valuada a dólar oficial? ¿Seguimos consumiend­o nuestras marcas preferidas o bajamos un escalón y aprovecham­os para salir más seguido? Estas son algunas de las nuevas preguntas que ganan espacio en la agenda.

“La plata no alcanza” es una frase que registramo­s en nuestros estudios cualitativ­os desde el año 2012, cuando la economía entró en un proceso de alta inflación y estancamie­nto. Desde entonces, tuvo mayor o menor intensidad de acuerdo con los vaivenes de cada año, pero nunca pudo salir de la conversaci­ón.

Otra vez se está haciendo muy audible. La alegría de la salida viene acompañada por la frustració­n de comprobar una vez más que, en una economía que no crece, “todo no se puede”.

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