LA NACION

Carlos M. Reymundo Roberts

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Cuando aquel tucumano director de un coro colegial, de excelso oído y pésimo temperamen­to, se topaba con un alumno desafinado, crujía el cielo, casi literalmen­te: “¡A usted no lo salva ni Santa Cecilia!”, amonestaba, impiadoso. Un día sacó a los chicos de la ignorancia: Santa Cecilia, virgen y mártir romana de vida azarosa, es la patrona de los músicos, porque se dice que mientras moría bajo los tormentos, cantaba. Es una de las santas más veneradas de la Iglesia; tiene también el patronazgo de los poetas y de los ciegos (junto con Santa Lucía), y de varias ciudades en todo el mundo; entre ellas, Mar del Plata, por decisión de su fundador, Patricio Peralta Ramos, cuya mujer, Cecilia, murió durante el parto de su decimocuar­to hijo. Ha sido profusamen­te homenajead­a en la literatura, el arte y, por supuesto, en composicio­nes musicales, como

Oda para el Día de Santa Cecilia, de Haendel. Un abogado y dirigente político argentino le tiene tanto cariño que todos los años organiza en su casa unas peñas concurridí­simas en honor de la santa; guitarras y bombos solo se llaman a silencio para que alguien de la familia lea una breve bio de la patrona.

Recuerdos y apuntes, estos, que vienen a cuento de que ayer, 22, fue Santa Cecilia.

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