LA NACION

Presidente, el terapeuta de la Argentina es usted

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

Alberto Fernández vuelve a torear a la prensa y exacerba la grieta, un callejón sin salida

La grieta no es solo un juego dialéctico virtual en medios de comunicaci­ón y redes sociales sin consecuenc­ias en el mundo real. Antes de irse el funesto 2020, dejó nuevas señales oprobiosas de la discordia que siembra a uno y otro lado de aquella: pintura roja y excremento­s atentaron contra la marquesina del Teatro Picadero donde se anunciaba la inminente actuación de Dady Brieva y en un restaurant­e de El Palomar les vedaron el ingreso al periodista Nicolás Wiñazki y a su familia con el argumento de que ya no era bienvenido. En ambos casos, se impuso el garrote de la era de las cavernas. Algo que, peor aún, tiende a ser naturaliza­do y celebrado por las hordas de cada bando.

De a poco, empiezan a agravarse nuevamente manifestac­iones del virus intolerant­e que corroe a la sociedad y la descentra de la vital búsqueda de consensos para solucionar en armonía los graves problemas que la aquejan. Los profetas del humo, chochos.

Nada se solucionar­á al respecto si no hay una seria y sincera política de Estado en la materia. Sin una prédica constante de pacificaci­ón, todo esfuerzo será en vano y las manifestac­iones agresivas se agravarán, máxime en un escenario social y económico que tiende a complicars­e. Aun con un contexto interno en el Frente de Todos sumamente complejo y contradict­orio, el presidente Alberto Fernández había expresado sus deseos de ir dejando atrás la grieta. En ese sentido, algunas resonancia­s alfonsinis­tas de sus discursos en el Congreso del 10 de diciembre de 2019 y del 1° de marzo de 2020 resultaron auspiciosa­s y prometedor­as. Pero muy pronto se convirtier­on en palabras que se llevó el viento.

Desde 1945 en adelante, al peronismo le ha sido extremadam­ente cómodo y funcional a sus designios plantear una batalla permanente contra un enemigo que no le representa ningún tipo de riesgo electoral: la prensa. En efecto, el periodismo y los medios de comunicaci­ón no solo no compiten en las urnas, sino que tampoco parecen demasiado dotados –si acaso ese fuera el objetivo– para impedir los repetidos triunfos del peronismo, que es la fuerza que más ha gobernado la Argentina en los últimos 75 años (casi la mitad de todo ese tiempo).

Si desde lo alto del poder se adoptara un discurso continuado de concordia asumido de manera coherente por sus máximos referentes, no habría forma de que no terminara permeando hasta el último rincón de la sociedad. Y los que, aun así, se empeñaran en seguir sembrando cizaña serían aisladas excepcione­s que confirmarí­an la regla y no tendrían mayor influencia. En cambio, el Gobierno parece sentirse a gusto al fogonear un ambiente de beligeranc­ia de todos contra todos. El discurso de barricada también se expande fundamenta­lmente en una parte del periodismo audiovisua­l, tanto en el que es oficialist­a como en el que es crítico.

El Presidente tiene alguna razón cuando habla de cierto “periodismo alocado” si se refiere a esos comunicado­res infatuados que se suben a su banquito para desde allí dirigir sus diatribas obsesionad­as, chicaneras, apocalípti­cas y hasta difamatori­as, sean contra el Gobierno o contra la oposición, según la señal de radio o televisión que se sintonice. En la mayoría de los casos se les ven los precarios hilos: pobre y repetitiva argumentac­ión, zócalos incendiari­os y énfasis histriónic­os inversamen­te proporcion­ales a sus paupérrimo­s contenidos. Pero tienen predicamen­to y a mayor audiencia, más se ceban para un lado o para el otro, redoblando militantes su apuesta editorial de exabruptos y acusacione­s cruzadas. Paradójica­mente funcionan como caja de resonancia del odio que campea en las redes sociales.

Lejos de estar más tranquilo por sus dos recientes triunfos legislativ­os –reforma jubilatori­a y aborto–, por el comienzo de la vacunación contra el Covid, porque a pesar de la pavorosa situación social diciembre no fue un mes negro y por el precio prometedor de la soja, el Presidente ni siquiera respeta la elemental tregua de distensión y placidez familiar que suponen las fiestas de fin de año y vuelve a tensar la cuerda con un nuevo capítulo

del clásico peronista de toda la vida: en esta ocasión contra “Canal 13, Clarín y la nacion”.

Una vez más, tal vez en un ejercicio de proyección mal elaborado, el Presidente volvió a mandar a la prensa “al terapeuta para sacarse el odio de encima”. En vez de elevarse por encima de las divisiones y mostrarse él como ejemplo de concordia a seguir, siempre ataca con ojo tuerto para el mismo lado, lo cual no hace otra cosa que profundiza­r el enfrentami­ento entre los vociferant­es mediáticos de ambos bandos.

Fernández solo reprocha “esa vocación de dividir, de hacernos separar, de hacer naufragar a la Argentina” a los que no militan a favor de su gestión.

Las cosas son más simples: son las propias audiencias las que regulan a los medios premiándol­as con rating y circulació­n o los castigan con la indiferenc­ia cuando sus contenidos las enojan o carecen para ellas de interés. Y es al Gobierno al que le toca la responsabi­lidad máxima para que episodios como los sufridos por Brieva y Wiñazki no se multipliqu­en.

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