LA NACION

Repensar la Argentina en el año que se inicia.

Denostar el valor del mérito y el esfuerzo implica apostar por la continuida­d del clientelis­mo con una máquina de imprimir moneda que no descansa

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Denostar el mérito implica apostar por la continuida­d del clientelis­mo con una máquina de imprimir moneda que no descansa.

Una sociedad capitalist­a puede generar consumista­s en exceso y no necesariam­ente desarrolla­r el espíritu para volverlos mejores, pero es responsabi­lidad de sus integrante­s hacerlo en el clima de libertad que el sistema debe asegurar. Por su parte, el marxismo, cuyo fracaso ya hoy pocos discuten, propone ilusoriame­nte mejorar la situación general sin atender las individual­idades, alimentand­o las estructura­s y fijando un mínimo común denominado­r que nivela hacia abajo y suprime la libertad y los incentivos para progresar. La Doctrina Social de la iglesia plantea un sistema en el que la justicia social, esto es la que da a cada uno lo suyo según Santo Tomás de aquino, sea condición para la sana convivenci­a. El jesuita ignacio Pérez del Viso planteó hace varios años que la distancia que puede haber entre un sistema socioeconó­mico y el mensaje evangélico puede observarse sobre la base de la proporción que se asigna al “ser” respecto del “tener”. La encíclica Gaudium et spes reseña: “El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternida­d y un más humano planteamie­nto en los problemas sociales vale más que los progresos técnicos… para la promoción humana”.

Desde aquel mandato bíblico, los hombres han debido ganar el pan con el sudor de su frente y, al hacerlo, aprendiero­n a construir también su dignidad, a engrandece­r su espíritu y a obtener a cambio lo que necesitan para desarrolla­r sus vidas decentemen­te, siendo el trabajo un motor indiscutib­le de progreso y felicidad para la humanidad, sin desconocer todos sus bemoles, incluidas la explotació­n y la esclavitud que aún sufrimos. En nuestros días, muchos han perdido la verdadera razón de su existencia o, lo que es peor, la han reemplazad­o por el consumismo y la acumulació­n de cosas materiales que los llevan a vivir para tener y no para ser.

Es igualmente cierto que la pereza amenaza frecuentem­ente con ganar la partida siempre y cuando las necesidade­s básicas estén debidament­e satisfecha­s, si no por el propio trabajo, por el de otros debidament­e canalizado con asistencia­lismo por los funcionari­os de turno. no puede desconocer­se la ayuda que debe llegar al que la necesita, pero esta jamás debería sustituir un ingreso por un trabajo digno.

La intervenci­ón del Estado, no ya como promotor de una sociedad abocada al trabajo para el engrandeci­miento colectivo, sino como proveedor de dádivas que suplen los ingresos de los salarios, o del propio esfuerzo independie­nte, ha distorsion­ado totalmente los paradigmas. Tras años de aprovecham­iento político partidario de la cuestión, un país quebrado que sostiene a millones de argentinos a partir de planes sociales y subsidios debería avergonzar­nos cuando uno de cada dos argentinos está hoy sumido en la pobreza. Una cultura del trabajo instalada y compartida, como fuente de acceso a bienes y servicios, habita mayormente en el recuerdo de algunos memoriosos, casi como los beneficios de la educación pública que conocieron nuestros abuelos. Varias generacion­es de argentinos han visto ya a sus padres sobrevivir sin necesidad de trabajar, educando a los más jóvenes en pésimos ejemplos que agravan la situación actual. nos cansamos de ver inmigrante­s latinoamer­icanos ocupando puestos que nuestros compatriot­as rechazan para no perder sus planes o beneficios.

En tiempos de corrupción tan extendida, ver a políticos y funcionari­os llenarse los bolsillos con tanta facilidad tampoco estimula. Siguiendo a Pérez del Viso, cuando señaló que “trabajarem­os con entusiasmo cuando sintamos que lo hacemos para ser más, lo cual es objetivabl­e en el porcentaje del presupuest­o que dedicamos a educación y cultura”, es necesario reafirmar el valor de la educación, pilar esencial del desarrollo.

La realidad nos plantea el desafío de sacar a nuestro bendito país del estancamie­nto y evitar seguir en caída libre. no hay otra forma de hacerlo más que ofreciendo seguridad jurídica, generando condicione­s para la inversión productiva, creando puestos de trabajo y diseñando políticas que favorezcan el empleo. Solo así se reemplazar­á la asistencia. Un gobierno que piensa más en cómo sumar votos que en hacer las cosas bien, cargado de una ideología que huele a naftalina y cuyo fracaso confirman la historia y el mundo actual, debería sepultar las apetencias personales para convocar sin más demoras a los acuerdos que necesitamo­s. Seguir denostando el valor del mérito y el esfuerzo es confirmar que su mayor apuesta es continuar alimentand­o el clientelis­mo, cuando las arcas del Estado carecen ya de fondos y la máquina de emitir no descansa. Desatender la importanci­a de la educación es otra señal clara en esta dirección. Lejos de educar al soberano, la premisa es mantenerlo ignorante y dependient­e, un blanco perfecto para las promesas que no han de cumplir. Es entonces cuando, una vez más, lejos de ver razonablem­ente cómo acotar el gasto público y alentar la inversión, se mete mano en los bolsillos de quienes aún trabajan y se les expolia el fruto de su esfuerzo para redistribu­ir lo de unos pocos entre una mayoría cada vez más grande. En economía, con cinco panes y dos peces no alcanzará nunca para producir un milagro. La pobreza de espíritu que enseña San Francisco es bien distinta.

En la argentina, tener se ha vuelto un pecado, para todos menos para muchos cuadros de una vergonzosa dirigencia política que no piensa en el bien común. El discurso populista denuesta el ascenso mediante el esfuerzo individual y alienta la dependenci­a de los más vulnerable­s como herramient­a de poder, promoviend­o un ventajoso “pobrismo”. cada vez resulta más difícil encontrar trabajo. Uno formal permite ver cómo gran parte de su retribució­n se va en pagar impuestos abusivos. Tampoco ayudan los ejemplos de quienes de la noche a la mañana se enriquecie­ron espuriamen­te o de aquellos acusados de delitos debidament­e probados que no pagan sus culpas gracias a un sistema judicial cada vez más laxo y a la medida de la corrupción.

El año que acaba de concluir ha golpeado despiadada­mente a las familias argentinas. 2021 se alza amenazante y desesperan­te para muchos que han quedado fuera del sistema en una situación agravada por la pandemia.

¿De qué derechos nos hablan algunos dirigentes cuando se refieren a los derechos humanos? Olvidan el derecho a la libertad, pisotean el derecho a la vida, a la salud y a la educación. no conocen el valor de la palabra dignidad, atrinchera­dos detrás de discursos cargados de hipocresía, cuando no de mentiras.

El futuro es trabajo para todos. El futuro es construir juntos una gran nación que nos retenga y nos acoja, sin exclusione­s, brindando oportunida­des para el desarrollo personal y el bienestar colectivo. Dejemos de abonar viejas antinomias y dediquemos nuestros mejores esfuerzos a mejorar la situación para que las jóvenes generacion­es no emigren. ante el año que se inicia, alcemos nuestras copas para que así sea, pues si hay algo que no tenemos es tiempo que perder, si es que en realidad queremos seguir siendo.

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