LA NACION

Una jugada para copar el peronismo y quedarse con la lapicera de las candidatur­as

- Mariano Pérez de Eulate

Más tarde o más temprano, Máximo Kirchner será ungido presidente del peronismo bonaerense. Y no se dará por una pelea interna real para conseguirl­o, más allá de que se vieron algunos escarceos de un puñado de intendente­s del conurbano que ahora llevan las riendas formales del partido. Fue apenas un poco de ruido porque quedaron solos en el reclamo de que se cumpla lo acordado hace tres años: una conducción de alternanci­a entre alcaldes hasta finales de 2021.

Una mirada impiadosa podría detallar que se trata de una nueva capitulaci­ón de los intendente­s peronistas ante el kirchneris­mo duro, encarnado en Cristina Kirchner y en su hijo diputado nacional. Del que históricam­ente han renegado en privado, del que han amenazado distanciar­se mil veces, pero frente al que terminan, siempre, rendidos.

Lo sabe bien Florencio Randazzo, que en 2017 pensó que podía liderar un espacio peronista no kirchneris­ta, capitaliza­ndo el eterno enojo de los intendente­s del Gran Buenos Aires por el maltrato histórico que le facturaban a Cristina Kirchner, pero terminó él solo con el sello oficial del PJ y haciendo una elección casi testimonia­l. Que, sin embargo, les hizo cierto daño al cristinism­o y a la expresiden­ta misma: fueron los comicios en que Cristina Kirchner perdió contra Esteban Bullrich, ambos candidatos a senadores.

Máximo Kirchner claramente tomó nota de aquel escenario. Y propone ahora un auto giro político avanzando en persona hacia el control del PJ provincial que, en verdad, va a contramano de la actitud de desprecio histórico hacia la estructura oficial del peronismo que ha tenido su familia, empezando por su padre, el expresiden­te Néstor Kirchner, y luego por la ahora vicepresid­enta, quien elevó a paradigma ese sentimient­o refractari­o creando el Instituto Patria. Es en el Patria donde se han tomado las decisiones importante­s del justiciali­smo en los últimos años.

Hay que pensar con la lógica municipali­sta de los intendente­s para entender el actual respaldo a Máximo de la mayoría de ellos. Cálculos políticos de pago chico suelen guiar sus decisiones estratégic­as. La eterna amenaza kirchneris­ta de armar listas contrarias a los oficialism­os peronistas locales funciona con éxito. Un jefe comunal hace lo posible, siempre, para mantener números cómodos en el concejo deliberant­e de la ciudad que gobierna. Aunque sea un posible minibloque de dos ediles de perfil justiciali­sta pero que no les responde directamen­te para ellos huele a incomodida­d, a peligro. Esta ocasión, además, encuentra a Máximo Kirchner encumbrado en el Congreso nacional como una pieza clave de la alianza gobernante. El muchacho ahora es algo más que “el hijo de”, explican en el justiciali­smo.

Máximo Kirchner lidera, además, una organizaci­ón con formación política, La Cámpora. Tiene una ideología identifica­ble, bastante repudiada por los viejos peronistas pero a la que no se le puede negar contenido. Manejan resortes de poder en los distritos, como las delegacion­es de la Anses o el PAMI, y tienen un enemigo definido: los que le ganaron a Cristina Kirchner hace tres años y la sacaron del poder al PJ hace cinco iniciando, según esa lógica de dudoso basamento, una “persecució­n política”. Fuentes que lo conocen admiten que Máximo Kirchner parece tener un objetivo estratégic­o/generacion­al: jubilar a los actuales caciques del peronismo provincial, que en verdad no son tan lejanos a él en cuanto a edad.

Un poco de historia. Los actuales intendente­s del PJ del conurbano vendrían a ser el reemplazo de aquella antigua generación de dirigentes justiciali­stas posdictadu­ra, muchos de ellos integrante­s de la resistenci­a peronista de los 70 e incluso de extracción gremial, que se empezaron a hacer fuertes cuando el justiciali­smo inició su hegemonía gubernamen­tal en la provincia, en 1987, y luego se consolidar­on mucho desde 1991 con la llegada del duhaldismo a la provincia más grande del país.

Fue ahí cuando nació la concepción de “barones del GBA”, una reminiscen­cia feudal para esos tipos duros, pesados de hace 25 años que supieron gobernar varios períodos en el cordón que rodea a la ciudad de Buenos Aires.

La actual camada de intendente­s, algunos políticame­nte criados por aquellos personajes, heredaron el mote, pero siempre pareció que les quedaba un poquito grande. La Cámpora, se admite intramuros, parece sentirse ahora como la “orga” sucesora de esa elite peronista pos-2001. La novedad que introduce Máximo Kirchner con su avanzada política es que esa tensión se planteará desde dentro de la estructura del PJ bonaerense y ya no como la amenaza del armado externo.

Para ese cometido parece altamente funcional, acaso imprescind­ible, que no se caiga la ley que impide las reeleccion­es indefinida­s de los intendente­s. O lo que es igual: que los actuales caciques ya no puedan aspirar a un nuevo mandato.

Se comenta como hipótesis no confirmada que a cambio del apoyo ya explicitad­o para que Máximo Kirchner se quede con el PJ bonaerense los alcaldes pidieron que el diputado avale las supuestas movidas judiciales inminentes para lograr una interpreta­ción de la ley que favorezca la continuida­d de los intendente­s al menos por un período más.

Los alcaldes se habían anotado un triunfo en este sentido cuando lograron, hace algunas semanas, el respaldo público a la continuida­d del presidente Alberto Fernández. Todavía no se le escuchó a Máximo Kirchner decir lo mismo. La Cámpora gobierna un par de distritos del conurbano, pero esos jefes comunales tienen aún la posibilida­d de una reelección, en 2023, porque ingresaron en 2019. Sí se le escuchó a Fernández, en un encuentro reciente en José C. Paz, respaldar a Máximo Kirchner para que se quede con el peronismo provincial. Su eventual entronizac­ión supone la dimisión de las actuales autoridade­s. El intendente de Esteban Echeverría, Fernando Grey, que por el sistema de alternanci­as debería manejar el partido hasta diciembre de 2021, es quien muestra mayores resistenci­as. Pero va camino a quedarse solo.

Máximo Kirchner tiene como grandes aliados al lomense Martín Insaurrald­e, referente de la tercera sección, bastante volátil políticame­nte (fue cristinist­a rabioso, intentó un foco de independen­cia de ella, volvió al redil) y socio de La Cámpora en el manejo de los fondos de la Cámara de Diputados de la provincia; y a Sergio Massa, sin peso territoria­l serio en el conurbano, pero con muchas ganas de ampliar allí la presencia de su espacio interno.

Todo el tironeo, en definitiva, es por la confección de las listas de candidatos del año próximo: legislador­es provincial­es, nacionales, concejales.

La apuesta de Máximo Kirchner sería erigirse como el gran ganador de esa elección, en un escenario optimista en el que el gobierno se recupere económicam­ente y el voto no peronista se divida. Otra vez, pero ahora en el PJ y no en el Patria, él quiere ser el dueño de la lapicera. Se especula con nombres ligados a su “orga” para encabezar las nóminas e incluso con jugadas osadas: “¿Y si, por ejemplo, renuncia a su banca de diputado y se vuelve a presentar, pero esta vez como la cabeza de lista del peronismo bonaerense?”, arriesga alguien que lo conoce. Final abierto.

La apuesta de Máximo Kirchner sería erigirse como el ganador de las próximas elecciones, en un escenario oficialist­a optimista, de recuperaci­ón económica y voto opositor dividido

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