Fernando López Periodista de la elegancia y la ética
El periodista especializado en espectáculos Fernando López murió antenoche a los 78 años; él mismo jamás hubiese aceptado en vida el hecho hoy incontrastable, ante la certeza del inexorable adiós, de que su tarea ejemplar como periodista especializado en temas del espectáculo y el ejercicio de la crítica en esos terrenos conservaría una vigencia plena a partir del silencioso reconocimiento de muchos de sus colegas, hayan o no trabajado junto a él. No podría imaginarse otra conducta de un hombre cabal y un periodista completo cuya vida entera fue un modelo de reserva, discreción y modestia, atributos que lo alejaban de cualquiera de las encendidas discusiones a las que suelen entregarse algunos hombres de su mismo oficio. Pero entre ellos y Fernando López había un abismo.
El hombre que engalanó las páginas de Espectáculos de la nacion durante varias décadas con su prosa fina y rigurosa siempre dejaba a la vista la inconveniencia de hacer juicios de valor con la misma autosuficiencia que el crítico muchas veces suele reprocharle a un artista. Fernando López, en cambio, era un escrupuloso cultor de la crítica escrita en tercera persona que desde el vamos eliminaba cualquier pretensión de arrogancia.
Nos enseñó que la mejor opinión sobre una película, una obra teatral o una grabación, y el mejor retrato de un artista debían surgir de una cuidadosa argumentación y de un rigor analítico que sólo podía nacer de la formación más sólida. No solo en el conocimiento específico de cada una de las artes sobre las cuales se escribe, sino también de valores y principios determinados ante todo por una ética insobornable.
En ese sentido, Fernando fue el mejor heredero de la línea marcada por ese periodista excepcional y ese hombre sabio que dejó una huella indeleble en la Redacción de la nacion y en todos quienes lo conocimos, Bartolomé de Vedia. Fernando se hizo cargo de conducción de la sección Espectáculos de la nacion cuando De Vedia fue llamado a ocupar otras responsabilidades mayores en el diario. Pero nunca se privó durante el largo ejercicio de esas tareas de edición de hacer lo que más le gustaba: ver películas, escuchar discos, apreciar el talento de grandes artistas. La pluma elegante, minuciosa y exquisita de Fernando López era capaz de contar como ningún otro esos acontecimientos, desde la pura descripción hasta la observación crítica más filosa. Todo lo hacía con una admirable facilidad para encontrar la traducción perfecta en unas pocas líneas del hecho que le tocaba observar y analizar.
En los textos de Fernando López había ante todo una admiración indisimulada hacia los artífices de ese arte con mayúsculas que podía descubrir en una película o una grabación. Nunca le costaba encontrar el adjetivo ideal para sostener el elogio o destacar alguna virtud que podría pasar inadvertida. Sólo un observador dotado como él para percibir lo inefable, lo que pasa inadvertido en la conciencia mientras llega directamente al corazón encontraba las palabras ideales para hablar de uno de los creadores que más admiraba, João Gilberto. “Quien mire más atentamente y sea capaz de distinguir la quietud perezosa del obstinado afán perfeccionista, advertirá que este bahiano solitario ha estado construyendo su obra con la dedicación de un orfebre, despojándola de toda ornamentación superflua, empecinado en extraer de cada canción su belleza más escondida y más luminosa”, escribió una vez.
La misma precisión, la misma riqueza narrativa y la misma capacidad para separar lo más importante de lo accesorio quedaban a la vista en las excepcionales semblanzas de grandes actores o directores que hacía en sus columnas semanales sobre cine. cualquier aniversario le servía para rescatar del olvido a alguna gran figura o marcar de ellas algunos aspectos sobresalientes ligados a la actualidad. No había en esos textos ningún dejo de expresa nostalgia o apego a ciertas vanguardias. Del pasado y del presente Fernando sabía destacar y guardar lo imperecedero, aquello que supera a cualquier moda o circunstancia del momento.
Lo mismo se percibía en sus críticas, a las que llegaba después de asistir a las funciones privadas para los críticos especializados con todas las marcas de su estilo. Llegaba muy cerca del momento en que estaba previsto el comienzo de la función, como para evitar conversaciones de ocasión que pudieran desconcentrarlo. apenas respondía algunos saludos, siempre con la máxima amabilidad y una sonrisa permanente. al final de la función, cuando surgía el interés de intercambiar con él algún comentario ocasional sobre lo que acaba de verse ya era tarde. con el mismo sigilo ya había dejado la sala.
“Durante veinte años tuve el privilegio de trabajar junto a él, de participar en las largas tertulias que espontáneamente se armaban en las madrugadas mientras esperábamos en el taller el cierre del diario –recuerda Susana Freire–. Fue un jefe que no imponía opiniones, sugería. Que no rechazaba criterios, los analizaba. Leal a sus principios, nunca permitió que un matiz subjetivo pudiera alterar su criterio estético ni le faltó rigor a la hora de analizar los valores éticos del arte.”
La arrogancia, la tosquedad, las expresiones banales o frívolas, la provocación y las expresiones de dudoso gusto fueron siempre sus adversarios. Los enfrentó y los combatió en silencio dejando desde su inveterada modestia, desde la palabra como ejemplo, como guía, como faro ético. En silencio lo recordamos y en silencio volveremos a sus textos admirables para encontrar cuando estemos perdidos el camino del mejor periodismo de espectáculos y de la crítica bien entendida.