Las minúsculas prosas de un solitario
De Alfred Polgar había dicho Hermann Hesse que sus pequeñas narraciones y glosas irónicas habían ocultado siempre, debajo de su superficie elegante y ligera, una callada melancolía. Polgar, que nació en Viena en 1875 y murió en 1955, tuvo la desgracia de ser testigo de la desintegración de un imperio, de manera que su melancolía tenía explicación. Como le pasa a la mayoría de los periodistas, escribió más de lo que habría aconsejado la prudencia. De sus escritos, repartidos en alemán, en seis volúmenes y convertidos, también en alemán, en muchas antologías de uno solo, existe una selección en castellano con el título La vida en minúscula (Acantilado). Ahí, en uno de los relatos, casi poema en prosa, está la melancolía de la que hablaba Hesse en la figura de Tobías Klemm, personaje de “La soledad”: “Vivía en una ciudad de dos millones de personas, pero había tan poca relación entre él y ellas que no era capaz de imaginarse a esos dos millones como una suma de individuos sino como una masa amorfa, envuelta en una niebla infausta de respiración y vapores”. Y eso era lo mejor de Klemm.