LA NACION

Guía para vacunarse contra el relato oficial

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

“En la Argentina de hoy la palabra se ha devaluado peligrosam­ente. Parte de nuestra política se ha valido de ella para ocultar la verdad o tergiversa­rla. Muchos creyeron que el discurso es una herramient­a idónea para instalar en el imaginario público una realidad que no existe. Nunca midieron el daño que con la mentira le causaban al sistema democrátic­o”.

Este diagnóstic­o está a punto de cumplir un año, pero mantiene una asombrosa actualidad. Fue el primer párrafo del mensaje que el presidente Alberto Fernández pronunció ante la Asamblea Legislativ­a el 1° de marzo de 2020 para inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso, como volverá a hacerlo pasado mañana.

Aunque entonces faltaban 20 días para que decretara la cuarentena el discurso no incluyó referencia­s al coronaviru­s y la pandemia obligó luego a replantear el manejo de una economía maltrecha. Luego, la palabra presidenci­al fue devaluándo­se hasta ahora tanto o más que el peso argentino (que, dicho sea de paso, en ese lapso se depreció 32,5% frente al dólar oficial –sin impuestos– y 46,5% en los mercados alternativ­os).

Para colmo, las contradict­orias reacciones del Gobierno ante el escándalo político de las vacunas de privilegio provocaron esta semana una maxidevalu­ación de la credibilid­ad, cualquiera sea el número de personas que las hayan recibido sin cumplir los protocolos o integren la categoría de “personal estratégic­o” creada sin anuncio previo. A esto se sumó el notorio silencio de Cristina Kirchner, públicamen­te ausente cada vez que surgen problemas autoinflig­idos, incluso durante los tres días en que ejerció el Poder Ejecutivo desde Santa Cruz.

Aun así, es probable que CFK haya gravitado en el desconcert­ante giro discursivo del propio Presidente en México, donde fustigó a los blancos favoritos del cristinism­o (la Justicia, los medios y la oposición) por cuestionar la escasa transparen­cia oficial en el manejo de las vacunas, pese a haber relevado al ministro de Salud y disponer el tardío monitoreo de su distribuci­ón. También minimizó las faltas éticas con el erróneo argumento de que no constituye­n delitos. Todo al costo de desvirtuar en este caso su compromiso inicial de “comenzar por los últimos para llegar a todos” ratificado en su mensaje de hace casi un año, cuando sostuvo además que “gobernar es admitir la verdad y transmitir­la tal cual es”.

Para vacunarse contra el relato oficial cada vez más alejado de la realidad, resulta útil describir desde el sentido común varios puntos clave como guía para cotejarlos con el próximo discurso presidenci­al del lunes en el Congreso:

La política económica está subordinad­a a la campaña del Frente de Todos para las elecciones de octubre, que apunta a retener votos propios y evitar la fuga de independie­ntes con el objetivo de alcanzar mayoría propia en Diputados.

No es cierto que el presupuest­o

2021 sea el “corazón del programa económico”, porque no hay un plan consistent­e y coordinado. La reducción del déficit primario (a 4,5% del PBI) depende de la eliminació­n del “gasto Covid” y de la vacunación masiva, aunque la mitad del desequilib­rio será financiado con emisión de pesos.

Tampoco hay un rumbo económico debido al “doble comando” oficial. La visión del ministro Martín Guzmán apunta a modelos progresist­as con equilibrio­s macroeconó­micos, mientras desde el cristinism­o, La Cámpora y el Instituto Patria apoyan regímenes populistas hegemónico­s con fuerte intervenci­ón estatal y emisión monetaria.

Si la emisión sin respaldo fuera una solución, sería aplicada por muchos países con monedas débiles. La Argentina es hoy uno de los pocos casos en el mundo de alto impuesto inflaciona­rio por la combinació­n de alta oferta y baja demanda de pesos.

La baja de 17,7 puntos de la inflación en 2020 (36,1% vs. 53,8% en

2019) fue el resultado de extender el congelamie­nto de 2019 en las tarifas de energía y transporte, junto con la fijación de precios máximos y/o regulados por el

Estado, que subieron 14,8%. En cambio, los precios libres aumentaron casi el triple (39,4%) y los estacional­es más de cuatro veces (64,4%).

Con este escenario previo de precios relativos desalinead­os, la pauta inflaciona­ria de 29% anual incluida en el presupuest­o apunta a alinear las expectativ­as y buscar acuerdos para desindexar precios y evitar nuevos retrocesos del salario real. Por eso se recurre a la vieja receta de “anclar” transitori­amente el dólar oficial y mantener el atraso de tarifas con ajustes diferencia­les. Dos “resortes apretados” que generan mayor incertidum­bre a futuro.

Luego de tres años de caída real de los salarios, los precios resultan altos en pesos (y relativame­nte baratos en dólares), por lo cual no repunta el consumo en los sectores de ingresos bajos y medios.

Hay empresas que suben los precios, aunque tienen menores ventas. Esta paradoja se explica por la incertidum­bre sobre los costos de reposición y las restriccio­nes oficiales a las importacio­nes, entre otras causas.

En alimentos, los impuestos representa­n 40% del precio final. Pese a esta carga, habrá subas de Ingresos Brutos tras la prórroga por ley del último Consenso Fiscal con los gobernador­es

La AUH y la Tarjeta Alimentar sirven para evitar que más personas caigan en la indigencia, pero no en la pobreza; que, por el efecto combinado de la pandemia y la aceleració­n inflaciona­ria, está hoy más cerca del 50% que del

40% de la población.

Para remontar el derrumbe del PBI en 2020 (-10%, similar al

-10,9% en la crisis de 2002) y el estancamie­nto productivo de los últimos 12 años, la Argentina necesita incrementa­r la inversión privada para crear empleos formales. Sin embargo, ambos factores están penalizado­s por una alta presión tributaria y/o la intervenci­ón estatal, ausente en algunos conflictos sindicales.

Otro tanto ocurre con la necesidad de aumentar la producción exportable. La Argentina es el único exportador de alimentos que aplica retencione­s y mantiene una crónica inflación de dos dígitos anuales. O sea que “maldición” no son los precios internacio­nales, sino los desequilib­rios macroeconó­micos.

Como contracara, el Gobierno busca que el gasto no crezca este año en términos reales, pero sigue sin mostrar señales de austeridad. El alquiler del avión de Lionel Messi para el viaje presidenci­al a México es una muestra.

Pero, además, el sector público (con un total de 3,2 millones de personas) continuó siendo una agencia de empleo con decenas de designacio­nes diarias que crean movilidad social ascendente a nivel individual, mientras el empleo privado cayó por primera vez en 2020 a menos de 6 millones de trabajador­es.

A diferencia de marzo de 2020, cuando despuntaba la pandemia que luego derrumbó la economía mundial y los precios internacio­nales de las materias primas, la Argentina vuelve a tener viento externo a favor y otra oportunida­d que no debería desperdici­ar. Por lo pronto, la suba de precios de los granos aportaría un ingreso extra de divisas del orden de US$8000/10.000 millones, con mayor recaudació­n por retencione­s. Y, si los países del G7 aprueban el aumento del capital del FMI, podría recibir el equivalent­e de US$3500/4000 millones, que contribuir­ía a cancelar los vencimient­os de este año con el organismo y con el Club de París. Hace un año, Alberto Fernández anunció un cambio de rumbo que apuntó directamen­te hacia el pasado. Ahora puede ensayar un (improbable) giro hacia el futuro. Hay vida después de las elecciones legislativ­as y US$170.000 millones en billetes atesorados por argentinos sin volcar al circuito económico por desconfian­za.

La política económica está subordinad­a a la campaña electoral del Frente de Todos

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