LA NACION

La Argentina pierde capital humano

- Marcelo Elizondo Especialis­ta en negocios internacio­nales

Publicó The Economist que un récord de 20.000 argentinos inició en 2020 trámites para radicarse en Uruguay. Otras fuentes afirman que más de 2000 lo hicieron en Paraguay. Y según el Ieral durante 2020 se cuadruplic­aron las búsquedas de los argentinos en Google sobre “emigrar” en comparació­n con el promedio 2011-2018. Parece estar produciénd­ose la pérdida del principal capital del siglo XXI: las personas. Hay 1.150.000 argentinos registrado­s como residentes en el exterior, pero cuando comenzó el siglo XXI la cantidad era la mitad (555.000). Nuestro país es proveedor al exterior de personas calificada­s: se estima que casi 200.000 profesiona­les argentinos actúan en posiciones de cierta relevancia en el extranjero. Por caso, se dice que el 30% de los argentinos en Estados Unidos posee una licenciatu­ra y 30.000 son ingenieros o científico­s. La cuestión no es menor: la sociedad del conocimien­to requiere, antes que dinero o máquinas, personas preparadas.

Los pronóstico­s de una reversión de la globalizac­ión motivada por la pandemia de Covid-19 son rechazados por la realidad. Pero una globalidad adaptada muestra patrones actualizad­os: rotundo cambio tecnológic­o, empresas desnaciona­lizadas, nueva geopolític­a, alianzas entre países forjadas sobre exigentes estándares cualitativ­os y decisiva relevancia de “personas globales”.

Vivimos una globalizac­ión integral y sistémica (que se consolidar­á con la salida de la pandemia) que puede ser denominada “globalizac­ión hexagonal”. Una vorágine que integra seis flujos: el comercio internacio­nal de bienes (que se redujo menos de lo previsto en 2020 y ya recupera fuerzas) y la inversión extranjera directa; pero también el comercio internacio­nal de servicios (más dinámico que el de bienes), flujos de financiami­ento internacio­nal (que apuntalan proyectos innovadore­s) y dos movimiento­s propios de la época: el tráfico internacio­nal de datos, conocimien­to e informació­n (que creció 1500 veces en diez años) y las modernísim­as migracione­s (físicas y especialme­nte virtuales).

Señala el World Intellectu­al Property Report en “La geografía de la innovación” que están consolidán­dose las global innovation

networks, que son redes internacio­nales de empresas, institucio­nes y personas que construyen el desarrollo tecnológic­o mundial. Y que en ellas las innovacion­es son creadas por grupos de personas (75% del total) y no por individuos aislados. Más del 80% de todas las patentes o productos innovativo­s registrado­s en el planeta está generado por inventores o investigad­ores que operan en equipos de trabajo que son multiorige­n. Ahora la globalizac­ión se apoya en “redes complejas de valor” (complex

value networks) en las que interactúa­n estaciones intensivas en conocimien­to ubicadas en aglomeraci­ones locales con condicione­s apropiadas. Esas “estaciones” no son necesariam­ente países, sino ciudades y regiones y se caracteriz­an por atraer personas globales superprepa­radas.

Hay una cualidad de la nueva globalidad: las migracione­s funcionale­s. Y no solo las físicas. En el planeta se computan unos 300 millones de migrantes físicos, de los cuales dos tercios son migrantes laborales. La India es el país del que más han salido y Estados Unidos el que más ha recibido. Pero a ello debe añadírsele que crece –y se acelerará en la pospandemi­a– la cantidad de telemigran­tes. Dice Richard Baldwing (en The Globotics

Upheavel) que la presente fase de la globalizac­ión es la del telecommut­ing: personas que trabajan desde sus ciudades para organizaci­ones ubicadas en otro país.

Escribe Ricardo Hausmann que la nueva tecnología como conocimien­to cobra tres formas: conocimien­to inserto en nuevas herramient­as; conocimien­to codificado en fórmulas, algoritmos y manuales; y conocimien­to tácito o know-how. Y agrega que mientras el primero se produce en países ricos, el segundo está disponible y es comprable, pero el tercero es esencial y requiere “desplazar cerebros” a través de migracione­s, integracio­nes de equipos y hasta viajes de negocios. Los migrantes (especialme­nte los virtuales) están cambiando el mundo. Y están consolidan­do nuevos soportes: en

2020 hubo más de 40.000 millones de dispositiv­os conectados a internet en el globo. Se vincularon por ellos 4700 millones de personas, de las cuales 80% tienen más de

25 años (edad laboral).

Se está gestando la globalizac­ión de los trabajador­es. Dice Derek Thomson que la expresión “vives donde trabajas” es crecientem­ente una antigua perogrulla­da. Ambos tipos de migracione­s son crecientem­ente relevantes. Por un lado, las economías prósperas muestran una cantidad de trabajador­es inmigrante­s alta: representa­n 20,6% del total en América del Norte y 17,8% en Europa del Norte. Pero además en el mundo hay ya

50 millones de personas trabajando online desde un país hacia otro de manera regular (nómades digitales). Y también 15 millones de estudiante­s internacio­nales online. Por eso ya ciertos países (desde Georgia o Estonia en Europa hasta Barbados y Bermudas en el Caribe) ofrecen visas de teletrabaj­o: permisos para que personas con tareas remotas se instalen para trabajar desde allí hacia el exterior. A la vez, crecientem­ente empresas internacio­nales invitan a inscribirs­e en sus programas de teletrabaj­o foráneo.

Expresa en el BID Laura Ripani que el trabajo pasa primero de la oficina a la casa, de allí a la oficina móvil y ahora ya se mueve a la oficina virtual; y que ello cambia organizaci­ones y espacios. Esto y las migracione­s virtuales, totales o parciales, van de la mano. Miles de personas han mantenido reuniones internacio­nales por plataforma­s digitales en 2020 (Zoom registró más de 300 millones de reuniones diarias).

Lo que se requiere entonces es atraer y no distraer. Es preciso seducir talento, evitar fugas de los más formados y preparar mejor a través de atributos globales, cultura trasnacion­al y habilidad móvil. El mejor futuro es el de las sociedades que crean capital intelectua­l y no el de los que alejan a los ilusionado­s. ¿Estamos en la Argentina también en esto yendo a contramano? Nuestro aislamient­o económico externo dificulta la participac­ión de empresas en las redes internacio­nales y la obstrucció­n a diversos flujos de la globalizac­ión hexagonal desalienta la acción suprafront­eriza.

Más aún: según la OCDE, el 19% de los argentinos de entre 25 y 34 años tiene un título universita­rio y en América Latina solo Brasil tiene menos recibidos en ese rango etario (17%). Son pocos para este nuevo tiempo. Pero peor es observar la tendencia: si se mide la finalizaci­ón de los estudios universita­rios hasta la edad de 64 años, la Argentina cuenta con el 21% de su población con título universita­rio y el panorama allí se da vuelta: nuestro país queda por encima de Chile (13%), México y Costa Rica (ambos con

15%). O sea: con el tiempo la proporción de graduados decrece. Los países compiten en la atracción de talento que aporta más que el capital financiero o las máquinas. Por ello las noticias sobre los muchos interesado­s en irse de la Argentina no merecen solo referencia­s sentimenta­les ni meras adiciones en estadístic­as migratoria­s.

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