LA NACION

Los trabajos de cuidado, en la mira de la economía feminista

El encierro asociado a la pandemia ocasionó un retroceso en la distribuci­ón de las tareas en el hogar, cada vez menos equitativo

- Jordana Timerman

les damos la importanci­a que merecen los quehaceres que se ocupan del bienestar físico y emocional de las personas en el hogar, que se conocen con el nombre de trabajos de cuidado. Son tareas que se desdibujan casi al hacerse: cocinar la comida familiar, limpiar la casa, cuidar a los niños, cambiar los pañales, ayudar con la tarea escolar, lavar la ropa. Y la responsabi­lidad por llevarlas a cabo un día tras otro casi siempre recae sobre las mujeres.

El imposible malabarism­o que enfrentan familias para resolver los cuidados y trabajar fuera de la casa precedía a la pandemia. Pero el aislamient­o social lo hizo universal y más abrumador de lo que ya era, forzando a todos a enfrentar la resolución de estas tareas sin las escuelas y las personas que colaboran con estas tareas. Sea como sea, los trabajos de cuidado son parte de una realidad cotidiana que no se reconoce y remunera como trabajo ni cuenta con suficiente­s políticas públicas que garanticen los derechos que deberían acompañarl­os.

Economista­s feministas dicen que es necesario entender que los cuidados son un sector fundamenta­l para la actividad social, económica y productiva. Según un estudio de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía argentino, si se pagasen, los trabajos domésticos y de cuidado no remunerado contribuir­ían 67.438 millones de dólares anuales a la economía argentina, una cifra que la pondría por encima de los aportes de la industria y el comercio.

Los encierros pandémicos, que nos enfrentaro­n a la magnitud de estas tareas, han hecho evidente la insostenib­ilidad del sistema actual de cuidados, que básicament­e depende de las posibilida­des de cada familia para emplear a terceros para realizarla­s. Y tomar conciencia de esta realidad nos brida una oportunida­d única para movilizarn­os por una redistribu­ción más justa y equitativa de los cuidados. Lograrlo es clave para cerrar brechas de género y reducir la pobreza.

Costo para la sociedad

La realidad de este, como tantos derechos emergentes, se esconde a plena vista. Esta naturaliza­da la feminizaci­ón de los trabajos de cuidados. En Argentina, el 88,9% de las mujeres realizan la mayoría de las tareas domésticas gratuitas, y le dedican en promedio 6,4 horas diarias, el triple del tiempo que los hombres, según

el mismo estudio. Las 96 millones de horas diarias que las mujeres dedican a estas tareas les quitan oportunida­des de estudio, de trabajo y ocio y tienen un impacto directo en sus economías y calidad de vida, así como en el de sus familias. Es un ciclo vicioso por el cual la responsabi­lidad desigual en las tareas del hogar hace que las mujeres pierdan oportunida­des laborales y que contribuye a la brecha económica de género: ganar menos hace más cuesta arriba redistribu­ir las tareas del hogar.

Y todo esto tiene un costo para la sociedad: la consultora Mckinsey estima que América Latina podría aumentar su producto interno bruto un 14% en los próximos años si integra mejor a las mujeres a las fuerzas laborales.

La brecha de género se acentúa según el nivel socioeconó­mico, lo que profundiza la desigualda­d social, puesto que las mujeres pobres la sufren mucho más. Las familias de mayor poder adquisitiv­o suelen pagarles a otras mujeres para llevar a cabo parte de estas tareas. En Buenos Aires, las mujeres del quintil más alto de ingresos dedican 3,3 horas por día a los cuidados no remunerado­s, mientras que las más pobres dedican poco más del doble de tiempo.

La crisis de cuidados pandémicos excede ampliament­e a la Argentina: la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señala que a causa de la pandemia hubo en la región una “contundent­e” salida de las mujeres de la fuerza laboral relacionad­a con a la necesidad de atender demandas de cuidados en sus hogares. La participac­ión laboral femenina retrocedió “más de una década”.

No es, desde luego, un problema solamente latinoamer­icano, pero amerita especial atención en una región marcada por profundas desigualda­des y por un machismo violento que sigue cobrando un precio sangriento. Por un breve instante de 2020, nos encontramo­s todos encerrados, cargando con el peso pleno de las tareas de cuidados y sin la posibilida­d de recurrir a ayuda externa.

En Argentina, se adoptaron varias medidas de emergencia pandémica de corto plazo, como licencias para trabajador­es formales con niños ante el cierre de las escuelas o los pagos de subsidios de emergencia, ayudaron a hacer la situación menos gravosa.

Sin embargo, esta igualación fue un momento pasajero. Rápidament­e se volvieron a manifestar profundas desigualda­des entre las familias que podían contratar solupocos ciones privadas y los que no tienen esas posibilida­des; diferencia­s que prometen profundiza­rse en el año escolar del hemisferio sur que comienza ahora, con cronograma­s limitados y caóticos. Es el momento de que las mujeres y las sociedades latinoamer­icanas luchemos contra esta inercia.

Las batallas feministas siempre tienen una doble tarea: desnatural­izar la discrimina­ción y después luchar para que el derecho sea efectivo. Desde el sufragio hasta el aborto legal, las ampliacion­es de los derechos de las mujeres no fueron evidentes de antemano. La legalizaci­ón del aborto en Argentina, por ejemplo, fue fruto de un fuerte activismo que duró décadas y abrió conversaci­ones inéditas y solo se logró cuando el tema se debatió de manera amplia en la sociedad argentina. Lo mismo debe ocurrir con los trabajos de cuidado.

Una agenda de estas labores debe considerar la redistribu­ción de responsabi­lidades puertas adentro, con hombres que no “ayuden” sino que cumplan a la par de las mujeres y promover cambios sociales que sean acompañado­s por políticas publicas, como licencias por paternidad extendidas, para establecer desde el primer momento la correspons­abilidad en las tareas familiares y domésticas. Se requiere de inversión estatal para que familias de menores ingresos también puedan acceder a apoyos que alivianen el peso de los cuidados. Y también mejores servicios de cuidados de los mayores para reducir la carga de la responsabi­lidad en quienes velan por ellos, generalmen­te mujeres. Por último, todo esto debe debatirse públicamen­te de la manera más amplia posible.

La pandemia podría ser el momento de la verdad de los trabajos de cuidados, un sector que es invisible para tantos que naturaliza­n la asignación a las mujeres de estas labores gratuitas o mal pagadas.las mujeres argentinas tenemos un importante músculo para presionar la agenda pública. ojalá podamos utilizarlo para que la nueva normalidad no repita lo peor de la previa.

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AFP Las mujeres dedican en promedio 6,4 horas diarias a tareas de cuidado

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