Industria olivícola Con potencial para aprovechar
La producción de aceite de oliva y aceitunas de mesa está por debajo de su capacidad por los altos costos de la energía, clave para el riego, y la baja de precios
La producción olivícola argentina sigue a media máquina. Por la caída de rentabilidad –los precios internacionales no acompañaron los últimos tres años y recién hace pocos meses comenzaron a recuperarse- las inversiones bajaron y arrastraron a los rindes. Según datos de la Federación Olivícola Argentina (FOA), en el país hay 90.000 hectáreas de olivo plantadas y aunque el rinde medio esperable es de 8000 kilos por hectárea (unos 720.000 kilos) las cosechas de los últimos tres años oscilan entre
240.000 y 280.000 kilos. El récord fue en 2017, con 390.000 kilos, es decir la mitad del potencial.
“Hay plantas que dan poco y nada –dice a LA NACION Patricia Calderón, presidenta de la FOA-. Si fuéramos industria diríamos que el uso de capacidad instalada es de 50%; desde
2017 fueron cayendo los precios. En la aceituna de mesa no es tanta la pérdida, pero igual existe. Los bajos rindes son una combinación de factores; cuando hay mal precio se busca en qué recortar. Menos riesgo, menos fertilización porque es menos lo que queda para invertir. Para este año no mejoró lo estructural pero sí subió el precio del aceite. Nadie hace una inversión a largo plazo para después arruinarla a propósito, la clave es cuánto se puede trabajar a pérdida, qué espalda financiera se tiene”.
El último día del 2020 el Gobierno eliminó por decreto retenciones a las exportaciones a diversos productos agroindustriales, que tienen “bajo impacto en los precios internos de los alimentos”, la producción olivícola fue alcanzada por la medida. Según los fundamentos, apunta a “contribuir a aumentar la producción y las exportaciones, apoyando a los productores y las cadenas de valor asociadas y de esta forma recuperar los niveles históricos de exportación, fomentando el desarrollo de la industria exportadora nacional”. Para el sector olivícola que exporta el 80% de lo que produce, es una ayuda, pero el principal problema no pasa por ahí.
Identifican como un factor crítico el costo de la energía. La mayor superficie de olivares de la Argentina está en zonas desérticas –la excepción son las explotaciones en Mendoza, más cerca de ríos- por lo que el riego es por goteo y se requiere de bombas que funcionan a electricidad. Más allá de que las tarifas llevan congeladas más de un año, Francisco Hilal, productor riojano, indica que el insumo es “la espada de Damocles de la producción primaria” y apunta que hace tiempo tratan de que el Congreso sancione una ley que beneficie a las producciones electrointensivas. El objetivo, más allá de posibles subsidios coyunturales, es que haya apoyo para la reconversión a sistemas de energías renovables.
Hay varios proyectos, uno es del diputado nacional riojano Danilo Flores que impulsa la confección de un registro nacional de regantes agrícolas electro intensivos, que permita identificar a productores que no cuentan con agua de riego en superficie. Si bien originalmente proponía que fuera sólo para regantes olivícolas electro intensivos cambió en función de que existen “las mismas necesidades de otros sectores productivos lo hice extensivo”. Entiende que sobre esa base se pueden generar políticas públicas direccionadas.
Para Julián Clucellas, ex titular de la FOA, el precio internacional base del aceite de oliva que se necesita es de no menos de US$3000 la tonelada para que haya rentabilidad; estima que entre costo de electricidad y de fertilizantes suman unos US$500 por hectárea. “Para sostener el cultivo, el rinde debe estar arriba de los 9000 kilos anuales por hectárea sino la ecuación no cierra y se puede ir al quebranto en unos años. Tal vez, con menos funciona para la aceitunas, pero siempre se estaría sometido a cómo se presenta la cosecha anual. Por estas condiciones es que la producción va mal, va disminuyendo su superficie, no entran nuevos jugadores que revitalicen al sector”, señala.
Egipto avanza
La Argentina es “Brasil dependiente” en la exportación de aceitunas de mesa, mientras que la de aceite de oliva se divide en partes casi iguales entre ese destino, España y Estados Unidos. Egipto está desbancando a los productores locales en Brasil. Hilal estima que en los últimos cinco años se perdió alrededor del 25% de la cuota de mercado y ratifica su preocupación porque desde este año rige el arancel cero para los ingresos al Mercosur desde ese país. Hace tiempo que los productores vienen denunciando que las aceitunas procesadas, listas para el consumo, entran como si fueran sin elaborar pagando menos de lo que correspondía y con preferencias en el tratamiento impositivo interno. Egipto produce las mismas variedades que la Argentina y duplica el volumen. Otro problema es que España triangula a través de Egipto.
Francisco Corredoira, presidente de la Asociación Olivícola de Catamarca
(Asolcat), coincide con sus colegas en que por la caída de los precios internacionales, hubo productores que dejaron de la actividad o “abandonaron las tareas culturales que habría que hacer para que las plantas rindan”. Repasa que la cadena olivícola no es homogénea, y que unas cinco empresas exportan la mitad del total. “Es una actividad muy concentrada y a los pequeños productores les cuesta cada vez más”, dice. Subraya que la olivicultura moderna requiere de industrialización.
“Necesita mucho capital de trabajo por eso se necesitan líneas de crédito, más de las que hay; tenemos que ganar competitividad, hace falta financiamiento para avanzar con energía solar o biomasa; los impuestos provinciales y tasas municipales sobre las tarifas se suman al 30% de IVA y eso complica –agrega-. Egipto, nuestra competencia en aceituna de mesa, tiene mano de obra muy barata y un flete desde allí a Santos en Brasil sale US$1000 mientras que el camión desde La Rioja cuesta US$ 4500”.
Calderón aporta que la mayoría de los productores que van a Europa salen por puertos chilenos, cuyos costos también son “significativamente” más bajos que el de Buenos Aires.