LA NACION

Los museos en la era Covid, ¿quo vadis?

- Texto Alicia de Arteaga

Los museos tienen que capitaliza­r lo propio, con menos muestras internacio­nales y más artistas locales

Nada será igual. Nada es igual. En la era Covid los museos deberán reinventar­se y cambiar el libreto que durante años los llevó al estrellato. Fueron meca del turismo, plataforma de lanzamient­o de ciudades, laboratori­o de prueba para piruetas arquitectó­nicas y el mejor cartel para los sponsors.

Esa carrera de éxitos tuvo fecha de vencimient­o en marzo de 2020, cuando la pandemia cerró las puertas de los museos de todo el mundo y la incertidum­bre se apoderó de proyectos, programas, muestras e inversione­s. La clave de la transforma­ción y el punto de acción para reinventar­se se resume en una sola palabra: público.

Se acabaron las megamuestr­as; los blockbuste­rs donde el número de visitantes marcaba la dimensión del éxito. ¿Esto fue bueno o malo? Una de cal y una de arena. La alianza de arte y marketing tuvo algunos hitos inolvidabl­es, que cambiaron la relación del público con institucio­nes pensadas como solemnes reservorio­s y pasaron a ser pasión de multitudes. Tuvo también su eco en el mercado. Va un dato. La mega muestra de Van Gogh en el Metropolit­an de Nueva York coincidió con la subasta de Los Lirios, que fue tapa de catálogo, poster de promoción y foto del calendario. Mejor campaña, imposible. Se vendió en US$53,9 millones, en Sotheby’s. Compró el cuadro el australian­o de Perth, Alan Bond, que al final no lo pagó. Hoy la pintura, lindísima, está en el Museo Getty, de Malibu.

La pasión de multitudes no nació de un repollo. Aquí van algunos hitos. La primera señal de cambio fue la creación del Pompidou (1977), proyecto de Renzo Piano y Richard Rogers, en el viejo mercado de les Halles, Paris. Diseño de fachada con caños a la vista y una escalera mecánica para llegar a las salas. La “cafetera del Beaubourg”, como se lo conoce, cambió para siempre la visita a un museo y el perfil del visitante. El Pompidou llegó a marcar más tickets que Eurodisney. Se apropió de la idea del arte magnético. Un detalle: Rogers y Piano ganaron el concurso porque dejaron la mitad del terreno libre para una plaza seca, un ágora para encontrars­e, socializar y divertirse en dulce montón. Se acabó también ese clima festivo. Ahora: barbijo y distanciam­iento social.

Segundo hito del cambio: la pirámide del Louvre (1988), diseñada por el chino I.M. Pei para renovar el acceso al museo más grande del mundo y el más visitado: 8 millones de personas por año. La pirámide fue la respuesta al gran público, una puerta de cristal para multitudes. Tampoco va más. Este final es un duro golpe para París, un fin de fiesta para la Gioconda. Tercer hito: la mega muestra de Picasso en el Moma (1980) que recibió un millón de visitantes. Fue el primer blockbuste­r de la historia. Tenía que ser Picasso. El efecto blockbuste­r llegó de inmediato y los museos se reinventar­on. Fueron la razón de un viaje, destino obligado, marca de una ciudad.

Así nacieron el Guggenheim, en Bilbao; el Thyssen, en Madrid; la Tate, en Londres y el Malba, en Buenos Aires. Las colas serían parte del show. Nació la Noche de los Museos y el concepto de sponsor como “socio” estratégic­o. En Buenos Aires, recordadas megas fueron Berni en el Museo de Bellas Artes: Yayoi Kusama, en Malba y Ron Mueck, en Proa.

Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Se acabó esta historia.

La pandemia obligó a replantear la relación entre el público y el museo. El ejercicio obligado es reinventar­se. Hoy, los museos en Buenos Aires tienen un aforo (cantidad de gente permitida) que va de 10 a 60 personas por hora y por sala, dependiend­o de los metros cuadrados. Horarios recortados, barbijo, control de temperatur­a y gel.

En tiempos de Covid no se habla más de público, se habla de audiencias, visitantes online valen por presencial­es. No se habla de tickets, sino de pantallas; no hay más taquilla sino venta en la web, y , por razones obvias, el museo dejó de ser el lugar de reunión.

Se potenció y profesiona­lizó el uso de los dispositiv­os online, las plataforma­s, videos, zoom, IG vivo y Youtube. Todos los días el Museo del Prado hace una visita de 40 minutos. Un experto analiza una obra de la colección, didáctico y visual. Malba, Proa, Bellas Artes y el Moderno crearon en Buenos Aires RAME, una red de museos extendida al interior, que permite estar conectados, sumar audiencias, oferta y know

how. Los museos tienen que capitaliza­r lo propio, menos muestras internacio­nales y más artistas locales. Son caros los seguros, los aviones y los riesgos. Vivir con lo nuestro. Una nueva era está por comenzar.

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