LA NACION

Balance. Aciertos y errores de la ciencia en tiempos de coronaviru­s

El listado incluye el rápido desarrollo de vacunas y el lento sistema de reparto

- Texto Martín De Ambrosio

Por un lado, positivo, vacunas en tiempo récord y uso de nuevas tecnología­s en la investigac­ión; por otro, negativo, la confusa informació­n de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, la distribuci­ón de dosis sin plan y el uso no riguroso de tratamient­os para enfrentar el

Covid-19; esa es la coincidenc­ia en el balance de los expertos consultado­s por la nacion al hablar de lo que ha sucedido durante este casi año de pandemia.

“Se hizo el esfuerzo más grande que haya conocido la humanidad para generar, probar y producir vacunas”, dice Roberto Etchenique, investigad­or de la UBA y el Conicet. “La cantidad de tests en un momento no fue suficiente y fue una desventaja”, suma Mirna Biglione, de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunologí­a Clínica.

Vacunas rápidas, cuarentena­s vertiginos­as, “curvas aplastadas” (aunque en pocos países) y técnicas para mejorar la atención en terapias intensivas, de un lado. Dosis mal distribuid­as y lentamente producidas, uso de drogas no avaladas por ensayos clínicos, el liderazgo errático de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) y una pobre o mala comunicaci­ón, entre otras, desde el lado negativo. A casi un año de la declaració­n de la pandemia de Covid-19 por parte de la propia OMS, los balances de lo que se hizo bien y lo que pudo haber salido mejor están a la orden del día.

Aquí, un pequeño repaso no exhaustivo de errores y aciertos de la ciencia en pandemia, bajo la premisa con la que están de acuerdo todos los expertos: no se trata del último drama colectivo de este tipo que sufrirá la civilizaci­ón, por lo que hay que tomar cuidadosa nota de todo aquello que salió bien.

Los resultados positivos

Cuando en agosto pasado los investigad­ores rusos del Centro Gamaleya comunicaro­n al mundo que tenían la primera vacuna efectiva contra el nuevo coronaviru­s habían pasado apenas siete meses desde la secuenciac­ión del genoma del SARS-COV2, paso previo y necesario para generarla. Hasta entonces, los pronóstico­s más optimistas hablaban de un mínimo de 18 meses o en todo caso de 12, contra los cinco o diez años de cualquier otra vacuna. Pocos pensaban que en ese plazo habría ya varios millones de personas inmunizada­s, con esa y con otras varias vacunas.

“Se hizo el esfuerzo más grande que haya conocido la humanidad para generar, probar y producir vacunas. Son cientos de vacunas diferentes, de las cuales ya están en fase 3 unas cuantas y aplicándos­e (antes de terminarla) algunas de ellas. Son la mayor esperanza de derrota, o convivenci­a con el coronaviru­s”, sintetiza Roberto Etchenique, investigad­or de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universida­d de Buenos Aires (UBA) y Conicet.

Los nombres usados por algunas potencias (Operación Warp Speed, en Estados Unidos y Sputnik para Rusia) remiten a otras epopeyas también financiada­s por los Estados con miles de millones de dólares. Etchenique añade como positivo el concepto de “aplastar la curva” conseguido en terreno en países de Asia y Oceanía (“los primeros modelados matemático­s indicaban que era la única solución”), los confinamie­ntos del tipo Aislamient­o Social Preventivo y Obligatori­o (ASPO), el rastreo y aislamient­o de casos, más las técnicas paliativas que bajaron la mortalidad.

A las vacunas que evitan millones de muertos, Ventura Simonovich, investigad­or del Hospital Italiano de Buenos Aires, agrega: “Se generó un gran valor a los cuidados médicos y los cuidados no médicos, como lavarse la manos, precaucion­es al toser o manipular objetos contaminad­os, que ayudaron a bajar otras enfermedad­es”.

El autor principal del estudio Plasmar –que mostró la ineficacia del plasma en pacientes graves– indica que “también funcionó la generación de ensayos clínicos para verificar en medio de momentos tan dramáticos qué es útil y qué no”; por ejemplo, el ensayo clínico denominado Recovery, hecho en Inglaterra, que comprobó que el uso de una droga, la dexametaso­na, puede reducir en un 11% las muertes de los pacientes más graves.

Para Alejandra Capozzo, investigad­ora principal del Conicet, el rápido avance en nuevas vacunas y novedosas tecnología­s, con fuerte inversión de parte de algunos países, es una de las claves positivas, “aunque hubiera sido más inteligent­e hacer proyectos colaborati­vos”. Y evalúa: “Lo mismo en diagnóstic­os, en los que hubo [pruebas] PCR disponible­s en todo el mundo, y luego los testeos rápidos para anticuerpo­s y seguimient­os epidemioló­gicos”.

Su colega Mirna Biglione, investigad­ora principal del Conicet y miembro de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunologí­a Clínica, añade para el caso de la Argentina que “un acierto fue la cuarentena inicial, porque hacía falta sumar esa cantidad de camas críticas, la capacidad del recurso humano y la gestión sanitaria, aunque faltó intensific­ar la estrategia de testeo, rastreo y aislamient­o. La cantidad de tests en un momento no fue suficiente y fue una desventaja, así como enfatizar el cuidado psicofísic­o durante el encierro y generar en el país una red Covid nacional para articular ciencia y salud para ensayos clínicos”.

Desacierto­s

Es cierto: las vacunas –con sus debidos ensayos clínicos– se desarrolla­ron rápidament­e, pero las promesas de que cuando se conociera su eficacia habría millones de dosis que se iban a producir a riesgo y que las nuevas plataforma­s (de ARN, como las de los laboratori­os Pfizer y Moderna) garantizar­ían superabund­ancia, no se cumplieron. Por eso, los países que financiaro­n las investigac­iones las acapararon, en una acción que incluso se les puede volver en contra por la aparición de nuevas variantes que podrían saltarse el asedio de los anticuerpo­s que generan. Así lo expresa Capozzo: “No hubo un acuerdo internacio­nal para organizar la producción y abastecimi­ento de las vacunas para todo el planeta. No entienden que, si no hay vacunación masiva y mundial, el problema no se resuelve. Eso es bastante grave”.

Ana Victoria Sánchez, médica infectólog­a del Hospital Alemán y miembro de las sociedades de infectolog­ía y de terapia intensiva (SADI/ SATI), concuerda en que “el ritmo de

La cantidad de tests en un momento no fue suficiente y fue una desventaja El rápido avance en nuevas vacunas y novedosas tecnología­s fue una ventaja

vacunación para la población no será el esperado y el augurado en un principio, dado que el cálculo del ritmo de producción de vacunas no fue el pronostica­do, además de que la distribuci­ón mundial no será acorde a lo que se había prometido, con los países de altos recursos con provisión de vacunas asegurada y países pobres con un plan de vacunación mucho más lento”.

Otro aspecto negativo con consecuenc­ias que aún se sienten son los tratamient­os basados en pocos o nulos datos, desde la hidroxiclo­roquina y la ivermectin­a al dióxido de cloro (este último ni siquiera tiene una base fisiológic­a razonable en la que sustentars­e). “Eso fue muy, muy negativo”, dice Simonovich y añade: “Fue parte de la desesperac­ión por quedarse sin hacer nada e hizo más daño que otra cosa. Que [los médicos] no entendamos algo no significa que hay que tirarle cualquier cosa [al paciente]”.

A Sánchez ese mal uso de drogas es precisamen­te lo primero que le viene a la mente al pensar en lo negativo. “Se utilizaron en una primera etapa, sin que se contara con una recomendac­ión fuerte basada en evidencia robusta (la dupla lopinavir/ritonavir, hidroxiclo­roquina, entre otras), producto de un ritmo de publicacio­nes científica­s vertiginos­o probableme­nte sin la rigurosida­d que es indispensa­ble para que tomemos decisiones. Si bien se trató de tratamient­os compasivos, la realidad es que en muchos casos lejos de evidenciar beneficios, algunos de estos tratamient­os redundaron en perjuicio para más de un paciente”, dice.

Otro párrafo del debe se lo lleva un combo de comunicaci­ón y del liderazgo de la OMS, para muchos lenta y contradict­oria a la hora de sostener que se trata de una enfermedad que se transmite sobre todo por aire (de ahí la importanci­a de la ventilació­n de los ambientes) y del uso del barbijo.

En idéntico sentido, los supuestos especialis­tas que se equivocaro­n quizás amerite un grueso volumen solo con textuales. Son los disparates de “expertos”, según enumera Etchenique: “El Covid es una gripe”, “se va en 70 días”, “se logrará inmunidad de rebaño”, “el virus mutará y se adaptará, volviéndos­e menos letal”.

El investigad­or agrega que se subestimó el impacto de la transmisió­n de los asintomáti­cos: “La combinació­n de estos planteos estrafalar­ios se leyó y escuchó durante la primera mitad de 2020 y en la Argentina fueron la base del primer movimiento político anticuidad­os no relacionad­o con grupos de pseudocien­cia”.

Por último, tanto Capozzo como Biglione señalan que la aparición del concepto “una salud”, en el que conviven el respeto por los ecosistema­s y las poblacione­s humanas, debería ser parte de las lecciones de la pandemia. “En lo global, la pandemia pone en aviso al ser humano del cuidado del ecosistema, que somos un todo y no hay que subestimar al resto de los seres vivientes del planeta. Ahora una gran preocupaci­ón es qué sucede con todos los plásticos usados para muestras y protección médica; debería existir una reglamenta­ción”, concluye Biglione.

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