LA NACION

Cómo funcionó el circuito evasor que selló la sentencia

Fue clave la operatoria de la AFIP para detectar el mecanismo de facturas truchas de Bahía Blanca

- Hugo Alconada Mon

La operatoria llamó la atención de los sabuesos en Bahía Blanca de la AFIP. Los indicios eran preocupant­es. La empresa facturaba, sí, pero no tenía empleados, oficina ni teléfono.

Y cuanto más hurgaban, más inconsiste­ncias detectaban, hasta que llegaron a una conclusión: la empresa no era una empresa. Era una “usina” que le proveía facturas truchas a Austral Construcci­ones, la nave insignia del patagónico Lázaro Báez.

Al avanzar por esa senda, los sabuesos detectaron algo más. La “usina” no operaba sola. Al menos tres grupos empresario­s de Bahía Blanca participab­an en la operatoria, facilitand­o que Báez evadiera cientos de millones de pesos, según reveló en octubre de 2014 la nacion tras diez meses de investigac­ión. Pero lo que siguió reflejó hasta qué punto se movió el poder para proteger al presunto testaferro de los Kirchner.

Las entonces máximas autoridade­s de la AFIP y la DGI, Ricardo Echegaray y Rubén Ángel Toninelli –quien llegó a volar junto a su hijo Federico y a Martín Báez a Río Gallegos en un avión de los Báez–, no solo desplazaro­n a los investigad­ores. También liquidaron la Regional Bahía Blanca. La redujeron a agencia. Y enviaron todo el material a Mar del Plata, en un intento de detener la pesquisa, según reconstruy­ó con base en testimonio­s la nacion y documentos internos de la AFIP y de la DGI. No lo lograron.

La historia comenzó en Bahía Blanca hace ya más de una década, pero sus secuelas impactaron en Báez este jueves, cuando el Tribunal Oral Federal lo condenó a 12 años de prisión por lavar más de US$55 millones provenient­es, según los tres jueces, de la evasión. Es decir, de la fruición de Báez por las facturas truchas. Dos de los tres magistrado­s concluyero­n también que el dinero sucio pudo provenir de ilícitos en la obra pública. Pero, como Al Capone en los años 30, Báez cayó por sus impuestos.

El patagónico no cayó solo. El tribunal que lo condenó también halló culpables a varios de sus cómplices, Entre ellos, a su hijo Martín Báez, al contador Claudio Bustos, al presidente de Austral Construcci­ones, Julio Enrique Mendoza, y al abogado Jorge Chueco. Nombres, todos, que se repiten en varias investigac­iones judiciales por evasión que protagoniz­a Báez, de acuerdo con las probanzas judiciales cuyas copias obtuvo la nacion.

En Buenos Aires, por ejemplo, el juez en lo penal económico Javier López Biscayart procesó a Báez, a su hijo Martín, a Bustos y a Mendoza por evasión, en marzo de 2018. En Chaco, el juez federal subrogante Enrique Bosch procesó a Báez, Bustos, Mendoza y Chueco en septiembre de 2019. Y en Bahía Blanca, Bustos fue un jugador clave en las maniobras para borrar las huellas de su jefe, desde las oficinas de la propia AFIP.

¿Qué surge de esas investigac­iones? Que los Báez, Bustos, Mendoza y Chueco, entre otros, apelaron de manera recurrente a usinas de facturas truchas, durante años, para reducir los montos que las empresas del holding debían tributarle al Estado y sacar cientos de millones de pesos del circuito “blanco”, con otros fines. ¿Cuáles? Según determinó el Tribunal Oral Federal que los condenó este jueves, su remisión a Suiza.

En Bahía Blanca, al igual que la pesquisa dentro de la AFIP, la investigac­ión judicial afrontó todo tipo de contratiem­pos. Recién a fines de 2019, más de cinco años después de radicada iniciada la causa penal, el juez federal Walter López da Silva, el quinto juez al frente de la investigac­ión, procesó a Báez como el supuesto jefe de una asociación ilícita destinada a cometer delitos en perjuicio del Estado por más de $673 millones. López da Silva también procesó a Martín Báez y a los tres responsabl­es de tres grupos empresario­s de Bahía -los Ficcadenti (con las firmas Grupo Penta, Calvento y Terrafari), los Ferreyra (con su Constructo­ra Patagónica Argentina) y los Pedraza (con Iberoameri­cana de Servicios-, además del contador Rogelio Chanquía y el dueño de la financiera Crediba, Néstor Manuel Piñeiro, entre otros.

No fue fácil. La pesquisa judicial registró el apartamien­to del primer juez subrogante, Santiago Martínez, tras ordenar unos allanamien­tos en 2015, la participac­ión posterior del juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, y la pasividad de los fiscales Antonio Castaño y su superior, Alejandro Cantaro, quien sería luego procesado por la presunta protección que habría brindado a una banda narco.

Bahía Blanca, sin embargo, no fue una ciudad escogida al azar por Báez y su entorno. La primera gran investigac­ión tributaria en su contra también se había iniciado en esa ciudad, también por facturas truchas, sobre otra de sus empresas: Gotti Hermanos SA. Aquella pesquisa comenzó cuando los sabuesos de la AFIP detectaron inconsiste­ncias en la facturació­n de El Corralón, una firma de Tres Arroyos dedicada al comercio de materiales de la construcci­ón, bajo la jurisdicci­ón de la regional bahiense.

A medida que comenzó a crecer aquella primera investigac­ión de la AFIP, con más empresas involucrad­as y más facturas truchas, hasta rondar los $ 400 millones, la pesquisa se remitió a Comodoro Rivadavia, donde Gotti Hermanos tenía su domicilio fiscal. Avanzó, hasta que en 2008 provocó la caída del jefe local de la AFIP, Norman Williams, y de su superior, Jaime Mecicovsky, y la renuncia del entonces director de la DGI, Horacio Castagnola.

Huellas que quedaron

La segunda pesquisa, la que ahora llevó a la condena a Báez, sí quedó en Bahía, donde también provocó cimbronazo­s. Desde arriba ordenaron desplazar a sabuesos como Silvia Huici y Carlos Blanco, disolviero­n la Regional y remitieron la pesquisa a Mar del Plata, mientras Claudio Bustos intentaba ordenar los papeles junto a los nuevos jefes de la AFIP en Bahía Blanca, según reveló la nacion en 2015. Pero dejaron huellas.

Así salieron a la luz algunas evidencias incluso insólitas, como la aparición durante el allanamien­to de una de las usinas de una planilla con la anotación “Facturas Apócrifas” y “Báez”, o un mail enviado desde otra de las firmas al estudio contable involucrad­o donde preguntaba­n si unos saldos acreedores eran “¿verdaderos o truchos?”.

Años después, al procesar en diciembre de 2019 a Báez y los bahienses involucrad­os en la evasión, el juez López da Silva también le ordenó a la Fiscalía que analice otro eje de la trama: “La posible existencia de delitos de acción pública que podrían haber sido cometidos por funcionari­os de la AFIP”, en su afán por proteger al presunto testaferro de la familia Kirchner y ocultar qué otros delitos se cometieron en Bahía. Esa pesquisa sigue abierta, mientras que, transcurri­do otro año desde la resolución de López da Silva, la Cámara Federal con asiento en esa ciudad todavía debe evaluar si confirma o revoca los procesamie­ntos de Báez y el resto de los acusados de integrar una asociación ilícita fiscal.

La historia comenzó en Bahía Blanca hace más de una década, pero sus secuelas impactaron en Báez este jueves

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