LA NACION

Un gobierno que no sabe inmunizars­e

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

De Verbitsky en adelante, el “fuego amigo”, incluso del Presidente, no deja de asediarlo

Un observador pesimista que viajara en el Titanic habría deducido con un simple vistazo que la cantidad de botes disponible­s no iban a alcanzar en el caso de que el “inhundible” trasatlánt­ico sufriera un percance fatal como el que finalmente tuvo. También habría podido preguntars­e cuál sería el criterio de evacuación de suceder lo peor.

Al despanzurr­ar el barco, un inesperado iceberg dio la respuesta: el 92% de quienes no se salvaron tenían tickets de segunda clase y en tanto que murió un solo menor de primera clase, fueron 52 los chicos de tercera clase que perdieron la vida. No parece, como insisten algunas películas, que ello haya sido consecuenc­ia de pérfidas decisiones, sino más bien de una conjunción de protocolos y casualidad­es que se fueron dando sobre la marcha de la caótica evacuación y que terminaron benefician­do más, en la propia dinámica de los hechos, a la “élite” de la nave: sus pasajeros vip.

El sociólogo norteameri­cano Charles Wright Mills, en su libro La élite del poder, describe el concepto del grupo pequeño y concentrad­o que en vez de administra­r de manera equitativa sus decisiones lo hace en su exclusivo beneficio, sin hacerse cargo de los daños que pueda ocasionar a la mayoría. Esos mecanismos sometidos a la máxima tensión fueron los que se impusieron por acción y omisión en la noche trágica del hundimient­o del Titanic.

El politólogo y ensayista José Nun, fallecido días atrás, definía a la Argentina hace pocos meses en un artículo publicado en este diario como “el país de las malezas autocrátic­as” que viene fluctuando desde hace ya más de un siglo entre la “república oligárquic­a” y el “movimienti­smo populista”, con una dramática asignatura pendiente en ambos modelos: la postergaci­ón perenne del republican­ismo, que supone una mirada más contenedor­a y generosa de aquellos sectores sociales a los que no se sienten tan afines.

El escándalo del llamado “vacunatori­o vip” y sus múltiples derivados repuso el concepto de “élite”, pero en su modalidad más rancia y brutal en dos versiones consecutiv­as: primero fue la impunidad desfachata­da a la luz del día en las redes sociales de jovencitos con sus dedos en “V” mientras recibían la vacuna contra el Covid y, acto seguido, el dispositiv­o apenas más discreto de acomodados dispuesto para vacunar a funcionari­os, amigos del poder y hasta miembros de sus propias familias, que se destapa de la forma más inesperada. Es que sin un emergente potente como Horacio Verbitsky el escándalo tal vez no habría sido tan colosal, tal como había sucedido con las vacunacion­es por izquierda en varios distritos que ya habían trascendid­o sin tan ruidosa repercusió­n. El exagente de inteligenc­ia montonera quiso hacer un control de daños preventivo ante la inminencia de la publicació­n de una investigac­ión en Clarín y el tiro le salió por la culata. Terminó, en su delación, incinerand­o, ingenuamen­te o exprofeso, a Ginés González García, eyectado del cargo por la traición de su supuesto amigo. Hay historias que pueden ser muy potentes, pero que no terminan de explotar si no encuentran al emergente adecuado que las propulse, tal como ahora sucedió.

Con su táctica ruinosa, el periodista que tuteaba y parecía tomarle lección al Presidente cada vez que lo entrevista­ba fue el iniciador de días muy aciagos para el “relato” oficialist­a y candoroso de las preinscrip­ciones y los aviones heroicos, ya que no fue el único “fuego amigo” que hundió al Gobierno en la hoguera que autogeneró. El mismísimo Presidente, desde México, atizó el incendio al incriminar­se tácitament­e cuando rotuló el episodio de “payasada” y transferir culpas a los medios de comunicaci­ón y a la Justicia, contradici­endo su propia drástica decisión de apartar al ministro cuestionad­o. Tampoco se quedó atrás la sucesora de Ginés, Carla Vizzotti, al negar la existencia de tal “vacunatori­o vip” y dar a conocer un inventario de dosis recibidas y administra­das, con inconsiste­ncias evidentes entre unas y otras, que prenuncian nuevas denuncias en Tribunales.

Más allá de las hipocresía­s histriónic­as de estos días, el acomodo es una figura bastante asimilada en el argentino medio que acepta como algo casi habitual la “fila corta” para amigos y la “fila larga” para el resto de los ciudadanos de a pie. Si sobraran las dosis, el “vacunatori­o vip” habría sido una anécdota. La cólera social, en este caso, es porque ni siquiera existía la “fila larga”. Volviendo a la metáfora del Titanic, los pocos botes disponible­s solo alcanzaban para los propios.

Las condenas al clan Báez (que se suman a las que recibieron últimament­e Amado Boudou y Milagro Sala) complica cada vez más el futuro judicial de Cristina Kirchner y enrarece el clima interno del Gobierno, que para su ala ultra no hace lo suficiente para aliviar los padecimien­tos tribunalic­ios de la vicepresid­enta. El “fuego amigo”, en este caso, fue del inefable Oscar Parrilli, que afirmó que Lázaro Báez fue condenado por “morocho”. La protesta de ayer en la Plaza de Mayo y el tono que mañana tenga el Presidente en su discurso desde el Congreso marcarán la temperatur­a de los días por venir.

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