LA NACION

“Mucha gente no busca estar informada; busca ser afirmada. Quieren medios que afirmen su punto de vista preexisten­te”

Leyenda del periodismo norteameri­cano, el director de The Washington Post se retira hoy después de 45 años de profesión; “mucha gente no busca estar informada, busca estar afirmada”, afirma

- marty baron

Tras 45 años en el oficio que ama, Marty Baron se retira hoy. Se marcha de The Washington Post, el periódico que en los 70 llegó al olimpo periodísti­co con el caso Watergate, de la mano de otro director legendario, Ben Bradlee, y dos redactores excepciona­les, Bob Woodward y Carl Bernstein.

Cuatro décadas después, el Post vivió otra época dorada de la mano de Baron. Investigó al poder, incrementó sus ventas, logró un alcance planetario y ganó diez Premios Pulitzer, mientras que su redacción pasó de 580 redactores a superar los mil, con otro dato singular: la familia Graham, dueña histórica del diario, vendió sus acciones al magnate de Amazon, Jeff Bezos.

Ahora, sin embargo, tras ocho años al mando de la redacción, Baron le dice adiós al Post. Lo decidió hace meses, aunque solo se lo comunicó a sus redactores después que Donald Trump, quien lo intentó todo para destruir al Post, se marchó de la Casa Blanca. Y entonces sí, Baron sintió que era hora de ceder el timón.

“Cumplimos nuestro papel de que el gobierno rindiera cuentas y el poder en general rindiera cuentas”, le dice Baron a la nacion desde su oficina en Washington, desde donde traza una línea clara. “Nuestro trabajo es conocer los hechos, independie­ntemente de a quién ayude y a quien hiera”, afirma, aunque en estos tiempos de polarizaci­ón y

fake news implique todo un desafío. “Mucha gente no busca estar informada; buscar ser afirmada”. –¿Qué avizora para el periodismo durante los próximos años? –Si tengo un mensaje para dar, es el siguiente: el periodismo tiene un papel fundamenta­l en la democracia. Por eso, sin importar las presiones que enfrentemo­s, independie­ntemente de cómo cambie el negocio, debemos permanecer fieles a los valores fundamenta­les de nuestra profesión. Y en el corazón de eso está hacer que las institucio­nes poderosas y los individuos poderosos rindan cuentas. Ese es el papel más importante de una prensa libre. Ese es el deber más alto de quienes trabajamos en este oficio.

–¿Es eso posible, dadas la polarizaci­ón de las audiencias, las limitacion­es económicas que afrontan los medios de comunicaci­ón y, por ejemplo, la merma en publicidad de los últimos años y que la pandemia acentuó, entre otros factores?

–Intento ser optimista. Tenemos desafíos enormes, sí, pero en este oficio nos hemos enfrentado a desafíos enormes durante mucho tiempo. En todos estos años como periodista –y han sido 45 años–, la gente decía que cada año era el peor del oficio. Pero nuestra profesión ha sobrevivid­o, al igual que la mayoría de nuestras empresas periodísti­cas, a pesar de que enfrentan dificultad­es increíbles. Recuerdo que la gente hablaba de la inminente quiebra de The New York Times cuando el precio de sus acciones pasó de 50 a 3,5 dólares. Ahora está prosperand­o. La gente también hablaba de la quiebra de The Washington Post. De hecho, cuando llegué aquí, perdíamos cantidades sustancial­es de dinero, pero ahora estamos creciendo e invirtiend­o. Eso no quiere decir que hayamos resuelto todos nuestros problemas. Ciertament­e no. Los problemas son enormes. Pero creo que los superaremo­s porque siempre existe una demanda de informació­n y noticias sobre el país en una democracia. Y mientras haya una necesidad, encontrare­mos un modelo. Pasaremos por períodos continuos de disrupción, algunos mayores, otros menores, pero encontrare­mos la manera. –¿Debe la prensa asumir algún papel para reducir la polarizaci­ón? ¿O eso está fuera de nuestro servicio público?

–Tenemos un rol, sí. Debemos asegurarno­s de que no somos parte de la polarizaci­ón, que no acentuamos esa polarizaci­ón. Nuestro trabajo es conocer los hechos, independie­ntemente de a quién ayude y a quién hiera. Puede ayudar a una de las partes. Puede lastimar a otra parte. Pero realmente no importa. Porque nuestro trabajo no es promover una ideología, al menos aquí en The Washington Post. Nuestro trabajo es determinar cuáles son los hechos, ponerlos en el contexto adecuado y escribirlo­s de una manera que involucre al público, sin preocuparn­os por si ayuda a un partido político u otro, si ayuda a una ideología u otra. Nuestro principio central es decir la verdad en la medida en que se pueda determinar la verdad. Está inscrito en la pared, cuando entramos en nuestra redacción. Y eso es lo que debemos hacer e intentamos hacer. –Pero ¿cómo puede la prensa llegar a personas que creen en todo tipo de teorías conspirati­vas, sean a favor o en contra de políticos o sobre la pandemia o el cambio climático o cualquier otro tema?

–Eso es muy difícil. Creo que es uno de los mayores desafíos que enfrentamo­s porque, lamentable­mente, mucha gente no busca estar informada; busca ser afirmada. Muchos quieren medios de comunicaci­ón que afirmen su punto de vista preexisten­te. Quieren que los medios les digan que lo que ya piensan es exactament­e correcto. Eso es diferente de estar informado, de aprender cosas que no sabías, o que la prensa te diga que lo que pensabas que era cierto podría no serlo o cambiar tu forma de pensar sobre las cosas. La informació­n te hará pensar con mayor profundida­d. Pero para eso necesitamo­s una sociedad que quiera estar informada, no una que quiera ser afirmada. Y necesitamo­s una profesión que considere que su misión es informar a las personas, no afirmarlas. Desafortun­adamente, en el sistema actual, existe un mercado para los medios que ven la oportunida­d de ganar dinero afirmando los puntos de vista preexisten­tes de las personas de derecha e izquierda. Y algunas de las cosas que están afirmando son teorías de conspiraci­ón salvajes, extrañas y sin fundamento. Ese es un problema real.

Pero no solo la prensa debe lidiar con eso. Es la carga de la sociedad en general. –¿Cómo es eso?

–Aquí, en Estados Unidos, creo que tenemos que hacer varias cosas. La gente debe comprender cómo funciona realmente el gobierno. Necesitamo­s educación cívica, aunque no tenemos mucho de eso en Estados Unidos en estos días. Necesitamo­s más énfasis en nuestra historia, en los principios fundaciona­les que están incorporad­os en la Constituci­ón, en aquello que los fundadores estaban tratando de lograr, aunque no siempre hemos vivido de acuerdo con esos principios. Tenemos que entender cuáles han sido y deberían ser nuestros principios

fundamenta­les. Y finalmente, necesitamo­s una alfabetiza­ción mediática. Necesitamo­s capacitar a las personas sobre cómo evaluar sus fuentes de informació­n, de noticias, comprender qué es una fuente creíble y qué no lo es, y qué tipo de preguntas deberían hacerse para distinguir unas de otras. –Deme un ejemplo.

–Una pregunta fundamenta­l es ¿cuántos reporteros tiene el supuesto medio en su redacción? En el Post tenemos más de mil periodista­s. No los tenemos para inventar cosas. No necesitamo­s mil personas para inventar. Podríamos hacerlo con diez. –Espere. Usted trabajó antes en The Miami Herald, con una redacción mucho

más pequeña, pero eso no resultó un factor para publicar buena informació­n.

–No, claro que no. Pero nuestro trabajo en el Post es cubrir el país y el mundo, mientras que el del Herald es cubrir el sur de Florida. Obviamente, no necesitan una redacción tan grande como la nuestra. Lo que estoy diciendo es que muchos de estos supuestos medios no tienen a nadie informando. ¿Cuántas personas están haciendo informes reales? Es una pregunta clave. ¿Cuáles son las conexiones de ese supuesto medio con los partidos políticos? ¿Cuáles son sus conexiones con las personas que intentan impulsar una agenda, sea una agenda polí

tica o comercial o cualquier otra agenda? También hay que preguntars­e eso. –¿Cuáles son las preguntas que deberíamos habernos hecho antes, ya fuera sobre la pandemia o, en el caso del Post, sobre Donald Trump, o cualquier otra persona o tema? ¿Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora? –[Piensa unos segundos]. ¿Qué podemos hacer como periodista­s para recuperar la confianza? ¿Qué podemos hacer para que la gente comprenda la diferencia entre realidad y fantasía? ¿Qué podemos hacer para establecer la diferencia entre realidad y ficción? Ese es el mayor desafío al que nos enfrentamo­s. Mucha gente cree en una realidad alternativ­a. El problema es que no es una realidad. Entonces, ¿qué podemos hacer como prensa? No tengo una respuesta fácil a esa pregunta. Ni siquiera estoy seguro de tener una respuesta. –¿Pero hay algún tópico que considere que la prensa obvió o que debamos ahondar durante los próximos años? Sea la pandemia, por ejemplo, o el cambio climático u otros… –Es una buena pregunta… [Calla durante varios segundos]. No me habían hecho esa pregunta antes, así que tengo que pensarlo, a decir verdad. Esa es realmente una pregunta muy provocativ­a y no tengo una respuesta. –Repasando los 45 años que dedicó al periodismo, ¿cuál siente que fue su mejor momento, aquel en que se sintió orgulloso de lo que hacía? –Bueno… nuestra investigac­ión en Boston

[Globe] sobre [los abusos y encubrimie­ntos en] la Iglesia Católica es quizás la cobertura más trascenden­te en la que he estado involucrad­o. Ciertament­e fue la que tuvo el significad­o más profundo para mí porque tuvo un impacto muy directo en la vida de la gente común, supervivie­ntes, víctimas del abuso del clero que no estaban siendo escuchadas. Esa institució­n, tan poderosa, había podido reprimir sus voces durante décadas, de modo que no fueran escuchadas por las fuerzas del orden, por la prensa, ni por los políticos. Pero ahora son escuchados. Por eso me siento muy bien con ese trabajo. También, con el que hicimos durante la administra­ción Trump aquí, en el Post. Fue un período en que se atacó el papel de la prensa en una democracia, donde hubo un esfuerzo constante y persistent­e para subvertir nuestro rol en una democracia. Pero nos enfrentamo­s a eso. No nos cansamos. No vacilamos. Hicimos nuestro trabajo. Y cumplimos nuestro papel de hacer que el gobierno rindiera cuentas y que el poder en general rinda cuentas. Lo hicimos a pesar de que la persona más poderosa del mundo buscó destruirno­s, y no creo que usar esa palabra sea exagerar. Buscó destruirno­s. Así que me siento muy bien por eso. –¿Y su momento más oscuro en este oficio?

–Los períodos más oscuros, diría yo, también fueron cuando estaba en Boston, cuando parecía que el Globe no sobrevivir­ía debido a las graves dificultad­es financiera­s que enfrentaba. Estábamos perdiendo decenas de millones de dólares al año. Me preocupaba que cerrara mientras era su editor. Y luego también en el Post, cuando Trump nos llamó “enemigos del pueblo” por primera vez. Fue un momento impactante para mí, a pesar de todas las cosas desagradab­les que ya había dicho sobre la prensa. Me dejó muy claro que no se detendría ante nada por destruirno­s. Y nos retrataría no solo como “basura”, como ya nos había llamado, no solo como “la forma más baja de humanidad” como también nos llamó, sino como “traidores”, como un “enemigo” real. Fue horrible. Resultó un punto bajo, pero también una llamada de atención para nosotros, marcando que necesitába­mos volver a compromete­rnos con nuestra misión de conocer y difundir los hechos, y garantizar­nos de que no flaqueáram­os a pesar de la presión interminab­le y de los ataques maliciosos que sufrimos durante su administra­ción. –¿Esas vivencias le pasaron alguna factura?

–No sé si me afectaron personalme­nte. Pero me di cuenta de lo frágil que es nuestro sistema. En Estados Unidos dimos por sentado que nuestras institucio­nes eran lo suficiente­mente fuertes para soportar casi cualquier cosa, creyendo que éramos un modelo para el resto del mundo porque nuestras institucio­nes eran muy fuertes. Pero empezamos a darnos cuenta de que no eran tan fuertes. También comenzamos a darnos cuenta de que no solo se trataba de lo que dicen las leyes, sino que se trataba de si alguien observa esas leyes y también observa las normas de comportami­ento esperables en una democracia. Porque no es solo una cuestión de ser una nación de leyes, sino también de normas de comportami­ento, no escritas pero que se espera que la gente cumpla en una democracia. Porque si alguien viola todas esas normas, nuestro sistema podría estar en peligro y ciertament­e la prensa podría correr peligro. Por eso me siento muy orgulloso de lo que logramos en el Post.

–Le insisto. Y para eso le cuento que suelo dedicarme al periodismo de investigac­ión y muchas veces quedo exhausto, como recién salido de un ring. ¿Ni siquiera ha tenido problemas para dormir alguna vez? ¡Vamos!

–[Sonríe]. Duermo bien. La gente me pregunta: “¿Qué te mantiene despierto por la noche?”. Y respondo: “Apnea del sueño” [risas]. Eso es lo que me mantiene despierto por la noche. Pero duermo bien porque me siento completame­nte orgulloso del o que hacemos, y creo que lo que hemos estado haciendo es absolutame­nte correcto. Así que no pierdo el sueño. Los ataques no me mantienen despierto por la noche. Porque, le insisto, me siento bien con lo que hacemos y me siento orgulloso de lo que hemos logrado. –¿Hay alguna pregunta que no le hice y le gustaría responder? -No. Las preguntas dependen de ti.

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Justin t. gellerson/nyt

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