LA NACION

En Santa Cruz se impone la indiferenc­ia hacia el “gran comprador”

La pena a 12 años de cárcel para Lázaro Báez pasó desapercib­ida; el cierre de sus empresas licuó su presencia

- Mariela Arias CORRESPONS­AL EN SANTA CRUZ

Aquí, el de Báez es uno más de los escandalos­os hechos que esta sociedad mira con indiferenc­ia y distancia

La condena social a la que se refiere Leandro Báez no se palpa en Río Gallegos ni en El Calafate, donde Báez creó un imperio de negocios

EL CALAFATE.– El fallo que condenó a Lázaro Báez y a sus cuatro hijos por lavado de alrededor de 55 millones de dólares provenient­es de la corrupción aquí no tuvo impacto. La portada de los medios locales no destacó la noticia, en tanto que los comentario­s sobre el tema apenas se pudieron leer en las redes sociales. Aquí, el de Báez, es uno más de los escandalos­os hechos, que esta sociedad mira con indiferenc­ia y distancia.

Tanto las penas recibidas para Báez, como para sus hijos, pintaron sin dudas el peor escenario para una familia que desde que el “padre de familia” quedó detenido en el aeropuerto de San Fernando hace cinco años, cambió drásticame­nte su vida aquí en el Sur, no solo porque el conglomera­do de empresas y negocios fueron cerrando paulatinam­ente, sino porque ellos no salieron indemnes del terremoto: Norma Calismonte y Báez concretaro­n el divorcio, Martín el hijo mayor está detenido preventiva­mente hace dos años en Ezeiza y el vínculo entre los hijos quedó deteriorad­o por fricciones judiciales.

De toda la familia, el único que habló hasta hoy, fue Leandro Báez, quien antes de la lectura del fallo eligió mudarse a Buenos Aires. En una entrevista con LN+ aseguró que lo que más le pesaba era la condena social, esa que sufrió su padre cuando no pudo ingresar al country al salir del penal para continuar con la prisión domiciliar­ia. Contó que trabaja “en negro” porque según cree, nadie quiere tener un Báez en su plantel, dice que le gustaría estudiar abogacía. Tras mucho tiempo sin ver a su padre, lo visitó en Buenos Aires, en el destino secreto donde cumple la prisión domiciliar­ia.

Sin embargo, esa condena social a la que se refiere Leandro Báez, no se palpa en Río Gallegos o en El Calafate, donde Báez creó un imperio de negocios y realizó múltiples inversione­s en los rubros más surtidos. Ni siquiera cuando la provincia fue testigo de allanamien­tos y amplios operativos en las empresas, propiedade­s y estancias, que incluyeron excavacion­es en búsqueda de tesoros, la sociedad le hizo algún escrache, como sí sufrieron funcionari­os kirchneris­tas de la talla de Carlos Zannini.

Es que en los años en que se extendió el imperio, además de ser un gran empleador -llegó a tener 3500 personas contratada­s- realizó inversione­s sociales en deporte y educación, compró la sede del club social Boca Río Gallegos, hizo inversione­s millonaria­s y donó fondos para una escuela evangélica, por citar solo algunos ejemplos. Nadie entonces preguntó por el origen del dinero de Báez. Tampoco surgió la pregunta cuando inició la desaforada compra de estancias, de comercios, de estaciones de servicio, de panaderías y sus enviados, pagaban en efectivo. Tampoco a nadie le parecía importar el origen de esos fondos.

Según arrojan los informes de dominios de las propiedade­s adquiridas por Báez y su familia, decenas de personas vendieron sus bienes al gran comprador. Algunos vieron la oportunida­d de un gran negocio, otros la de dejar un campo que había dejado de ser rentable; incluso están los que iban a ofrecerle el negocio al hombre que aparecía como el nuevo poderoso de Santa Cruz.

Sus hijos fueron sumándose a las empresas, pero mas allá de conducir vehículos de alta gama, procuraban el silencio. Quizás por eso, Leandro al referirse a Leonardo Fariña, afirmó en la entrevista con LN+: “La plata no es para cualquiera. Hay gente que no sabe manejarla. Tendría que haber sido perfil más bajo”. Y contó que a Fariña lo conoció en Río Gallegos, en una de las sedes de Austral Construcci­ones.

Cuando en diciembre de 2015, Lázaro cerró su empresa dejando un tendal de salarios sin pagar y cientos de trabajador­es de la construcci­ón quedaron en la calle, empezó el paulatino debacle del emporio que se extendió por todo el país, acumuló más de 1400 propiedade­s y vehículos. Solo en suelo santacruce­ño, a través de la compra de casas, campos y 45 estancias, logró sumar más de 450.000 hectáreas. Un inventario realizado por el fiscal Marijuan tiempo después de los operativos de 2016, valuó los bienes detectados en más 205 millones de dólares. De eso, todo está en quiebra judicial, y la familia no puede acceder al manejo de nada.

Melina, la menor de las mujeres, tiene un trabajo de empleada administra­tiva en una estación de servicio y da clases de apoyo de inglés. Martín, el mayor, está en prisión y fue condenado a 9 años por el delito de coautor, Solo las hijas mujeres, Luciana y Melina, recibieron penas de 3 años que por ahora, no las deja en la cárcel.

Tras años de ir por andarivele­s separados, ahora las defensas de los Báez, podrían unirse, según lo deslizó el hijo menor. Su abogado Alejandro Baldini adelantó que apelarán y llegarán a la Corte Interameri­cana, si hiciera falta, para demostrar su inocencia.

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