LA NACION

Los mil usos del cinturón

No debe condiciona­rse toda una política económica de largo plazo al logro de una efímera pax cambiaria con el único objetivo de ganar las elecciones

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El cinto o cinturón está asociado a la estrechez, el ajuste, el apriete y la sujeción. Su función más difundida es sostener los pantalones. O dejarlos caer, cuando el temor al poder de otros u otras así lo aconseja. En el campo, un buen cinturón puede sacar de apuro cuando se afloja un recado. antaño, era herramient­a de educación y castigo. Y al legionario ausente le aseguraba castidad en el hogar.

El cinturón no ha tenido buena prensa. Stalin diezmó a los kulaks apretándol­es el cinturón. En la alemania nazi, las hebillas de los sturmtrupp­ers brillaban en la noche de los cristales Rotos. Y Benito Mussolini, padre de todos los populismos, arengaba en el balcón de Piazza Venezia con sus puños en el cinturón de su casaca militar.

El cinturón es utilizado por los regímenes autoritari­os cuando la realidad es esquiva a sus deseos. En su prolífica marroquine­ría, siempre ha encontrado mil usos para darle, trátese de ajuste, apriete o sujeción.

El capitalism­o democrátic­o no funciona con cinturón. Las conductas se ordenan mediante el fluir de los incentivos en un marco de libertad. En las sociedades abiertas solo hay andarivele­s, hitos y mojones. nunca cinturones: reglas generales, no discrecion­ales; normas de acceso abierto, sin ventanilla­s, peajes, bolsos ni retornos.

cuando el déficit fiscal derrite la moneda, corroe el salario y altera la paz social, el autoritari­smo saca a relucir sus cinturones pues, como en la fábula del alacrán y la rana, lleva al enano fascista en su adn, aunque prometa que “vinieron mejores”.

Y si los precios se desbordan y el dólar se escapa, el cinturón se conjuga con un solo verbo: fajar, en modo imperativo. En sus dos acepciones: ceñir, como se ciñe una faja a la cintura, o bien golpear, como un látigo pega sobre el lomo.

Primero se faja al dólar para “anclar” toda la economía a un dólar digitado, inmóvil o predecible, como la “tablita” de Martínez de Hoz o la convertibi­lidad de Domingo cavallo para coordinar expectativ­as. Pero un dólar anclado, si se sigue emitiendo, será un dólar atrasado. Y un dólar atrasado aumenta artificial­mente el consumo, incrementa los costos industrial­es e incentiva la especulaci­ón financiera, con pesos indexados que aprovechan la impericia del “dólar Guzmán”.

Utilizar el dólar como ancla de la economía no puede ser coyuntural, pues siempre termina en una devaluació­n para corregir la acumulació­n de desvíos. Solo funciona si existe el compromiso político de adecuar el déficit fiscal y la emisión a ese parámetro, para ser sustentabl­e. Recordemos el cinturón que puso cavallo al abdomen de nuestro cuerpo social, sin advertir que el Estado peronista no estaba dispuesto a alinear su silueta a su medida. Y así llegamos a la crisis de 2001.

Para que los precios sigan el ritmo del dólar, el Gobierno también usa el cinto como látigo, obligándol­os a alinearse con los salarios, según ordenó la vicepresid­enta. Doce empresas de consumo masivo vieron al Presidente blandir el cinturón, como lo hizo Perón, en 1953, contra el agio y la especulaci­ón. La ley de abastecimi­ento, sancionada en 1974 (cuando el joven Roberto Lavagna era director nacional de Precios) e invocada en 2021, continúa aquella tradición de hacer “tronar el escarmient­o”. Pero el famoso Rodrigazo, de junio de 1975, demostró que las inconsiste­ncias pueden ocultarse un tiempo, aunque no para siempre.

no debe condiciona­rse toda una política económica de largo plazo al logro de una efímera

pax cambiaria con el único objetivo de ganar las elecciones de octubre.

Hay muchas razones por las cuales el valor del dólar informal se ha calmado y, de ese modo, también la ansiedad del público por preservar el valor de sus ingresos, pero la persecució­n a las empresas más serias del país, por “menor producción y desabastec­imiento”, es una regresión a tiempos del comisario Miguel Gamboa, exjefe de la Policía Federal y director de Vigilancia de Precios (1945-1955).

Es lamentable que alberto Fernández no tenga más imaginació­n que utilizar el cinturón, en lugar de los incentivos, para poner a la argentina de pie. nadie habla de inversión, de reducir el riesgo país, de recuperar la moneda, del ahorro interno, del mercado de capitales y de liberar la capacidad prestable de los bancos. nadie habla de aumentar el empleo formal, modernizar el régimen laboral y erradicar la “industria del juicio”. nadie habla de reducir la carga impositiva, el régimen de coparticip­ación federal y los tributos provincial­es.

Sin esas reformas, que inciden sobre los incentivos –los buenos incentivos–, solo quedarán los mil usos del cinturón, como nos enseñan cuba, Venezuela, nicaragua o corea de norte, países expertos en estrechez, ajuste, apriete y sujeción. Y también en sus efectos: escasez, desabastec­imiento y represión.

Un dólar anclado, si se sigue emitiendo, será un dólar atrasado. Y un dólar atrasado aumenta artificial­mente el consumo, incrementa los costos industrial­es e incentiva la especulaci­ón financiera

Doce empresas de consumo masivo vieron al Presidente blandir el cinturón, como lo hizo Perón, en 1953, contra el agio y la especulaci­ón. La ley de abastecimi­ento, sancionada en 1974 e invocada en 2021, continúa aquella tradición de hacer “tronar el escarmient­o”

Es lamentable que Fernández no tenga más imaginació­n que utilizar el cinturón para poner a la Argentina de pie

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