LA NACION

La caída del empleo privado en el país

Deben replantear­se las institucio­nes y las reglas que gobiernan el trabajo en la Argentina, afirma Bour.

- Juan Luis Bour* para La NACION

en tiempos de una “gran peste” como los que atravesamo­s, se puede llegar a creer que el deterioro del nivel de vida se asocia básicament­e con ese evento, o con algún otro hecho o conjunto de hechos recientes. Esa mirada corta oculta lo que en realidad es un largo fenómeno de decadencia y declinació­n.

La Argentina modificó hace ya varias décadas las reglas y las institucio­nes que le permitiero­n crecer y desarrolla­rse para ubicarse en el grupo de naciones más prosperas y con mayores probabilid­ades de éxito económico y social en las primeras décadas del siglo XX.

Las “nuevas reglas” e institucio­nes insinuadas en la década del 30, que se desarrolla­ron en los años 40 y se consolidar­on con gobiernos posteriore­s, dieron lugar a una sociedad con una economía extraordin­ariamente volátil y de baja productivi­dad, dominada por buscadores de rentas que frenan la competenci­a, el crecimient­o y el bienestar.

El empleo fue una de las áreas más afectadas por el cambio de reglas, que actualment­e –tras 80 años de historia– nos parecen las reglas más normales del mundo. El empleo privado fue por décadas un mecanismo que permitió difundir el crecimient­o –primero del agro, luego de la industria y el comercio, y más tarde los servicios–, mejorando la distribuci­ón del ingreso.

El empleo público acompañó durante las primeras décadas del siglo XX las necesidade­s de organizaci­ón del Estado y de la sociedad con las crecientes demandas de justicia, educación, salud y seguridad, hasta que las reglas cambiaron.

Desde los años 40 el Estado se expandió muy fuertement­e y el empleo público creció a una tasa del 5,5% anual, frente a un ritmo más modesto de 1,2% anual del empleo privado. El otro fenómeno que apareció ya en esa época fue el crecimient­o notorio del empleo informal, reflejado en el hecho de que, mientras crecía la afiliación compulsiva a la seguridad social, se estancaba el número de aportantes y la recaudació­n (la evolución del empleo, de los afiliados y de los aportes a la seguridad surge del libro La economía de Perón. Una

historia económica, editado por Roberto Cortés Conde y otros, Editorial Edhasa, 2020).

De a poco fue cayendo la participac­ión del empleo privado de calidad en el empleo total, con un crecimient­o del peso de los informales, del empleo público y de los empleos cuasi-formales (los del monotribut­o social, entre otros) de manera más reciente.

Si bien el “huevo de la serpiente” de esta caída del empleo privado formal se encuentra lejos en el tiempo, los gobiernos más recientes –salvo contadas excepcione­s– contribuye­ron a agravar la situación, cuando propiciaro­n leyes con una perspectiv­a de muy corto plazo sin preocupars­e por el daño que generaban a mediano y largo plazo.

Desde aumentos en la carga tributaria sobre el trabajo y regulacion­es que traban los despidos o directamen­te los prohíben, hasta la situación actual en la cual alguien “de riesgo” podría no ir a su trabajo y rehusarse a vacunarse hasta su jubilación –todo con cargo al empleador– son ejemplos del clima anti-empleo y contrario al sector privado que prevalece, como algo ya aceptado como “normal”. ¿Qué tipo de empresario­s puede generar este ambiente? ¿Y qué tipo de empleo podemos esperar que podrá crearse cuando la economía retome su ritmo?

Una pista para responder a la segunda pregunta se encuentra en nuestra historia más reciente. Con datos del Ministerio de Trabajo de la Nación que llegan a diciembre de

2020, sabemos que el empleo privado formal en empresas de al menos

10 ocupados –es decir, el empleo en las empresas con mayor capital por trabajador y mayor productivi­dad de la Argentina– dejó de crecer hace casi diez años, a fines de 2011. En noviembre de ese año se alcanzó el máximo nivel de ocupación formal ajustada por estacional­idad (135,8), para estancarse entonces y caer en el último ciclo de recesión hasta el nivel 127,5, similar al que se registraba en 2008 (13 años atrás).

Esa caída no se explica por “aumentos de productivi­dad” (PBI por ocupado), porque el PBI tampoco creció. En realidad, la productivi­dad agregada disminuyó fuertement­e porque, si bien el empleo formal no crecía, en su lugar se expandía fuertement­e el empleo en actividade­s inestables y de bajos ingresos (informales). De alguna forma la población tiene que obtener ingresos legales, y si no hay empleos privados formales, la búsqueda se orientará a empleos informales, al empleo estatal (si toca la lotería), o a algún plan público, justamente las tres modalidade­s de ingresos que crecieron reemplazan­do al empleo productivo.

Una inspección a lo ocurrido en los últimos seis meses resulta estremeced­ora: en el período comprendid­o entre julio y diciembre de 2020 la economía creció, según el indicador ajustado por estacional­idad, 10,7% (había caído 12,2% entre diciembre de 2019 y junio de

2020). En ese mismo período, el empleo privado formal cayó entre

0,3% (ajustado por estacional­idad) y 0,4% (sin ajuste).

Es decir que la recuperaci­ón de la economía no está generando una recuperaci­ón neta del empleo de calidad. Y, además, la caída es mayor en empresas de hasta 200 ocupados, sospechánd­ose que está por llegar a las empresas grandes.

Los datos de rotación de empleo son ilustrativ­os: en los últimos meses hubo un ligero aumento de las contrataci­ones (eso quiere decir que aumentó la tasa de entrada), que resultó más que compensado por pérdidas de empleos (aumentó más aún la tasa de salida). Ello sugiere que el manejo represivo de la economía –con la prohibició­n de los despidos– no es tan efectivo como parece. Como alguna vez me señalara el profesor Julio H. G. Olivera –maestro de economista­s argentinos–, “la economía no se maneja con la policía”.

El resultado de institucio­nes laborales y económicas mal diseñadas no solo se puede medir por el lado de las cantidades (el empleo), sino también por el lado de los precios (el salario real). Con pérdidas de empleo de calidad no puede esperarse sino una disminució­n del ingreso real promedio de la población. Si bien hay varios indicadore­s disponible­s, los registros del IVS de Indec, deflactado­s con las series de inflación oficial hasta 2006 y luego con la serie de FIEL para la Ciudad de Buenos Aires, muestran que todos los trabajador­es formales han perdido con el tiempo: el salario real promedio de los empleados registrado­s privados está 16,5% por debajo de donde está en la convertibi­lidad, y los salarios públicos están 15% por debajo. Todas las mejoras experiment­adas en algún momento fueron inestables y terminaron cayendo por debajo de los niveles anteriores. Empleos de baja calidad en una economía no competitiv­a no pueden producir, a lo largo del tiempo, sino una persistent­e caída en los ingresos globales.

Es el momento de replantear las institucio­nes que gobiernan el empleo en la Argentina, porque a este ritmo, el 70% del empleo total estará integrado por trabajador­es informales, monotribut­istas, trabajador­es cuasi-formales de ingresos bajos, empleados del Estado y personas que reciben planes a través de organizaci­ones paraestata­les (verdaderas microempre­sas de la corrupción). Ello solo puede asociarse con ingresos reales declinante­s para la mayor de la población. Eso no solo plantea un problema económico, sino que sienta las bases de una sociedad pobre, desigual y violenta, que determina lo que los economista­s han identifica­do como un proceso de “selección adversa”: los peores llegan al poder, los que pueden escapan del sistema, el resto sobrevive.

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