LA NACION

Los mundos posibles por mujeres artistas, en La Boca

Trabajos de 64 creadoras que participar­on de exposicion­es en esas mismas salas durante el último cuarto de siglo se reunieron con la intención de mostrar de qué manera la mirada femenina contribuye a generar vínculos y espacios de sociabilid­ad para vivir

- por María Paula Zacharías

El 2020 iba a ser el gran año de las mujeres artistas en los museos de Buenos Aires. En sus comienzos, se anunciaban muestras dedicadas a ellas en el Museo Nacional de Bellas Artes, el Malba, la Fundación Proa, el Centro Cultural Kirchner, la Usina del Arte y el Museo de Arte Moderno. Recién en noviembre, luego de meses de cierres por cuarentena y la promesa postergada de revisitar depósitos con perspectiv­a de género, se inauguró por fin en Proa una gran colectiva, Crear Mundos, con obras de 64 artistas y una premisa: mostrar otra manera de percibir a través de una sensibilid­ad que por siglos estuvo relegada.

“Es una visita al archivo de Proa, por donde pasaron más de 250 artistas mujeres. Algunas piezas son las que se vieron antes en sala, y en otros casos elegimos otras obras”, cuenta la investigad­ora María Laura Rosa, asesora académica de la muestra, que curan Cecilia Jaime y Manuela Otero. Por ejemplo, de Louise Bourgeois no volvió la gigantesca araña de hierro que fue sensación en la Vuelta de Rocha en 2011, sino que llegó de Nueva York una miniatura blanda y hermosa, Mujer embarazada, que se exhibe como una joya, blindada en una vitrina. Otra pieza internacio­nal es la esfera Globe, de Mona Hatoum, que es símbolo de la exposición.

La selección abarca desde la segunda mitad del siglo XX a la actualidad, diversidad de latitudes y de técnicas, como el video, la fotografía, la instalació­n y la performanc­e. Se organiza en cuatro núcleos: materialid­ad, espacio, lenguaje y cuerpos. Parte de una premisa de la científica y filósofa Dona Haraway. “Plantea que a través de las feministas, el vínculo con el mundo y las miradas de las mujeres se pueden generar otros espacios de sociabilid­ad y otros futuros para vivir mejor”, explica Rosa.

“Es una muestra de que no hay modo de justificar la menor presencia, hasta ahora, de obras de artistas mujeres en las coleccione­s de los museos”, dijo la artista Marcela Sinclair. “Hay una deuda social. Esta es una oportunida­d de equilibrar­la y de propiciar diálogos”, señaló la artista Alicia Herrero.

“En la primera sala se ven las desjerarqu­izaciones que propiciaro­n las artistas a través del arte textil, los cruces entre arte y diseño, y las artes populares”, explica Rosa. Desde los zapatos icónicos de Dalila Puzzovio a los de Nicola Costantino de peletería humana, pasando por un vestido de Delia Cancela que rinde homenaje a sus pares y la joyería mapuche de Teresa Pereda. “Mucha emoción de volver a mostrar una pieza de esa serie de obras de los 90 que me abrió inesperada­mente un camino internacio­nal”, dice Herrero, autora de Estimado U$S

5.000.000.- Vaso Quianlang, una vasija china aplanada en una lámina de aluminio que señala la distancia entre la labor solitaria de los artistas y el mercado del arte.

La cuestión del espacio se aborda desde los afectos, como en el caso de Ana Gallardo y sus dibujos de la Laguna de Zempoala. También, en el sentido de la tensión espacio domésticoe­spacio público. Conviven un mueble recortado de Marcela Sinclair, planos urbano-poéticos de Gachi Hasper, un paisaje volumétric­o de Marina de Caro (La isla de árboles turquesas) e imágenes de la intimidad de Cecilia Szalkowicz.

La sala dedicada al lenguaje abraza a referentes como Mirtha Dermisache, Sarah Grilo, Marta Minujín, Margarita Paksa y Liliana Porter, junto con piezas contemporá­neas como la serie de globos de silencio de Alejandra Seeber, las fotos de Leticia Obeid que registran cómo los cuerpos dejan marcas en los libros y un mural de palabras encontrada­s de Julia Masvernat. “Es una obra efímera de 2009, que volví a hacer con otra materialid­ad”, cuenta esta artista.

La última sala, en el segundo piso, tiene advertenci­as en su ingreso, porque se trata del cuerpo, que las mujeres bien saben poner para el arte. Recibe un enorme mural de cuerpos hegemónico­s de Vanesa Beecroft, que desde otra pared cuestionan Ana Mendieta o Eleanor Antin. Autopercep­ciones de Flavia Da Rin o de Liliana Maresca. Poéticas en movimiento, como la videoperfo­rmance de Elena Dahn o la animación de Aili Chen.

“Es necesario seguir haciendo muestras de artistas mujeres porque sigue habiendo mucha desigualda­d en el sistema del arte. Esta no es una muestra con artistas feministas sino de todos los colores. Hay que mostrar como nuestras artistas son fabulosas y muchas veces han estado orilladas. Es una decisión política muy buena que Proa haya revisado su propio archivo a través de esa mirada”, dice la curadora.

El programa público es virtual y presencial, e incluye visitas guiadas con las artistas y las curadoras de la exhibición, clases, videos, audioguías en Spotify, proyeccion­es, un ciclo de danza coordinado por Andrea Servera que se puede ver en Youtube y una instalació­n de sitio específico de la mano de Gabriela Golder y Mariela Yeregui. Las visitas son de jueves a domingo, con previa reserva de entradas por la página proa.org y protocolo sanitario.

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Patricio pidal/afv Marta Minujín. Registro de su performanc­e Leyendo las noticias (1965)

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