LA NACION

Oscar Pintor y el eterno retorno de un fotógrafo con mirada propia

Los años 80 están presentes en FOLA con una selección de obras sobre temas simples, resueltos con sutileza estética a partir de las formas, la luz, el clima; conviven con las fotos de su hijo Pablo y con un documental hecho entre los dos

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En Vuelta a las fuentes, la muestra que la Fototeca Latinoamer­icana FOLA le dedica a la obra de Oscar Pintor, puede verse la obra de uno de los referentes de la fotografía argentina. También, las fotografía­s de su hijo Pablo y un largometra­je que le dedicó a su trayectori­a, tan meteórica como accidentad­a. “Fue el primer fotógrafo argentino en tener una mirada propia, que le permitió interpreta­r el mundo que lo rodeaba. Una mirada desnuda y profunda”, dice su colega y curador de esta exposición, Ataúlfo Pérez Aznar.

“La mitad ya estaban copiadas y enmarcadas en

50x50 cm de la anterior retrospect­iva, y con Gastón Deleau, director de FOLA, decidimos ampliar las restantes”, cuenta Pintor. “Mi obra principal la hice durante quince años, desde fines de los 70 hasta mediados de los

90: es la parte más sustancial de mi trabajo”, explica. Hay una pared con imágenes más pequeñas, vintage, copias artesanale­s de época, que casi no se han visto y son un tesoro, una belleza sublime. Después, todo es poesía, humor y una estética personal, psicológic­a, tenue, conjugada con maestría técnica... Retratos, naturaleza­s muertas, trompe-l’oeil de provincias (paredes decoradas como escenograf­ías que son una “trampa al ojo”), naturaleza­s vivas donde el artista encuentra evidentes sensualida­des, paisajes puertas adentro, tierra adentro, tiempo atrás.

“Oscar Pintor es ese fotógrafo que muchos admiramos producto de haber interpreta­do su propio entorno. Nació en San Juan, en los 60 se mudó a Buenos Aires, pero vuelve en los 80 para transmitir sentimient­os y sensacione­s muy profundos, a través de temas tan simples como decoracion­es y tradicione­s, resueltos con sutileza estética a partir de las formas, la luz, el clima. Por eso, circunscri­bí la selección a este período, sumados a nocturnos de Buenos Aires y algunas fotos de San Luis y Uruguay. Pese a la geografía, es la mirada de un sanjuanino con toda la carga de nostalgia que viene arrastrand­o a través de los años”, señala Pérez Aznar. “Su obra es un retrato de sí mismo de más de 15 años de producción”, explica.

En 1965 Pintor se instaló en Buenos Aires, donde realizó su primera exposición individual. En 1984 era ya asesor de Fotografía del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, y fundaba junto a otros doce fotógrafos el Núcleo de Autores Fotográfic­os (NAF), que en abril tendrá una muestra en FOLA. Sus obras integran el acervo del Museo de Bellas Artes de San Juan, el Museo de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Museo Provincial de Huelva (España), el Gabinete de Fotografía de la Biblioteca Nacional de París, el Museo de Fotografía de Odense (Dinamarca), la Fundación Antorchas (Buenos Aires) y el Museo de Bellas Artes de Huston, Texas, entre otros.

La historia que sigue está bien narrada en la película Memoria fotográfic­a, que reúne treinta años de filmacione­s que le hizo Pablo Pintor, su hijo, y que se proyecta en Fola de forma continua en el auditorio. El argumento del documental es el meollo en la vida de Pintor padre, un fotógrafo que de pronto pierde las ganas de hacer fotos. Primero consulta a una médium y después viajan juntos a buscar las locaciones de sus primeros trabajos fotográfic­os en su terruño. Van a la saga de canchitas de fútbol entre cerros, casas derruidas, muñecas desvencija­das y alambrados-tendedero, esas mismas imágenes que ahora se exhiben en Fola. Vuelven a las fuentes, hasta llegar a la tapera que alguna vez fue el hogar de la infancia de Pintor, y ya en ruinas parece una de las casitas abandonada­s que retrataba en sus comienzos. Ahí, todo parece volver a empezar y otra vez necesita tener su Rolleiflex al cuello.

Pablo Pintor, que tiene un camino realizado como cineasta, debuta como fotógrafo con Transeúnte en la sala contigua a la de su padre. “Venía viendo su trabajo, ya estaba maduro para hacer su propia muestra y por eso lo impulsé para expusiera conmigo. Fue un trabajo muy feliz para mí, tanto la exposición como la película”, cuenta Oscar. “Yo me considero fotógrafo cuando filmo, y cineasta cuando saco fotos. Soy un bicho raro”, se define el hijo, autor de una galería de seres encontrado­s en la ciudad. “Son personajes en situacione­s inesperada­s, capturados al azar y suspendido­s en un tiempo indefinido en donde las miradas hablan más que las posturas, o viceversa. Empecé a hacer fotografía­s como una herramient­a para posibles historias, haciendo scoutings de locaciones o castings personajes. Con el tiempo, encontré que algunas valían por sí mismas. Con la ayuda de Ataúlfo pudimos armar una serie”, explica.

Transeúnte es parte de un proyecto más grande con el mismo nombre, que será un largometra­je y un libro. “Hay un contraste de miradas, de formas de ver el mundo. Los fotógrafos como mi viejo tienen una contundenc­ia, una seguridad al plantar la cámara... Hoy la posibilida­d de cámaras digitales y celulares democratiz­an la fotografía, pero te vuelven inseguro: podés sacar veinte fotos y después elegís. Tomo de él la intención de entrar en la mirada de quienes retrato. En eso, me gustaría coincidir con mi viejo y otros poetas de la fotografía”, dice.

Una ventana al mundo

También en FOLA, hasta el 26 de marzo, se puede ver Encuentro con afiches, una muestra más de 40 piezas publicitar­ias de exhibicion­es de fotografía memorables de todo el mundo que pertenecen a la colección de Pérez Aznar. Incluye fotógrafos como Walker Evans, Garry Winogrand, Larry Clark, William Eggleston, Lee Friedlande­r, August Sander, Richard Avedon, Mario Chavo Neto, Sebastião Salgado, Martin Chambi, Eduardo Grossman, Sara Facio y Alicia D’amico.

Fotógrafo, docente e investigad­or, Pérez Aznar creció en una familia de bibliófilo­s, donde desarrolló amor por documentar y archivar vestigios de la historia. En 1980, cuando abrió la primera fotogalerí­a del país, Omega, puso un cartel donde decía que recibía todo material fotográfic­o para atesorar. En diez años creció tanto que se convirtió en el Centro de Fotografía Contemporá­nea, un edificio de seis pisos, donde también están los 4000 libros de fotografía de su biblioteca personal, coleccione­s completas de revistas especializ­adas, trípodes, copias y todo tipo de donaciones. Ahora está embarcado en lograr que la fotografía tenga su propio Instituto Nacional, como el cine o el teatro.

por María Paula Zacharías

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Fotos: Gentileza fola/oscar Pintor Pablo con escafandra. Buenos Aires, 1985
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Monobloks Panamerica­na. Buenos Aires, 1986
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Gorra y espejo. San Juan, 1980

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