Incógnita. ¿Deben seguir usando barbijo los ya vacunados?
Según expertos, depende no solo de la velocidad de disminución de los contagios, sino del porcentaje de gente no inoculada en una población
NUEVA YORK.– Ya hay 50 millones de estadounidenses vacunados contra el coronavirus y millones más se suman día a día, y la pregunta que los atormenta a todos ellos es la misma: ¿Ya puedo tirar el barbijo?
La pregunta tiene más implicancias de lo que parece: equivale a regreso a la normalidad, a los abrazos y los besos de los vacunados con sus seres queridos, a las reuniones con amigos, los recitales, los shoppings y los restaurantes sin la amenaza permanente del contagio.
En muchos de los estados norteamericanos los funcionarios ya están listos. El martes, Texas levantó la obligatoriedad del barbijo y todas las restricciones a los comercios y empresas, y rápidamente se sumó Mississippi. Los gobernadores de ambos estados justifican la decisión en la disminución de los contagios y el aumento de ciudadanos vacunados.
Pero la pandemia no terminó y los científicos aconsejan tener paciencia.
Lo que parece bastante claro es que pueden reunirse pequeños grupos de personas vacunadas sin preocuparse demasiado por infectarse unas a otras. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) en breve darán a conocer sus nuevas recomendaciones, y seguramente abordarán el tema de los encuentros de vacunados.
Pero la fecha en que los vacunados podrán olvidarse de usar barbijo en lugares públicos dependerá no solo de la velocidad de disminución de los contagios, sino del porcentaje de gente no vacunada que quede circulando en una comunidad.
¿Por qué? Porque los científicos todavía no saben si los vacunados pueden transmitir el virus a los no vacunados. Y si bien todas las vacunas contra el Covid-19 son excelentes para proteger a la persona de enfermar gravemente y morir, las investigaciones no confirman de manera concluyente que la vacuna impida que el virus se aloje en la nariz de un vacunado y de allí se contagie a otros.
Son comunes las vacunas que impiden enfermar gravemente, pero no contraer la infección. Las inoculaciones contra la gripe, el rotavirus, la polio y la tos convulsa son todas imperfectas en ese aspecto.
Las vacunas para el coronavirus “está mucho más bajo la lupa que cualquier otra vacuna del pasado”, dice Neeltje van Doremalen, experta en desarrollo preclínico de vacunas que trabaja en los Laboratorios Rocky Mountain de los Institutos Nacionales de Salud, en el estado de Montana.
Para colmo, las nuevas variantes que esquivan el sistema inmunológico están modificando los cálculos. Algunas vacunas son menos efectivas para prevenir el contagio de ciertas variantes, y en teoría permitirían que se propague más virus.
Las investigaciones existentes hasta el momento sobre la capacidad de la vacuna para impedir también que el vacunado pueda transmitir el virus son preliminares, pero alentadoras. “Estamos seguros de que hay una reducción del contagio –dice Natalie Dean, bioestadística de la Universidad de Florida–. No sabemos exactamente de qué magnitud, pero no es del 100%”.
Según los expertos, incluso con un 80% menos de transmisibilidad sería suficiente para que los vacunados puedan tirar su barbijo a la basura, sobre todo cuando la mayoría de la población está vacunada y se hayan desplomado las internaciones y los fallecimientos.
Sin embargo, por el momento y dada la incertidumbre, los expertos dicen que hasta los vacunados tendrán que seguir usando barbijo para proteger a los demás.
“Los vacunados deberían usar barbijo hasta que realmente quede probado que las vacunas impiden la transmisión”, considera el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, el doctor Anthony S. Fauci.
Y esa prueba todavía no está porque los ensayos clínicos de las vacunas fueron diseñados para testear si las vacunas impedían enfermar gravemente y morir, que suele ocurrir por el efecto de la proliferación del virus en los pulmones. Pero el contagio, por el contrario, se produce por la proliferación del virus en la nariz y la garganta.
Entrenados por la vacuna, los soldados inmunológicos del cuerpo deben frenar el virus poco después del contagio, acortando el período de infección y reduciendo las cantidades en la nariz y la garganta. Eso debería alcanzar para reducir significativamente las posibilidades de que una persona vacunada pueda infectar a otras.
Hipótesis
Los estudios en animales apoyan esa hipótesis. En uno de ellos, siete de los ocho monos que fueron inmunizados y luego expuestos al contagio no tuvieron virus detectables en la nariz o en el líquido pulmonar, señala Juliet Morrison, viróloga de la Universidad de California en Riverside.
En la misma línea, los datos de unas pocas docenas de participantes del ensayo de Moderna que fueron testeados al recibir su segunda dosis sugieren que la primera dosis había disminuido los contagios en aproximadamente dos tercios.
Otra pequeña tanda de datos surgió recientemente del ensayo de Johnson & Johnson. Los investigadores buscaron signos de infección en 3000 participantes hasta 71 días después de recibir esa vacuna monodosis. El riesgo de infección en ese estudio pareció disminuir alrededor del 74%.
“Creo que es un efecto muy potente –dice Dan Barouch, virólogo del Centro Médicos Beth Israel, en Boston, director de uno de los sitios de pruebas–. A medida que aparezcan más datos esas estimaciones numéricas podrían cambiar, pero el efecto parece bastante contundente”.
Para los próximos meses se esperan más datos, tanto de Pfizerbiontech como de Moderna.
Pero los ensayos clínicos pueden sobrestimar la efectividad de una vacuna, porque el tipo de personas que eligen participar ya tienden a ser cuidadosos y además se les aconseja tomar precauciones durante el tiempo que dure el ensayo.
Algunos investigadores, en cambio, están rastreando infecciones entre personas inmunizadas en entornos del mundo real. Un estudio en Escocia, por ejemplo, realizó pruebas cada dos semanas, independientemente de los síntomas, en trabajadores de la salud que habían recibido la vacuna Pfizer-biontech. Los investigadores encontraron que la efectividad de la vacuna para prevenir que el inmunizado contagie a otros fue del 70% después de una dosis y del 85% después de la segunda.
Pero para obtener una evaluación real de la transmisión del virus, los investigadores realmente necesitan saber qué personas vacunadas se infectan y luego rastrear la propagación del virus entre sus contactos con análisis genéticos.
¿Qué precauciones deben entonces tomar las personas inmunizadas hasta que estén disponibles los resultados de esos estudios? Por el momento, muchos expertos creen que lo permitido dependerá en gran medida del número de casos en la comunidad y el entorno. A mayor número de casos, mayor probabilidad de transmisión y más efectivas tendrían que ser las vacunas para detener la propagación.
“Si el número de casos es cero, poco importa que la efectividad de la vacuna para impedir la transmisión sea del 70% o del 100%”, sostiene Zoe Mclaren, experta en políticas sanitarias de la Universidad de Maryland.
Las medidas sobre el uso de barbijo también dependerán de cuántas personas de determinada comunidad sigan sin estar vacunadas. “Mucha gente piensa que el barbijo es lo primero que va a volar”, dice Maclaren, y agrega que, en rigor, el barbijo nos da más libertad porque nos permite entrar al teatro, viajar en colectivos y aviones, o ir de compras incluso rodeados de personas no vacunadas.
En última instancia, el barbijo es una forma de responsabilidad cívica, opina Sabra Klein, inmunóloga de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg. “¿Hay que usar barbijo para protegerse uno mismo del Covid grave, o para proteger la salud pública? –se pregunta retóricamente–. Cada uno tiene que cumplir con su parte en la comunidad, más allá de sí mismo”.