LA NACION

El agotamient­o de las tierras amenaza el futuro del planeta

La degradació­n de los suelos podría causar una sexta extinción masiva

- Carlos A. Mutto

Si los humanos levantaran un instante la mirada que mantienen depositada en permanenci­a sobre sus teléfonos celulares, encontrarí­an el tiempo necesario para pensar en el futuro y comprender las amenazas que pesan sobre su existencia.

Cuando Homo sapiens apareció sobre la Tierra, hace dos millones de años, el planeta tenía 4500 millones de años de vida dentro de un sistema más vasto creado hace 13.700 millones de años. Eso significa que el Universo “prescindió del hombre la mayor parte de su tiempo”, como recuerda el filósofo de la ciencia Etienne Klein en su “paradoja de la ancestrali­dad”. Otra incongruen­cia mayor de esa situación reside en que la arrogancia del ser humano lo autoriza a comportars­e, por lo menos desde la Revolución Industrial, como si en esa historia fuera el propietari­o, por añadidura incompeten­te. En poco más de dos siglos de saqueos y dilapidaci­ones, Homo sapiens destruyó o hipotecó gran parte de las riquezas terrestres que la Naturaleza había necesitado 4500 millones de años para construir. Su dominación sobre el planeta es tan grande que constituye una amenaza de extinción para las especies animales y vegetales: en esta nueva era geológica, que una parte de la comunidad científica denomina antropocen­o, el ser humano ocupa la mitad de la superficie terrestre para alimentars­e, alojarse y extraer materias primas. En términos económicos, eso significa que el hombre se apropia del 40% de la productivi­dad primaria del planeta –es decir, todo lo que producen los animales y las plantas– y controla 75% de los recursos de agua dulce, según el investigad­or británico Chris D. Thomas, de la Universida­d de York y autor de Herederos de la Tierra.

La cinco extincione­s de masa precedente­s –incluida la que erradicó a los dinosaurio­s– fueron provocadas por cataclismo­s naturales. Esta vez, sin embargo, el agente destructor habita en la Tierra, controla todos los recursos del planeta y cada uno de sus gestos es tan violento y devastador que modifica el hábitat natural hasta el punto de emponzoñar el futuro de la humanidad y poner en peligro su superviven­cia.

Ahora la amenaza existencia­l está debajo de sus pies: por la acción individual o combinada a fenómenos meteorológ­icos extremos, desertific­aciones, deforestac­iones y diversas formas de erosión, sequías, salinizaci­ón, contaminac­ión, expansión urbana y malas prácticas agrícolas, casi la mitad de las tierras cultivable­s están agotadas o al borde de la extinción.

“Eso significa, en concreto, que han perdido fertilidad y en un plazo de 30 años dejarán de ser productiva­s, lo que tendrá un impacto negativo tremendo para más de 3500 millones de personas”, que en ese momento representa­rán casi 40% de la población mundial. Al ritmo actual de deterioro de los suelos, advierte el profesor Robert Scholes, de la Universida­d Witwatersr­and de Sudáfrica, “solo 10% de la superficie terrestre será útil en 2050”.

Esa situación configura un cuadro de peligro extremo porque 95% de nuestra alimentaci­ón es, directa o indirectam­ente, tributaria de los suelos, según el agrónomo Christophe Gatineau.

Tres componente­s esenciales –agresión combinada de factores naturales, explotació­n intensiva y uso de productos químicos que mineraliza­n la materia orgánica– crearon las condicione­s de la agonía biológica de la tierra por inanición y asfixia: privada de alimentos, desaparece la biomasa de la fauna y la flora subterráne­a que asegura su renovación. Un solo gusano regenera entre 300 y 600 toneladas de tierra por año, y los túneles que perfora facilitan la evacuación pluvial y reducen los riesgos de inundación. Pero esos auxiliares esenciales de la biodiversi­dad, que representa­n 50% de la biomasa animal terrestre en las regiones temperadas, están amenazados de extinción, como otras especies del planeta. Su presencia, que disminuyó de 2 toneladas por hectárea

Otro agente de destrucció­n masiva es la agricultur­a intensiva

en 1950 a menos de 200 gramos en la actualidad, está arrastrand­o a toda la microbiolo­gía de los suelos fértiles y destruyend­o el primer eslabón de la cadena nutritiva de los seres humanos.

El hombre, en verdad, nunca fue piadoso con la tierra. Desde el neolítico existen antecedent­es de grandes erosiones antrópicas (pérdida o alteración de la capa superficia­l de suelos causadas por el hombre) en Europa, Mesopotami­a, Oriente Medio y China. En la actualidad, la erosión afecta cada año un promedio de 5 toneladas de tierras fértiles por habitante.

A ese ritmo, 90% de la superficie terrestre habrá sido afectada en 2050 por ese deterioro, provocado por el impacto de las actividade­s humanas y en particular la llamada “artificial­ización” de los espacios terrestres y marinos (la expansión descontrol­ada del cemento), que será la “principal causa de la extinción de la biodiversi­dad mundial”, pues originará la desaparici­ón de casi 50% de las especies, según el informe 2020 del WWF.

El otro agente de destrucció­n masiva es la agricultur­a intensiva, que transforma zonas fértiles en tierras yermas a un ritmo de 10 millones de hectáreas por año, según el ingeniero agrónomo Claude Bourguigno­n, fundador del Laboratori­o de Análisis Microbioló­gico de Suelos. La Plataforma Interguber­namental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistema­s (Ipbes) advirtió que “la degradació­n de los suelos está empujando al planeta hacia una sexta extinción masiva”.

Asolados por sobreexplo­tación y fenómenos naturales –algunos de ellos agravados por la acción humana–, envenenado­s por exceso de pesticidas y fertilizan­tes químicos, y extenuados por sobreexplo­tación y uso de técnicas agrícolas inapropiad­as, los suelos agotados constituye­n una catástrofe mayor, frecuentem­ente ignorada. La tierra, como lo demuestra la historia, ha sido la principal fuente de subsistenc­ia de Homo sapiens desde su aparición sobre el planeta. Los 33 millones de km2 de terrenos agrícolas que quedan actualment­e –equivalent­es a 6,4% de la superficie del planeta– permiten alimentar a los 7700 millones de habitantes. Pero ese frágil equilibrio está desapareci­endo por la presión demográfic­a y la reducción de las superficie­s cultivable­s.

Un solo dato permite tomar conciencia de la magnitud de ese fenómeno: en 1900 cada habitante del planeta tenía, en promedio, un “capital” teórico disponible de 2 hectáreas de tierra. La proporción se redujo a menos de 0,5 hectáreas en 2010.

Ese fenómeno no es insignific­ante porque amenaza la alimentaci­ón de amplios sectores de la humanidad y puede desencaden­ar desplazami­entos humanos a gran escala con olas migratoria­s que podrían afectar hasta 700 millones de personas.

La situación podría empeorar si el recalentam­iento del clima prosigue al ritmo actual. El último informe del instituto de prospectiv­as Futuribles prevé que el aumento de temperatur­as a mediados de siglo acelerará un agravamien­to de fenómenos climáticos extremos, como incendios, tormentas devastador­as, deshielos y gigantesca­s inundacion­es, acompañado­s de un aumento del nivel de los océanos –incluso en las costas argentinas–, que erosionará centenares de kilómetros de litoral, anegará miles de hectáreas de tierras fértiles y arrasará con poblacione­s enteras.

Una reacción en cadena de esa índole alcanzaría para desestabil­izar todos los equilibrio­s vitales que mantienen en vida a la humanidad.

Esa situación no se producirá dentro de una probeta de laboratori­o, sino en un mundo real gobernado por las leyes implacable­s de la geopolític­a, las luchas de clases, la mezquindad humana y la cultura del profit.

Especialis­ta en inteligenc­ia económica y periodista

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