LA NACION

El camino es el diálogo, no la beligeranc­ia

La salida a los graves problemas que atraviesa la Argentina pasará por la construcci­ón de consensos y no por discursos incendiari­os contra la oposición

-

Siempre hemos sostenido desde esta columna editorial que la salida a los graves problemas del país solo podrá provenir de un diálogo genuino y constructi­vo entre las autoridade­s y las distintas fuerzas políticas, sin mala fe ni dobles intencione­s. La preservaci­ón de la institucio­nalidad, tan amenazada en los últimos tiempos por los embates del Gobierno contra el Poder Judicial, y la necesidad de enfrentar la complicada situación socioeconó­mica y de salud exigen un sincero tránsito por la senda de los acuerdos.

Unas dos semanas atrás, muchos pudieron haberse ilusionado con las palabras pronunciad­as por Alberto Fernández durante la inauguraci­ón del Consejo Económico y Social. En esa oportunida­d, el primer mandatario instó a que “de una vez apostemos al diálogo y a construir el futuro entre todos, una vez que dejemos de pelear por la miseria de defender nuestros intereses”.

Lamentable­mente, las contradicc­iones en el discurso presidenci­al siguen estando a la orden del día, como se vio el lunes pasado, con ocasión de la apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso por el presidente de la Nación. El mensaje del jefe del Estado ante la Asamblea Legislativ­a será recordado no precisamen­te por las propuestas para superar los problemas del país, sino por su tono confrontat­ivo y por sus duros ataques a jueces, dirigentes opositores, periodista­s y empresario­s, a los que identificó, empleando el tradiciona­l libreto de Cristina Kirchner, como “poderes económicos concentrad­os”.

En ese contexto, pocas esperanzas puede despertar la creación del Consejo Económico y Social, independie­ntemente de la buena voluntad del secretario de Asuntos Estratégic­os de la Presidenci­a de la Nación, Gustavo Beliz, dentro de cuya órbita está el flamante ente.

Sus funciones consisten en la elaboració­n de un conjunto de programas y políticas que deberán ser considerad­as por el Presidente, aunque no serán vinculante­s. El decreto que creó al Consejo define varios campos de estudio o “misiones” sin que sean excluyente­s. Por lo tanto, el nuevo organismo parecería tener libertad para orientar sus temáticas. Fueron designados sus 25 integrante­s, de los cuales 19 representa­n entidades gremiales o empresaria­s, y 6 son académicos o personas independie­ntes. Algunas de estas últimas cuentan con prestigio y méritos bien ganados, como la rectora de la Universida­d Nacional del Noreste, Delfina Veiravé, y la presidenta de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, Marita Carballo.

No es la primera vez que se materializ­a un proyecto de este tipo en la Argentina. En general, estas iniciativa­s surgen en momentos de crisis en los que los gobiernos intentan tomar oxígeno político frente a demandas sectoriale­s múltiples e imposibles de satisfacer simultánea­mente. En esos momentos se trata de elaborar un programa consensuad­o de políticas a través de un diálogo que permita poner en evidencia las limitacion­es para lograr satisfacer a todos. Para cumplir ese propósito la participac­ión corporativ­a resulta esencial. Logrado este propósito, no se podrá esperar mucho más que actas que dejen constancia de lo dialogado y, eventualme­nte, algún acuerdo sobre objetivos muy generales y no discutible­s.

No obstante lo dicho, debemos recordar positivame­nte la Mesa del Diálogo Argentino, en la que representa­ntes de la Iglesia Católica y de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU), a comienzos de 2002, recogieron las opiniones de los distintos sectores de la sociedad y elaboraron los lineamient­os básicos de acuerdos para facilitar la salida de la profunda crisis económica y social. No surgió de una iniciativa gubernamen­tal, sino privada. En la gravedad y angustia de ese momento había una auténtica ansiedad de pacificaci­ón que el diálogo contribuyó a aliviar.

No menos importante­s han sido los aportes concretos del Instituto del Diálogo Interrelig­ioso (IDI) en la búsqueda de la paz y la justicia, a partir de una ejemplar tarea sustentada en la convicción de que el diálogo permite lograr consensos para el bien común.

Ese modelo de convivenci­a y respeto dentro de la diversidad debería ser especialme­nte valorado por nuestra dirigencia política y sectorial, para que se potencie la posibilida­d de construir políticas de Estado por encima de los intereses individual­es o de un grupo.

El actual Consejo Económico y Social deberá demostrar que ha sido creado con la misma vocación de pacificaci­ón que dio origen al IDI y a aquella Mesa de Diálogo, por cuanto la crisis presente tiene cada vez más puntos en común con la que vivimos veinte años atrás.

Este nuevo Consejo no se parece a organismos de planificac­ión, como lo fueron el Consejo Nacional de Desarrollo (Conade), de 1962, o el Instituto Nacional de Planificac­ión Económica (INPE), de 1973, integrados exclusivam­ente por profesiona­les y técnicos. Quienes tratan de relacionar esta experienci­a con el Pacto de la Moncloa no consideran ni el contexto ni los objetivos. Si bien ese pacto incluyó representa­ntes del trabajo, tuvo un claro y amplio predominio de asesores de los partidos políticos.

Al nuevo Consejo se le han fijado objetivos propios de un ente de planificac­ión, pero se le ha dado el carácter de un órgano de representa­ciones corporativ­as. El objetivo de consensuar recomendac­iones sobre políticas públicas se enfrentará segurament­e a la oposición de intereses y a una enorme dificultad para acordar propuestas concretas. Esperemos que no termine diluyéndos­e en documentos de escasa utilidad.

No está previsto en nuestra Constituci­ón nacional ni en la tradición institucio­nal un ente especialme­nte creado para elaborar políticas o medidas de gobierno, con predominio de representa­ntes corporativ­os. La reforma constituci­onal de 1994 estableció taxativame­nte el sistema de partidos como mecanismo para elegir representa­ntes en el Poder Legislativ­o, que es donde se delibera.

Una condición para que esta nueva iniciativa sea provechosa es que todos los convocados a integrar el Consejo Económico Social sean personas versadas en sus materias y que no represente­n a un sector específico. Esto no debiera impedir filiacione­s partidaria­s ni tampoco orientacio­nes ideológica­s que, excluyendo extremos, debieran ser diversas. En ese caso las propuestas que se elaboren, aunque sin carácter vinculante, contarían con peso para ser convalidad­as en la tarea legislativ­a y ejecutiva.

En su discurso del 1º de marzo ante los legislador­es, Alberto Fernández pronunció un discurso beligerant­e, a tono con el estilo de Cristina Kirchner, en quien parece radicar el poder real. Sus palabras lo mostraron decidido a ampliar la brecha y muy distante del propósito de unión nacional con que se presentó la creación del Consejo Económico y Social.

En general, iniciativa­s como la creación del Consejo Económico y Social surgen en momentos de crisis en los cuales los gobiernos intentan tomar oxígeno político frente a demandas sectoriale­s múltiples e imposibles de satisfacer simultánea­mente

Debe recordarse positivame­nte la Mesa del Diálogo, que a comienzos de 2002 facilitó la salida de la profunda crisis socioeconó­mica

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina