Los femicidios, eje del reclamo del 8-M
A diferencia de años anteriores, el reclamo contra la violencia de género protagonizó la marcha por el 8-M; los movimientos peronistas no se sumaron; fuerte crítica al Gobierno
El reclamo contra la violencia de género protagonizó ayer la movilización por el Día Internacional de la Mujer frente al Congreso, de la que participaron alrededor de 40.000 personas. La escalada de femicidios en los primeros dos meses del año fue el principal motor de la protesta de las mujeres. Se escucharon fuertes críticas al Gobierno durante la marcha, en la que no participaron las agrupaciones peronistas del movimiento feminista.
Fue un 8-M distinto. Después de un año de pandemia, la plaza volvió a llenarse ayer de miles de mujeres que marcharon por el fin de la desigualdad de género. Unas 40.000, estimaron algunos de los organizadores, aunque es difícil saberlo porque la distancia social dispersó a la multitud por toda la Plaza del Congreso y por las calles cercanas. Lo mismo ocurrió en otras ciudades del país, donde miles de mujeres se movilizaron para reclamar el fin de los femicidios.
“Volvió la marea”, celebraban algunas de las manifestantes, entusiasmadas. Otras se lamentaban. “Somos muchas menos”, reflexionó Felicitas Peredo, estudiante de Administración de Empresas, de 23 años, que se juntó con sus compañeras de facultad para marchar. “Feliz va a ser el día que no falte ninguna”, decía su cartel. “La pandemia dejó un lastre cruel de femicidios y más violencia contra las mujeres. Estamos acá para decir basta. Deberíamos ser más”, se quejaba.
No fueron solo las restricciones en materia sanitaria las responsables de que la convocatoria, aunque fue muy grande, no fuera masiva. Las distintas agrupaciones políticas dentro del movimiento feminista no lograron ponerse de acuerdo. No lograron consensuar un documento en común, por eso no hubo acto central, y había dos pliegos distintos circulando en los teléfonos de los presentes. Uno que se centraba más en la violencia simbólica y abstracta, que no apuntaba a responsables. Y otro que directamente le reclamaba al presidente Alberto Fernández falta de compromiso real para lograr el fin de las desigualdades.
La plaza no estaba dividida por una, sino por varias grietas. Y a medida que se la recorría, el tono se iba radicalizando o volviendo casi light. Cerca de las 20, la Izquierda Unida ganó la batalla de megáfonos y parlantes y leyó su propio documento. Minutos antes, al son de un redoblante, una militante agitaba consignas contra el Gobierno. “El gobierno de Fernández no para de chamuyar. Es el verso del Gobierno diciendo que terminó. No terminó el patriarcado: 60 pibas muertas en lo que va del año, marchemos juntas, el Estado es responsable”, cantaba desde el megáfono.
“Somos pocas porque no vinieron las agrupaciones peronistas. Se desalentó la marcha, pero bueno, acá estamos y eso es importante para mostrar que el feminismo vive. No tenemos que esperar que nos convoque un grupo político. Hay que salir”, afirmó Macarena Inga, de 26 años, estudiante de Diseño Gráfico.
“Ojalá fuéramos más, pero a pesar de que no pudimos ponernos de acuerdo con un documento, el mensaje más fuerte es que llenamos la plaza. Esta es una convocatoria pandémica. No es, como dijo Alberto, sobre que se terminó el patriarcado. Los femicidios aumentaron con la pandemia. ¿Y qué hace el Gobierno? No alcanza con plantear la reforma de la Justicia como la panacea universal. Hoy, el Ministerio de Géneros ni siquiera tiene edificio, es una oficina en la Casa Rosada”, cuestionó Manuela Castaneira, referente del MAS y de la agrupación feminista Las Rojas.
“El Estado es responsable de que no haya un plan serio contra la violencia. Este gobierno aumentó trece veces el presupuesto destinado a temas de género, pero no estamos 13 veces mejor. Solo se aumentó la burocracia. Se crearon más oficinas y dependencias”, dijo desde la Avenida Callao la diputada y referente del FIT Myriam Bregman.
“Yo estoy acá porque soy una sobreviviente de la violencia de género. Un día, hace 20 años, me tuve que escapar de mi casa y que nadie supiera de mí para que no me mataran. Por eso estamos acá. Porque queremos que se tomen decisiones reales contra la violencia. ¿No se dan cuenta de que nos siguen matando y de que en la cuarentena nos encerraron con nuestros agresores?”, comentó con la voz cargada de emociones Sara Pedroza, de 56 años, de la Agrupación de Mujeres de Garín.
Aunque los reclamos fueron muchos, como la igualdad de oportunidades económicas y laborales, contra la triple jornada laboral de las mujeres, entre otros, este año el grito claro fue por el fin de la violencia. El violeta volvió a ser el color distintivo; el aborto legal ya no fue una de las banderas principales. Muchos creían que iba a ser un momento de festejo por la sanción de esa ley, pero no tuvo tal protagonismo.
No faltaron los globos de helio con forma de Mickey, pero violetas, que vendía una señora en la esquina de Entre Ríos y Rivadavia.
Justo delante de la cúpula del Congreso, un grupo de mujeres con pelotas y pancartas arengaba cantitos de cancha. “Acá las pibas te copamos la parada”, se escuchaba. Tenían camisetas de fútbol de distintos clubes. “Somos la coordinadora de Fútbol Feminista”, explicó Daniela, la coordinadora, con camiseta de Racing. Uno de sus reclamos decía: “No al límite de edad”, ya que en algunas ligas, como en Córdoba, las jugadoras se deben retirar después de cumplir 30 años.
“Esta es la primera vez que venimos”, admitió con voz bajita, casi imperceptible, Ysele Salazar, de 48 años y empleada en una casa de familia. Fue con su hija Angelina, de 15 años. Sin cultura de marchas, y con todo el protocolo anti-covid que podían, intentaban mantener la distancia social –algo que era muy difícil– entre el vendedor de sándwiches vegano y las militantes travestis. “Me pareció importante venir para que ella vaya aprendiendo cómo son las cosas. La gente no es buena con nosotras. Nos tenemos que cuidar. Me da miedo caminar en la calle o que ella, que quiere empezar a salir, ande sola. Quiero que aprenda lo que está pasando”, detalló.
Hacia el cierre de la movilización, una impactante instalación dejó a todos en silencio, con el único sonido de los redoblantes de fondo. “La próxima soy yo”, decía una pancarta de letras gigantes. Y debajo, cada chica sostenía su propia foto, simulando un mural de futuras víctimas.