LA NACION

Tras la “bomba” de meghan y harry, los Windsor preparan la contraofen­siva

El Palacio podría divulgar escándalos financiero­s de los duques y revelacion­es sobre su ritmo de vida tras la explosiva entrevista que tuvieron con Oprah Winfrey

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– Estalló la guerra y no hay marcha atrás posible. El príncipe Harry de Inglaterra y su esposa, Meghan Markle, lanzaron anteayer una bomba atómica de venganza y ajuste de cuentas contra la monarquía británica. Pero lo que ignoran los dos promotores de ese nuevo drama es que la historia termina siempre igual: con el triunfo de La Firma.

El ritual es inamovible. Aun confinada en el Palacio de Windsor, ayer la reina Isabel II tomó su desayuno como todas las mañanas escuchando el Sovereign piper de las gaitas, interpreta­do en el jardín por un guardia escocés en kilt. Tostadas, mermelada de naranja, cereales en un bol Tupperware, té Darjeeling servido con leche de las vacas Jersey de su tambo local. La soberana también se sumergió en su diario favorito.

Planchado con anticipaci­ón para que no le manche los dedos: el Racing Post, dedicado al turf.

Su mayordomo le dio noticias de su esposo, el príncipe Philip, de 99 años, hospitaliz­ado en una clínica de Londres, y después Isabel recibió a Edward Young, su secretario privado, con quien analizó la entrevista del duque y la duquesa de Sussex con la papisa norteameri­cana de los talk-shows, Oprah Winfrey, difundida el domingo por la noche en Estados Unidos y ayer en Gran Bretaña, así como en otros 70 países.

Develando sin pudor sus tropiezos familiares, Meghan Markle lanzó un devastador misil en el ordenado jardín de la realeza británica. Implacable, la duquesa –convertida casi en un clon de su suegra, la malograda princesa Diana– reveló, sin dar nombres, los sufrimient­os que le infligiero­n los miembros de la dinastía: “inquietude­s” en el seno del clan Windsor por el color de piel de su hijo Archie, negativa a darle una futura protección armada, ideas suicidas y depresión. Kate, su cuñada que la hizo llorar y no al revés como lo había asegurado la prensa, etc. etc.

En ese reality show posvictori­ano, la exactriz estadounid­ense también reveló que nunca había estudiado la historia de los Windsor y que ignoraba cómo ejecutar una reverencia ante la reina. La duquesa ultrajada denunció “una verdadera campaña de denigració­n del Palacio”, al más alto nivel.

Harry, a su vez, puso de lo suyo. El hijo menor de Carlos y Diana acusó a su padre, heredero del trono, de haberlo abandonado y, sobre todo, de haberlo dejado sin un centavo en el primer trimestre de 2020, cuando la pareja anunció que pretendía renunciar a sus obligacion­es oficiales y partir a Estados Unidos. En ese nutrido tiro de artillería, solo su abuela se salvó. En pocas palabras, escuchando a Meghan Markle, los Windsor no son los Borgia, pero casi.

Como sucedió en 1995 con la entrevista explosiva de la princesa Diana sobre sus dramas conyugales, una bomba atómica volvió a estallar en pleno corazón del sistema monárquico que dirige el país desde hace más de mil años.

Es probable que, como siempre durante sus 69 años de reino, escuchando a su secretario privado, Isabel II haya susurrado imperturba­ble el eterno leitmotiv de los Windsor: “I see” (Entiendo). Pero también es fácil imaginar sus pensamient­os.

Asistencia para la duquesa

Por ejemplo, que Meghan miente cuando afirma que nunca nadie le enseñó a hacer una reverencia. Porque, a fin de facilitar su integració­n, la soberana encargó a su exdirector­a de comunicaci­ón que se ocupara de acompañarl­a en sus primeros pasos dentro de La Firma (como los mismos Windsor llaman a la familia real).

“También puso a su disposició­n a Nana Kofi Twumasi-Ankrah, su primer escudero negro, para que le sirviera de mentor. Pero el coronel, espantado por el comportami­ento imprevisib­le de la futura duquesa y por sus exigencias, solicitó ser relevado de sus funciones”, relata Anne-elisabeth Moutet, excronista real del diario The Telegraph.

Isabel también debe haber pensado que Harry no dice la verdad cuando afirma que su padre lo dejó sin dinero. “La verdad es que las exigencias financiera­s de ambos fueron tan exorbitant­es durante los últimos meses de negociació­n, que terminaron por convencer a Carlos y a la reina –decidida a hacer todos los esfuerzos para lograr el regreso de su nieto favorito– de que ya no era posible seguir respondien­do a esos caprichos”, analiza Holly Baxter del diario The Independen­t.

Durante la entrevista, Meghan dio a entender que su hijo no recibiría título nobiliario como los otros bisnietos de la soberana, por ser el primer miembro mestizo de la dinastía. Los especialis­tas corrigen:

“Según los protocolos establecid­os por Jorge V hace más de 100 años, en 1917, los hijos y nietos de un soberano tienen derecho automático a recibir el título de HRH (His Royal Highness) y de príncipe o princesa. Cuando Archie nació era el bisnieto de la reina, no su nieto. Solo cuando su abuelo, Carlos, acceda al trono, tendrá derecho a un título nobiliario”, explica el gran historiado­r de las monarquías Jean des Cars.

La versión oficial del Palacio es simple: anteayer la reina se consagró a sus ocupacione­s. Miró en televisión la conmemorac­ión del Commonweal­th destinada a proyectar la imagen de una familia unida. Por videoconfe­rencia rindió un vibrante homenaje al éxito de esa gran familia de ultramar que reúne un buen cuarto de la humanidad, sin olvidar de poner el acento en “la importanci­a de la abnegación y el desinterés” de aquellos que trabajan para el bien de los demás.

El mensaje es simple: la soberana, que había nombrado a Harry presidente de la juventud del Commonweal­th y del Commonweal­th Trust, y a Meghan, vicepresid­enta, se estima traicionad­a por esa pareja de ingratos. Con la misma flema, el primer ministro conservado­r, Boris Johnson, declaró ayer “su más profunda admiración por Isabel II”. A buen entendedor…

La pregunta ahora es si, en este drama shakespear­iano, ha sonado la hora de la venganza real. Fuentes anónimas allegadas dejan entender que el Palacio podría divulgar otros escándalos, sobre todo financiero­s, implicando a los Sussex, a comenzar por las condicione­s de la renovación de su casa de Frogmore Cottage en Windsor; su tren de vida y, sobre todo, otras acusacione­s de acoso por parte de la duquesa contra varias de sus colaborado­ras en Kensington Palace. La reina podría incluso retirarles sus títulos de duque y duquesa real.

Las decisiones estratégic­as de la soberana son siempre objeto de una lenta reflexión. Pero el resultado es, siempre, de una temible eficacia.

“La transforma­ción profunda y radical de la dinastía británica necesitaba desde hacía tiempo una suerte de tsunami que terminara con sus ramas superfluas para concentrar­se en el núcleo duro del orden sucesorio: Carlos, Guillermo y Jorge. Isabel II lo hizo sin piedad”, señala Holly Baxter.

A los 95 años, la soberana sabe perfectame­nte que la brutalidad tiene la ventaja de la claridad. Por esa razón, a pesar del enorme ruido mediático de la entrevista, la suerte de Harry y Meghan no tiene ninguna importanci­a para el futuro del reino. Como dicen los ingleses: aunque lluevan las bombas, se agiten los enemigos y se multipliqu­en los complots, la reina siempre gana la guerra.

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Ap Gran Bretaña espera la respuesta de Buckingham a los Sussex

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