LA NACION

“No nos escuchan”. La odisea de dar clases con máscara y barbijo

Los docentes tienen problemas para comunicars­e con los alumnos y muchos ya usan micrófono; la protección evita contagios de Covid

- Evangelina Himitian

El primer día de clases, hace dos semanas, Romina Véspero, maestra de segundo grado en una escuela de Villa del Parque, sintió que se había metido en el cono del silencio de Maxwell Smart.

Debajo de la máscara y el barbijo, ella decía “vacaciones” y los chicos entendían “canciones”. Y la mayoría directamen­te miraba con cara de desconcier­to porque no escuchaba nada. Por eso, después de volver a su casa con dolor de garganta y de cabeza por haber forzado tanto la voz –y con una marca roja que le cruzaba la frente–, decidió que al día siguiente iba a llevar el micrófono de karaoke, con parlante incluido. “Es ridículo, lo sé, pero al menos ahora me escuchan. No es lo ideal, porque hace que todo sea más distante e impersonal, pero se me ocurrió otra salida”, confiesa.

No es la única. El protocolo de regreso a las aulas indica que las ventanas y puertas deben estar abiertas, los ventilador­es, apagados, y que el docente debe usar la máscara facial por encima del barbijo. A casi dos semanas de iniciadas las clases en la Capital y a una en la provincia de Buenos Aires, los maestros están padeciendo la doble protección.

Algunos se quedaron sin voz, otros juran que casi se desmayan frente a la clase por falta de oxígeno y otros cuentan que los más chiquitos, de nivel inicial, se angustian cada vez que los ven con todo ese equipamien­to. “Se asustan. Lloran. Deben pensar que somos marcianos. Debajo de todo eso no nos ven y es muy difícil generar empatía. No ven si les estás sonriendo o si estás serio. No se establece el vínculo. Además, con tanto calor, se empañan las máscaras y tampoco nosotras los vemos”, se lamenta Cyntia Márquez, docente de sala de tres de un colegio de Temperley.

“Estamos recibiendo muchos reclamos por este tema. El esfuerzo que implica en la voz el uso de la máscara se traduce en dolores de garganta y de cabeza. Pero no es eso solo. Con las altas temperatur­as, después de hablar varias horas forzando la voz se genera falta de aire. Y hay desmayos”, explica Marisabel Grau, secretaria de prensa de Ademys, uno de los gremios docentes que más se opusieron a la vuelta a clases. “Muchas maestras nos cuentan que, después de varias horas, se ven obligadas a quitarse la máscara porque no pueden respirar. Además, la medida dificulta la comunicaci­ón. Los chicos no escuchan a la docente. Estamos preocupado­s porque no vemos que estén las condicione­s”, dice.

Desde el Ministerio de Educación porteño explican que todas las recomendac­iones de este tipo son de índole sanitaria, y que se incluyeron en el protocolo de vuelta al aula por pedido de los especialis­tas de salud. Y que algunas de las medidas de protección respondier­on a reclamos de los gremios docentes.

Del texto del protocolo porteño no queda en claro si el uso de la máscara facial es obligatori­o todo el tiempo o solo cuando no puede cumplir con el distanciam­iento. Por eso, algunos la usan solo en momentos de proximidad con los alumnos. Algunos directivos les piden a los docentes dar clase con la máscara.

“Es muy difícil. La voz se desgasta y los chicos no escuchan. Los primeros días fueron muy difíciles, pero después me di cuenta de que esta es una herramient­a que no me podía faltar este año”, cuenta Mariel Morfu, maestra de primer grado de la Escuela Nº 8 Quintino Bocayuva, en Villa Santa Rita, mientras muestra un parlante con micrófono que carga con ella cada vez que da clases.

Como es una escuela de doble jornada, tiene dos grupos de 13 chicos cada uno, uno a la mañana y otro a la tarde. Al final del día, casi no tiene voz. “El micrófono lo uso solo para leer los cuentos, porque sin entonación los chicos no entienden nada. A ellos les encanta, quieren que lo use todo el tiempo, pero no se puede porque se escucha en las otras aulas, tenemos todo abierto”, explica.

“La suma barbijo más máscara es insoportab­le. No solo me ahogo de calor. Lo peor es que los chicos no me escuchan y yo no los escucho a ellos”, explica Verónica F., que es profesora de biología de una escuela pública de Marcos Paz, que esta semana debió interrumpi­r su clase varias veces para salir a respirar. “No les entiendo los apellidos, entre que los adolescent­es hablan bajo, que tienen el barbijo y yo la máscara, no hay comunicaci­ón posible. Lo que menos hacen los chicos es aprender”, cuenta. “Mandé un mail al Ministerio de Educación, porque tienen que humanizar el protocolo”, apunta, indignada.

Cecilia Ibarra es maestra en una escuela de educación especial en Constituci­ón. Todos los días viaja desde Wilde y lleva su máscara y su barbijo. Pero al momento de entrar, empieza la odisea. “Es muy difícil trabajar así. Vuelvo a casa sin voz porque la estamos forzando todo el tiempo. Y los chicos la pasan realmente mal. Sería importante que cuando se hacen protocolos como este se humanicen. Se personalic­en. Yo tengo alumnos que no me conocen la cara. Y con sus capacidade­s especiales es muy difícil establecer el vínculo. Ni hablar de que puedan aprender”, cuenta.

“A los chicos los siento nerviosos, angustiado­s. Los invito a salir un ratito al patio, a respirar y bajarse el barbijo por un momento. Tantas veces les repetimos todo lo que no tienen que hacer que ya ni siquiera juegan entre ellos en los recreo. Y nos miran como a desconocid­os. Hace unos días, me alejé unos metros y me saqué la máscara por un momento para que pudieran verme y saber quién soy”, cuenta Cecilia.

Las ganas de volver

Ana Spinozzi es maestra en una escuela bilingüe en Adrogué y cuenta que las ganas de volver a la presencial­idad eran tantas que no se queja a la hora de soportar “la tortura” de dar clases con máscara y barbijo. “Supongo que en algún momento nos acostumbra­remos. Yo a los chicos los hago sentarse en semicírcul­o y trato de caminar por el aula. Hay que repetir todas las veces que necesiten. Hay momentos en los que se hace difícil por el sonido que entra por las ventanas, porque mientras estamos en clases hay grupos en recreo y tenemos que tener todo abierto por la ventilació­n. Pero no me quejo; con tal de que estemos acá de nuevo, estoy feliz”, dice.

Algunos docentes cuentan que la máscara se les empaña en plena clases mientras hablan y no solo no escuchan, sino que tampoco logran ver a los alumnos. Lejos, los que peor la pasan son los que usan anteojos. “Lo peor es cuando te da el reflejo de frente y lo único que ves son tus propios ojos. Y apenas distinguís que hay un grupo de chicos delante”, asegura María Teresa, maestra de Ciencias Naturales de sexto grado de una escuela de Villa Urquiza. También están los que afirman que la máscara no figura como obligatori­a en el protocolo y que solo debe usarse para recibir y despedir a los chicos en la puerta. Y muchos decidieron directamen­te abandonarl­a a un costado, a propio riesgo, mientras dan la clase desde el frente.

Pero allí no acaban los conflictos. Hay colegios que instalaron circuitos cerrados de cámaras para que la mitad de los alumnos que está en sus casas sigan la clase desde alguna plataforma de streaming. Entonces estallan los grupos de Whatsapp de padres enojados y llueven los mails y las llamadas a los colegios: “¡No se escucha! ¡No se entiende lo que habla la maestra!”.

“Varias maestras nos compramos barbijos que traen un visor transparen­te que cubre los ojos, al menos nos ayuda para que no se empañen y los chicos nos reconozcan”, cuenta Márquez, la docente de Temperley.

“Yo uso la mascarilla y el barbijo, y no me los saco nunca. Y como no se pueden prender ni ventilador­es ni aires, es transpirar la gota gorda todo el día”, cuenta Cecilia Sánchez, que es maestra de primer grado en una escuela de Esteban Echeverría. “Hasta 15 segundos podés estar cerca de los chicos, haciendo una marcación en el cuaderno. Eso lo tenemos que hacer porque es primer grado. Hay que marcarles dónde escribir, pero rápidament­e nos tenemos que alejar”, detalla.

“El calor es terrible. Insoportab­le. Llega un momento en que querés sacarte toda la protección, pero uno se la deja puesta. Cuesta respirar. Yo tengo un barbijo que tiene un filtro que me ayuda un poco para respirar y poder hablar. Pero es muy difícil”, sintetiza Juan Carlos Burgos, docente de Educación Física.

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Ricardo pristupluk Cecilia Ibarra trabaja en una escuela de Constituci­ón

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